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El desmembramiento del imperio colonial portugués I

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Nuestro archivo ha determinado el tema de la semana. Un ajado suelto del diario El Mercurio de Santiago de Chile llama la atención. Denuncia que seguidores del dictador portugués António de Oliveira de Salazar -fundador del Estado Novo, régimen autoritario y corporativista de triste memoria- para celebrar los primeros diez años del régimen en el poder, asesinaron en una sola noche cincuenta mil opositores, que aparecieron muertos en las plazas y carreteras del antiguo imperio colonial portugués. Matanza que se reiteró entre el 18 y el 20 de abril de 1939, esta vez como tributo al quincuagésimo cumpleaños de Adolfo Hitler.

Ese clima de terror le permitió a Oliveira de Salazar sostenerse como líder de la más monolítica de las dictaduras civiles de la historia de Occidente. Dictadura que dio comienzo tras un sanguinario golpe de Estado acaecido el 28 de mayo de 1926, y que, a poco de andar, quedó en manos de Salazar, que ocupaba el poderoso Ministerio de Economía y Finanzas.

Ese rol le permitió asegurarse lealtades incondicionales, cuestión que dilucidaremos en otra ocasión por no ser el objeto central de esta aproximación.

Anotaremos, en cambio, la benévola percepción de la que en la comunidad internacional gozaba la dictadura portuguesa, favoreciendo su legitimación interna. Gran Bretaña, Francia, Israel, Estados Unidos y el Vaticano conformaron ese paraguas que, en parte, fue pago por los servicios que les había proporcionado el salazarismo durante la Segunda Guerra Mundial.

Finalizada la contienda mundial, Salazar comprendió la llegada de un nuevo tiempo y forjó una alianza estratégica y política con el nuevo patrón de Occidente. Estados Unidos le garantizó un asiento expectable en el nuevo concierto mundial a cambio del control estratégico de las islas Azores por la Casa Blanca. Por esa razón se incluyó a Portugal en la administración de Groenlandia y su incorporación activa en la Alianza del Atlántico Norte, que le reportó beneficios políticos, económicos y militares y afrontar la crisis africana con mayor fortaleza.

A partir de mediados de los años 50, el salazarismo comenzó a percibir síntomas de agotamiento. Asistió a su propia decadencia que le ocuparía los siguiente veinte años. Todo comenzó en la isla de Santo Tomé cuando, el 3 de febrero de 1953, estallaron cientos de motines encabezados por trabajadores africanos esclavizados, pese a que Portugal había abolido la esclavitud en 1873. La represión fue cruel. Sin embargo, la Masacre de Batepá fue el comienzo del fin. Los cientos, miles, de cadáveres dispersos en la isla fueron apenas un dato estadístico para el dictador que permaneció incólume en el palacio gubernamental.

Otros historiadores ubican el comienzo de la debacle a comienzos de los años 60. Coinciden, eso sí, en que la corrupción fue el signo distintivo de la época. Ocultada tras una feroz pelea política que tenía vasos comunicantes con traficantes de esclavos árabes, británicos, chinos, griegos, hindúes y malayos, que aportaban su fuerza a la confusión general haciendo desaparecer a hombres y mujeres independientes o que reportaban políticamente a otro colectivo.

En 1954 África era un polvorín. La llegada de cientos de oficiales y suboficiales árabes y bereberes, veteranos de la Legión Extranjera francesa, supervivientes todos del Cuerpo Expedicionario Francés en Extremo Oriente, derrotados en la batalla de Dien Bien Phu, aceleraron la etapa final de la guerra de Argelia. Serían, mas tarde, los que intentarían frenar, junto a las fuerzas especiales de Estados Unidos, Sudáfrica y Portugal, los levantamientos coloniales.

Los consejos llegaron tarde a los oídos de Salazar o, quizás, tardó demasiado en escuchar. Sus consejeros le recomendaron igualar en deberes y derechos a los portugueses metropolitanos y los coloniales. Ya sería posible, sin tener que hacer engorrosas tramitaciones, casarse y tener hijos entre ciudadanos continentales y los nacidos en las colonias, a pesar de que Portugal “era una nación no racista, multirracial y en la que las colonias, con su gente, formaban parte integral de la Nación; donde los lusotropicales, como también se les llamaba a los habitantes del Ultramar, disfrutaban de los mismos derechos que los ‘lusoeuropeos”.

Portugal, decíamos, llegó tarde a todas partes. El proceso de descolonización, el proceso de liberación nacional de las antiguas colonias portuguesas, estaba en marcha. Distintas percepciones a fieros enfrentamientos intestinos provocaron nuevas masacres. Sólo en Angola actuaron tres movimientos independentistas diferentes:

1. El Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), con una base entre kimbundu y la inteligencia mestiza de Luanda, y lazos con partidos comunistas de Portugal y de los países del Pacto de Varsovia;

2. El Frente Nacional de Liberación de Angola (FNLA), con una base étnica en la región bakongo del norte y vínculos con el Gobierno de los Estados Unidos, el régimen de Mobutu Sese Seko en Zaire y el gobierno apartheidista de Sudáfrica, entre otros. 3. La Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (Unita), liderado por Jonas Malheiro Savimbi, con base étnica y regional en el corazón de Ovimbundu, en el centro del país.
Angola logró su independencia en 1975.

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