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Dormir con Venus y amanecer con Mercurio

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Por Armando S. Andruet (h)*
twitter: @armandosandruet
 

Los acontecimientos que tan sorpresivamente pueden sucedernos a cualquiera de nosotros son, sin duda, los que nos aseguran que podemos tener certezas de muchas cuestiones pero nunca acerca de cuáles cosas pueden ocurrirnos en el momento inmediato posterior. Son esos “acontecimientos inesperados” los que nos conmueven en el tiempo después de que han pasado; y con ellos en el recuerdo los traemos al presente, sea para alegrarnos o entristecernos. Lo inesperado puede ser tanto bueno como malo.
Pero como corresponde, cuando los acontecimientos ya han dejado de ser inesperados y, por lo tanto, tienen una cierta cuota de previsibilidad o de posibilidad que de ellos se siga una cierta consecuencia, el amplio espectro del “azar y necesidad” -para decirlo en palabras de Jacques Monod- ha desaparecido. Lo antes incierto ha ganado una razonable cuota de certidumbre.
En este último supuesto, la cuestión de la “necesidad” o “cuasi-necesidad” es percibida y reflexionada a la luz de la experiencia del sentido común, que siempre es buena brújula para las cuestiones prácticas prima facie, y de la prudencia y moderación acorde altum visu. Por ejemplo, está fuera de cualquier duda que si en los próximos días de nieve decido tomar un descanso para practicar sky, lo primero es saber hacerlo, de lo contrario podré lastimarme; salvo que prefiera tomar mis primeras clases y quizás con ello, pueda hacer alguna experiencia inicial, pero nunca de mayor destreza aunque posiblemente tampoco me lastime.

El título que hemos dado a la contribución se ubica justamente en el centro del problema que estamos considerando, del acontecimiento entre el azar y la necesidad. Para ello valga este recuerdo: sobre el año 1250, Giovanni Boccaccio escribió una obra que integra la literatura universal clásica: El Decamerón. Allí se describen en diez cuentos, distintas historias de personas que estaban perturbadas por el asolamiento que la peste bubónica implicaba para Italia y sabían que sus días eran casi contados y, por ello, maximizaban esos últimos momentos. Así las cosas, poco importaba asumir riesgos mayores: la suerte estaba echada.
Como también estaba asegurado que quien disfrutaba de la lujuria y el desenfreno de la concupiscencia y, por lo tanto, seguramente que dormía con Venus -por la diosa que en la mitología griega se vincula con el amor, la fertilidad y la lujuria-, habrá de despertar enfermo del “mal francés” al que Girolamo Fracastoro -médico y poeta florentino- dedicó un poema inspirado en Ovidio, que llamó Syphilis. La sífilis en el bajo medioevo y en el Renacimiento se trataba con pomadas que se hacían en base a mercurio. De allí, el dicho.

El juez Onildo Osvaldo Stemphelet, quien ha sido lamentable noticia en los diarios de todo el país durante la semana pasada (https://www. clarin.com/policiales/escandalo-bahia-blanca-juez-denuncio-robaron-encuentro-sexual-prostibulo_0_nAq285A1y.html), ha sobrepasado todas las hipótesis: generó un acontecimiento intrínsecamente repudiable, ignoró las consecuencias que de él se podían producir y, finalmente, tendrá en otra especie su adecuado mercurio.
Los hechos son simples. El juez de Ejecución en lo Penal Nº 2 de Bahía Blanca fue designado en su cargo en el año 2015 y asumió en el tribunal en 2017; antes de ello, había cumplido funciones de secretario de la Defensoría Oficial en Tres Arroyos y luego, como juez subrogante en el Tribunal en lo Criminal Nº 1 de Bahía Blanca, motivo por el cual hay que señalar que no es un desconocedor en modo alguno de prohibiciones expresas o implícitas que la función judicial tiene. Entre otras tantas, la de asistir a lugares donde se negocia por dinero, sexo, como son: lupanares, casas de cita, prostíbulos o whiskerías; todo ello tal como parecen indicar las referencias del lugar y las fuentes periodísticas que se han hecho eco del asunto y que así tomamos.
El nombrado juez, el día 15 de mayo pasado, consumó en un mismo acto una práctica de máxima falta de decoro en razón de su propia función de magistrado y, además, pudo estar contribuyendo con su visita a dicho prostíbulo -de serlo- al sometimiento de mujeres privadas de libertad y sujetas a explotación sexual y víctimas de la trata, pues pagó los servicios sexuales de una mujer de 31 años de origen paraguayo, quien es conocida en ese medio bajo el alias de Gatubela.

