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De las leyes al cine

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Un muy triste episodio personal terminó por mostrarle su real vocación a un postulante a abogado

Por Luis R. Carranza Torres

Entre los actores y las actrices que cambiaron los libros de leyes por las cámaras del cine, el caso de Gerard Butler resulta uno de los más particulares. Su transición no fue fruto de una decisión frente a mejores perspectivas sino del infortunio.
Originario de Glasgow, Escocia, siendo el menor de tres hermanos, temprano en su vida se vio afectado por el divorcio de sus padres, creciendo con la sola presencia de Margaret, su madre. No conocería a su padre hasta tener 16 años mientras cursaba el equivalente entre nosotros al secundario en la Saint Mirin’s y Saint Margaret’s High School.
Fue un buen estudiante y continuó con esa racha cuando se matriculó para estudiar Derecho en la Universidad de Glasgow, donde fue presidente de la Law Society en la Escuela de leyes.
Dicha organización, muy típica de las carreras legales en los países de inspiración jurídica anglosajona, administradas por los propios estudiantes, tienen como fin lograr una mayor y mejor comprensión de la práctica jurídica mientras cursan su carrera, merced a programas de mentoría y pasantías en estudios.
A la par de su presidencia, Gerard no se perdía fiesta universitaria alguna y tocaba, además, en una banda integrada por otros estudiantes. Su secretario en la Law Society era quien tocaba el bajo en la banda. Otro de los miembros de la banda, su compositor y guitarrista principal, trabajaba en la firma legal donde Gerard luego haría sus prácticas.

Luego de graduarse con honores en la School of Law, se tomó un año sabático yéndose a vivir a Venice Beach, en California. Trabajó en distintos empleos y viajó por gran parte de los Estados Unidos. Su costumbre de beber de más, según propia confesión, nació por ese entonces.
Luego de ese interregno, volvió a Escocia para iniciar las prácticas profesionales que le permitirían luego rendir para obtener su matrícula profesional.
Por ese tiempo, a su padre, con quien había desarrollado una relación cercana, le diagnosticaron cáncer terminal y murió. Fue una pérdida que conmovió mucho la vida de ese joven de 22 años.
El dolor por la pérdida afianzó la parte hedonista y autocomplaciente que traía en el carácter. Buscaba con qué calmar ese vacío y angustia que cargaba por dentro. Como lo diría él mismo: “Había pasado de ser un joven de 16 años que no podía esperar para arrebatar la vida a un joven de 22 años a quien no le importaba si moría mientras dormía”. El estudiante brillante y vivaz había perdido su rumbo en la vida.
Al regresar a Escocia, Butler no tuvo problemas, por sus antecedentes académicos, para conseguir un puesto para hacer sus prácticas en el área del derecho civil en uno de los mejores bufetes de abogados de Edimburgo. Pero en tanto en el ámbito profesional se le presentaban las mejores perspectivas, lo que ocurría en su vida personal le impedía aprovecharlas como se debía.
Para entonces su existencia, fuera del ámbito legal, era una fiesta permanente cada vez más fuera de control. Las historias sobre excesos en juergas del abogado practicante, como aplastar latas de cerveza con su propia cabeza o colgarse en la baranda de un barco de crucero cantando la canción Sailing, imitando a Rod Stewart, comenzaron a llegar al estudio.
Para peor, la fiesta en continuado que era su tiempo libre terminó impactando en su rendimiento laboral y una semana antes de terminar sus prácticas y que pudiera postularse para el examen por la matrícula, fue despedido por llegar tarde y concurrir ebrio al trabajo. En un instante, su vida se quedó sin perspectivas: sin trabajo ni posibilidad de matricularse para ejercer en lo que había estudiado. Luego recordaría, en una entrevista al diario USA Today: “Ése fue el peor día de mi vida, pero a la vez fue la mejor cosa que me pasó en la vida”.

Visto a la distancia, fue el golpe que necesitaba para reaccionar y levantar cabeza. Negándose a ser derrotado, Butler se dirigió a Londres, donde hizo varios trabajos de baja categoría, desde promoción telefónica hasta demostración de mercadería en ferias de juguetes.
Una vieja amiga suya, que conocía de las clases de teatro que tomó cuando adolescente en el Scottish Youth Theater, Sue Jones, estaba a cargo del casting para una obra de teatro y lo audicionó para interpretar a Coriolano. Fue aceptado y supuso su primer paso, a los 27 años, en una impensada carrera como actor que luego lo llevaría a consagrarse en Hollywood con éxito tras éxito, mostrando su ductilidad tanto para el drama como par la comedia o la acción.
Respecto a ese tránsito impensado, Butler ha expresado en alguna ocasión: “Hoy veo ese día de mi despido, que pensé el más triste de mi vida, como el mejor de mi existencia porque ahora adoro lo que hago y entonces lo odiaba. De alguna manera, el universo me dejó ir en busca de lo que me gustaba”.
Como dice el dicho, mi estimado Gerard: no hay mal que por bien no venga.

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