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El dique de la discordia

Fotografía del dique San Roque original , todavía en construcción, de 1891.
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Miedos, recelos, desavenencias políticas e intereses económicos tuvieron como víctimas a Casaffousth y Bialet Massé.

Por Luis R. Carranza Torres

El viejo paredón del dique San Roque se mantiene firme, inamovible, cubierto por las aguas que embalsa el nuevo muro. Esta obra primigenia de la ingeniería hidráulica de Córdoba ha desafiado victoriosa el tiempo y los miedos.

Unos 3.200 obreros cordobeses lo habían construido a partir de 1888. Tardaron tres años.

Toda una proeza y muestra de genio, ya que en tal época se carecía casi por completo de maquinaria de construcción pesada.

Inaugurado el 12 de abril de 1890 por el presidente Miguel Juárez Celman, fue el primer dique en levantarse en Sudamérica y el mayor embalse artificial del mundo de su tiempo. Su murallón original tenía 115 metros de longitud y 37 de altura.

Pero cuando el 17 de mayo de 1892 asumió el nuevo gobernador Manuel Demetrio de la Pasión Pizarro, el dique seguía sin llenarse. Es que al construirse el ferrocarril a Cosquín no se había tenido mejor idea que arrojar los materiales que se quitaban de los cerros para nivelar el terreno y colocar las vías, al lecho del embalse, justo en las bocas de los desarenadores del dique, los que pronto se obstruyeron. También, había rumores sobre defectos en su construcción. El mandatario provincial era un acérrimo opositor del juarismo. De hecho, había sido quien, como senador nacional, después de que terminó la Revolución del Parque, había dicho la frase lapidaria «la revolución está vencida pero el gobierno está muerto». Y la cuestión del dique era el símbolo por antonomasia de los logros del juarismo como gobierno. No podía ni quería dejar pasar por alto esos comentarios sobre que estaba pésimamente construido.

Cuando don Manuel le solicitó al presidente Carlos Pellegrini que hiciera una investigación exhaustiva del estado del dique, éste destinó para dicha tarea al “ingeniero” Federico Stavelius, vicepresidente del Departamento de Ingenieros de la Nación. A éste se le sumó Cristian Kürzer, empleado de las obras del puerto de Buenos Aires. Ambos tenían el título de «ingeniero nacional» por decreto del Poder Ejecutivo. Presuntamente en reconocimiento de sus estudios o conocimientos adquiridos en la materia. Es que en la Argentina de entonces -como ahora- escaseaban los ingenieros.

El 27 de julio de 1892 se dio la alarma porque el dique había cedido y que la ciudad sería arrasada. Se evacuó toda Córdoba hacia los “Altos del Sud” y los “Altos del Norte”. En la histeria colectiva nadie se puso a pensar que el embalse estaba casi vacío. Se trataba de una simple creciente que sólo afectó un par de ranchos ribereños. Pero aunque resultó una falsa alarma, contribuyó a engendrar todo tipo de fantasías al respecto. No son pocos los que entendieron esto como un acto de “guerra psicológica” destinada a llevar la opinión pública a un estado de cosas favorable a los acontecimientos que vendrían.

En agosto, Stavelius y Kürzer presentaron un informe lapidario sobre el estado del dique, con croquis del murallón incluido. Allí marcaban 90 puntos de fisuras y rajaduras, incluyendo una enorme en su parte central que atravesaba el dique «de parte a parte». La culpa de todo lo tenía la cal cordobesa provista por Bialet Massé y la deficiente técnica constructiva de Carlos Casaffousth. También decían que había que arreglar rápido la cosa antes de que pasara a mayores. Un muro de ladrillos aguas arriba, con portland que debía importarse de Inglaterra, era la solución para todos los males. Y ellos se ofrecían a llevarla a cabo por la módica suma de 400.000 pesos en moneda nacional. La obra completa del dique original junto a una segunda represa niveladora y los conductos de riego, habían salido en conjunto $775.000. Por lo visto, era gente que se cotizaba alto, especialmente para con el Estado.

Si bien al inicio la investigación había estado animada por una cuestión política, ahora asomaba la “pata” económica. El dique había sido construido no sólo por cordobeses sino también con materiales locales. En particular, con cal y cemento de la fábrica “La Primera Argentina”, fundada por Bialet Massé. Y que había entrado en franca competencia con el portland inglés que se importaba libre de todo arancel. Uno de los representantes de los intereses sajones en el país, el ingeniero Guillermo White, cuyo abuelo había alentado la realización de las dos invasiones inglesas en 1806 y 1807, le reconoció veladamente en Buenos Aires a Luis Augusto Huergo, proyectista del nuevo puerto de esa ciudad y conocido de Bialet Massé, que la fábrica del primero era un escollo para el uso del cemento portland extranjero.

Con el informe en la mano, el gobernador Pizarro promovió acción penal contra Bialet Massé y Carlos Casaffousth. Quedó a cargo de la instrucción el juez Antenor de la Vega. Casaffousth fue detenido mientras daba clases en la Facultad de Ingeniería y Bialet Massé en su casa.
Desde la prisión impugnaron el informe y la solución dada por los “ingenieros nacionales”. Para los detenidos el dique estaba perfectamente operativo, quedando algunas reparaciones menores que no sumaban sino $5.000. El tiempo les dio la razón. Pero no sin antes pasar por un proceso de ribetes cuasi circenses. Pero ésa es ya otra parte de la historia.

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