Sin embargo, a la cuestión que hasta ese momento, por lo dicho, ya tenía una gravedad importante, cabe agregarle que, como además ésos no son lugares donde se cuide demasiado la intimidad de los demandantes sexuales, todas las personas que podían ver al juez en tales menesteres, sin duda, habrán tenido una percepción bastante poco confiable de la imagen de la justicia, cuando quien tiene que velar por ella, está usufructuando de la eventual comisión de un delito anterior.
A lo cual, mayúscula se torna dicha desconfianza, por ser un juez de Ejecución de la pena y, por definición, quien conoce mejor que otros jueces el oscuro y tenebroso mundo que allende las cárceles se prodiga, especialmente con mujeres que se encuentran en prostíbulos.
El acontecimiento, por el cual éste salió del canon, fue porque la mujer o alguna otra persona -según relató el juez cuando solicitó una intervención policial- le había hurtado de su pantalón -dejado en una silla- una cifra de $3.000 y su tarjeta de crédito. Por ello, aguardó en la puerta del prostíbulo el móvil policial que había contactado por el 911 y, cuando éste llegó, les comentó a los uniformados el incidente y naturalmente sindicó a Gatubela como su hurtadora, quien reconoció que acababa de proveerle sexo pagado. La policía nada encontró en las diligencias preliminares.
Felizmente, la Corte Suprema de Justicia (CSJ) de la Provincia de Buenos Aires, tan pronto tomó conocimiento de este lamentable y gravísimo incidente, utilizando la normativa disciplinaria prevista, dispuso la inmediata suspensión por 90 días del juez y solicitó la intervención del Procurador General ante la Corte Provincial para que conociera el hecho y solicitara la destitución si lo creyera adecuado.

El caso demuestra que a veces los jueces no sólo comenten actos reñidos con la ética sino también con las mismas leyes, puesto que estaba -siempre con base en fuentes periodísticas- en un prostíbulo. Distinta sería la discusión -no por ello menos grave- si se hubiera tratado de un encuentro, aunque fuera con una meretriz, pero el lugar no fuese una casa de citas; al menos habría un agravante menos.
Pero decimos que además del acto contrario a toda ética, no puede obviarse el desatino en hacer el llamado policial para denunciar el hurto; con lo cual se consolida la tesis, salvo que haya que considerar que el juez es bastante tonto, algo que no tengo por qué creerlo; de que en rigor el nombrado magistrado tenía el convencimiento de que no estaba haciendo nada que fuera contrario a la misma dignidad de su cargo judicial.
Quizás sobrevolaba la idea en ese momento, de que los jueces tienen una vida privada similar a la de cualquier otra persona y, por lo tanto, nadie podría señalarle cuestión alguna, puesto que en ningún momento parece que hubiera hecho atributo de su condición judicial. Naturalmente que los actos privados de los jueces con trascendencia pública están alcanzados por el decoro, la honorabilidad y la prudencia como cualquier otro que cumpla en el ámbito público de su despacho judicial.

No dudamos de que el procurador General de la SCJ, Dr. Julio Conte Grand, habrá de trabajar con la mayor rigurosidad y severidad en este asunto. Es atípica, sin duda, la forma como ha concluido el “acontecimiento”, pero no la falta de habitualidad de jueces en dichos lugares.
Con lo sucedido con el juez Onildo Osvaldo Stemphelet la Justicia argentina ha sido, de nuevo, lacerada en su credibilidad y confianza pública, todo lo cual es remediado por el esfuerzo de tantos jueces que hacen diariamente lo que deben hacer y por la acción ejemplificadora que, no dudamos, el procurador General habrá de tener para con el asunto.
Por último digo, volviendo sobre el título. El juez Stemphelet durmió con Gatubela y amaneció con Batman.

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