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Corazonadas equivocadas

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Actualmente, predominan en la Cancillería la superficialidad, la falta de estudio y la desinformación sobre las condiciones reinantes en el orden internacional. Por José Emilio Ortega y Santiago Martín Espósito (*)

El Gobierno argentino que asumió en 2015 anticipó apuestas en torno a la política exterior. “Volver al mundo” fue la premisa electoral macrista, refiriéndose a un planeta liso, sin jerarquías, donde lo importante era “la inserción inteligente» tratando de “desideologizar la política exterior”.
Acción y discurso delinearon un carácter pragmático y utilitario. La designación de Susana Malcorra como canciller fue sorpresiva y elocuente. Ingeniera, con pasado como CEO en Telecom, Malcorra se venía desempeñando como jefa de Gabinete de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), algo así como un gerente administrativo del entonces secretario General Ban Ki-Moon. Los desmedidos elogios iniciales -“el mejor cuadro que tiene Argentina en política”, la definía Macri- fueron derrumbándose y aflorando críticas cuando la funcionaria aplicada intentó -a destiempo y sin acuerdos serios- orientarse a su propia y fallida candidatura a secretaria General de la ONU.

Se sumó a ello una pésima lectura de la elección presidencial estadounidense, adelantando apoyo por un candidato -la derrotada Hillary Clinton- y una controversial declaración conjunta con el Reino Unido en la que se obvió la cuestión de la soberanía de las islas Malvinas en la agenda bilateral. Al salir Malcorra -se adujeron motivos personales- asumió Jorge Faurie, diplomático de carrera con especialización en protocolo -tuvo a su cargo el acto de asunción de Macri-. Continuó lineamientos políticos de su antecesora pero con -aún más- intrascendente perfil.
El Presidente estableció tres puntos centrales de agenda: la relación con la Unión Europea (UE, todavía incluyendo al Reino Unido) y Estados Unidos; la participación argentina en foros y organismos multilaterales; y vínculos regionales flexibles, enfatizando la Alianza del Pacífico, el acuerdo Mercosur-UE y el desmantelamiento de la Unasur, con posición firme de condena a Venezuela; reivindicando la liberalización del comercio en los ámbitos regional y global, así como un realineamiento con las potencias occidentales, especialmente con Estados Unidos, del que se esperaba inversión y financiamiento.

Pero el optimismo inicial sobre un mundo afín y de brazos abiertos dio lugar a una realidad más pesimista. Argentina buscó la inserción internacional en un mundo que ya no existe. Los organismos internacionales -organizaciones Mundial de Comercio (OMC) y de Cooperación para el Desarrollo (OCDE), y G-20- perdieron peso; Estados Unidos inició una etapa distinta en su posicionamiento internacional; y la UE no ha superado sus prejuicios para con nuestra región. Los principales países de América Latina están asumiendo su propia transición en ese mundo en cambio y nos llevan ventaja en su comprensión. La década del 90 y el optimismo neoliberal ocurrieron hace 20 años.
Así fue como el brexit, el creciente auge de los movimientos nacionalistas de derecha en Europa -que pusieron en jaque la idea misma de integración- y la enésima postergación del tan ansiado acuerdo entre la UE y el Mercosur -anunciado como inminente por la Cancillería argentina varias veces- pusieron en aprietos la política exterior argentina. El triunfo de Trump supondría el mayor golpe. Algún acuerdo por limones y el apoyo frente al reciente préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI) parecen los mayores logros de esta nueva etapa.

Morgenthau, padre de las relaciones internacionales, señaló que el éxito o el fracaso de una política exterior se determina por la importancia de las corazonadas correctas o equivocadas que tuvieran los responsables de aquélla. Argentina mostró en su historia cancilleres notables como Felipe Arana, quien por años condujo las relaciones exteriores de la Confederación Argentina; Estanislao Zeballos, quien ejerció el cargo en tres presidencias distintas, siendo referente del derecho internacional privado argentino; Luis María Drago (quien sentó una valiosa doctrina internacional); el Nobel Saavedra Lamas; incluso el cuestionado Ruiz Guiñazú. El justicialista Juan Bramuglia, quien presidió el Consejo de Seguridad de la ONU -mediando en el conflicto de Berlín-; el alfonsinista Dante Caputo, fundamental para que se concretase la firma del Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile -que concluyó el conflicto del Canal del Beagle- más los primeros acuerdos integracionistas con Brasil, e incluso el mismo Guido di Tella, apuntalando el Mercosur o impulsando el anticipado reconocimiento de los países de la ex URSS, bajo la presidencia Menem. Con virtudes y defectos, todos dejaron su impronta.

Hoy, en cambio, predominan en la Cancillería la superficialidad, la falta de estudio y la desinformación sobre las condiciones reinantes en el orden internacional.
El Gobierno intentó improvisar un equipo. Soslayó gravemente la trascendencia de la política exterior. La riesgosa decisión de concentrarse en ciertas regiones de Occidente se desarmó ante la complicación de los escenarios estadounidense y europeo. El ensañamiento con la irremediable Venezuela fue utilizado para consumo interno, como espantapájaros electoral, sin ninguna preocupación real por la suerte de la nación hermana.
Ante la coyuntura, que refleja una economía multipolar y el regreso de la disyuntiva entre proteccionismo o ampliación del libre comercio, Argentina debe replantear posiciones. No sólo mirando al Atlántico Norte sino también al diverso continente asiático y al centro de Europa, enormes regiones que -con sus variados matices- hoy parecen comprender mejor los basamentos de la globalización.

Tampoco se deben soslayar los aportes -conocimientos adquiridos, vínculos, experiencias, prácticas- provenientes de las estructuras de la integración regional alcanzada en Sudamérica, apuntando no sólo a conquistar mercados sino a poder articular algunos entendimientos, intra y extrarregión. En tiempo de incertidumbre, de crisis de esquemas, instituciones y hasta de sistemas, ciertas convicciones y firmes compromisos serán, como siempre en la historia de los Estados, bases para una buena corazonada y, quizás, un mejor antídoto.

(*) Docentes de Derecho Público Provincial y Municipal, UNC

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