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El delta del Mekong, ¿escenario de una guerra pendiente?

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Por Silverio Enrique Escudero

El maestro Ignacio Romanet enseña que desde el final de la Guerra Fría no ha dejado de expandirse en el mundo un clima de caos y violencia que ha causado centenares de miles de muertos y millones de refugiados y desplazados. Mientras eso sucede se devalúa el rol de los organismos multilaterales cuyas resoluciones –muchas veces- no son tenidas en cuenta por los gobiernos implicados en el casi centenar de conflictos que comprometen la paz universal.  

Nuestro viaje por los escenarios más ardientes de la tierra nos lleva hasta el legendario delta del Mekong que, por estas horas, retorna a la plana principal de los medios de comunicación.

Aquel del que tanto se escribió durante la guerra de Vietnam y cuyas aguas fangosas fueron sepulcro y pudridero de cientos, de miles de soldados.

Se trata de una guerra que transita sus primeros pasos. No la protagonizarán franceses, yanquis ni quienes fueron arrastrados a una de las más cruentas conflagraciones de la historia cuyas consecuencias aún no dimensionadas están en el nacimiento de miles, millones de niños deformes y contaminados tras los terroríficos efectos del napalm (acrónimo de ácido nafténico y ácido palmítico), fabricado, casi en exclusividad, por la Dow Chemical Company, con sede central en Midland, Michigan, Estados Unidos y plantas productivas en las provincias de Buenos Aires, Neuquén y Santa Fe.

El delta del río Mekong, o río de los Nueve Dragones, desemboca en el mar de China Meridional, en el extremo meridional de la península de Indochina, en el suroeste de Vietnam. Comprende un área de unos 39 mil kilómetros cuadrados de vital importancia para la subsistencia de millones de personas.

Se trata de una región que, desde los lejanos tiempos del Imperio Chino, estuvo en el horizonte geopolítico de Ciudad Prohibida como proveedora de alimentos, siendo una de las mayores arroceras del mundo. 

La agenda internacional es más compleja. Guarda en cada uno de sus pliegues una nueva tensión, un nuevo problema. Pekín proyecta dragar un trozo del río para que naveguen por él grandes cargueros y eventuales navíos de guerra y permitan conectar la provincia china de Yunán para, después de atravesar Birmania, Tailandia, Laos, Camboya y Vietnam, sentar presencia en las disputadas aguas del mar de la China meridional.

Espacio marítimo donde colisionan intereses territoriales de la República Popular de China (o China continental), la República de China (o Taiwán), Vietnam, las Filipinas, Malasia y Brunéi, de la zona meridional del mar de la China. Intereses que han llevado a escalar al tronar de los cañones como preludio de una serie de conflictos de mayor envergadura. Detalle que enardece los ánimos.

En los últimos años, China ha intensificado sus trabajos de recuperación de tierras en los arrecifes y atolones disputados con el resto de los países. Navíos chinos han dragado y construido nuevos puertos, mientras que sus grúas erigen islas artificiales sobre arrecifes sumergidos, e incluso construyen una pista de aterrizaje en una de ellas que oficiará de uno de los más fantásticos portaaviones. 

Durante meses, los Estados Unidos han denunciado, según su visión, la ilegalidad de estas obras, y el Pentágono presiona a la Casa Blanca para que tome una postura más firme al respecto. Washington ya avisó que ignorará cualquier demanda china de aguas territoriales basadas en esas nuevas islas artificiales, y hace unos meses militares norteamericanos sobrevolaron la zona con un avión de vigilancia que grabó el proceso de las obras, un hecho que desató las quejas de China. Queja que se reitera por la presencia constante de drones y el corrimiento de la órbita de cuatro satélites de vigilancia militar. 

Finalmente, según nuestra libreta de apuntes, Estados Unidos ordenó la realización de maniobras aéreas y navales a menos de 12 millas náuticas de dos de esas islas artificiales que China ha construido y que su incursión fue escoltada por aviones de la Marina estadounidense, una misión que se completó «sin ningún incidente».

Aunque observadores japoneses y filipinos destacan que hubo fuego disuasivo de las baterías costeras chinas.

Incidente que llegó hasta la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya, que resolvió que no había “base legal” para la reclamación china en la disputa sobre el control del área sobre la que China cree tener derecho (en el mar de la China Meridional), después de una reclamación interpuesta en 2013 por parte de Filipinas sobre la disputa del arrecife Scarborough, que la China ubica dentro de su espacio marítimo.

La sentencia dio la razón a Filipinas y, según relato el diario catalán Ara, “advierte que China está interfiriendo con los derechos de pesca de Manila en el arrecife Scarborough, generando riesgos de colisión con los barcos de su vecino”. La flota pesquera china –según otras fuentes alternativas- es acompañada por un enjambre de lanchas patrulleras. 

China, en tanto, rechazo la sentencia, diciendo que no reconocía la legitimidad del tribunal porque no tiene en cuenta elementos históricos y reprocha la injerencia de EEUU. Filipinas, empero, reaccionó reclamando a China “contención” en cuanto a sus acciones en el mar de la China, mientras que Japón –que disputa una veintena de islas- advirtió al gobierno chino que el tribunal es “vinculante” y la sentencia “definitiva”. Cuestiones que, en definitiva, terminarán en un tribunal arbitral designado por el Consejo de Seguridad que, seguramente, será vetado por alguna de las partes.

Nos hemos desviado un tanto de nuestra ruta original por lo que es menester que pongamos proa hacia el delta del rio Mekong, uno de los más largos del mundo.

Los acuerdos entre las naciones ribereñas los hay de todo tipo. “Río compartido, futuro compartido” es el lema que ha primado a la hora de sentarse ante la mesa de negociaciones que buscaban preservar el desarrollo duradero del Mekong, cuyos beneficios de los países que comparten su costa. 

China, sin embargo, es un socio desleal. Sus enormes represas – que suman un poco más de una decena- han trasformado el rio. Ese río que, por estos tiempos, alimenta 60 millones de personas, pero actualmente padece una extraordinaria bajante y que empobrece tierras ricas en nutrientes del delta de Vietnam no paran de empobrecerse. Los peces han disminuido dramáticamente. El pez gato del Mekong o pez gato gigante – uno de los peces de agua dulce más grande del mundo- está en vías de extinción. 

El fondo, rocas y bancos de arena forman el lecho del Mekong ha quedado a la vista. Era menester tenerlo a la vista para planificar la zona inicial de dragado para facilitar el paso de barcos de transporte de mercancías de más de 500 toneladas.

Las costas –a pesar de la resistencia del resto de las naciones con intereses en área- se convertirían en «zona económica especial» con puertos, conexiones ferroviarias, carreteras y aeropuertos.

Nada dice en los fundamentos del proyecto sobre la suerte que correrán millones de habitantes que se verían expulsados hacia vaya a saber que destino. La resistencia está en marcha. Desde hace 20 años la encabezan los ecologistas tailandeses. El resto, al parecer, creen en la promesa de sus dioses, sacerdotes y magos que nada sucederá.

Laos ya vendió a inversores chinos todas sus costas. Ahora el gobierno no sabe qué hacer con sus habitantes. Vietnam grita con desesperación. Apenas si se ha recuperado de los bombardeos norteamericanos observa que el río está cada vez más amenazado por la invasión del agua del mar y la muerte de todo tipo de vida. 

Thongsuk Inthavong, uno de los más férreos resistentes, llama a la lucha: “China juega con nosotros como un juguete. Esto me irrita, pero defenderemos nuestro río». 

 

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