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Carlos Fayt o cómo se honra la Justicia (I)

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 Por Silverio E. Escudero

Nacido en la ciudad de Salta, el 1 de febrero de 1918, Carlos Santiago Fayt ha sido uno de los faros de mayor brillo de la historia institucional de los argentinos. No fue, por cierto, producto de una casualidad. Es el resultado de la prolija construcción de un hombre libre, honrado, de buenas costumbres, comprometido con la suerte de la República, a la que ofrendó su vida austera, su aguda inteligencia y su abnegada dedicación al trabajo. Virtudes cardinales con las que supo honrar su condición de juez de la Corte Suprema de Justicia, sin haber tenido jamás ninguna denuncia ni causa judicial en su contra.
Si había una cualidad superlativa en el querido Carlos Fayt fue su enorme generosidad. Generosidad que se manifestó, en mi caso, cuando llegué a su puerta, con un manojo de preguntas, buscando respuestas que no había sido capaz de encontrar por mi natural torpeza e impericia en cuestiones ligadas a la Historia del Pensamiento y a la estructura jurídica de los Estados.
Es ése el Fayt generoso que vengo a reivindicar. Ese Fayt que, siendo apenas un adolescente, se negó a saludar al general José Félix Uriburu -de visita en octubre-noviembre de 1930 a la Escuela de Varones Nº 8- por su condición de “salteador de caminos que atenta contra el honor de las instituciones argentinas.”
Sería ese mismo adolescente el que encabezaría, desde el Centro de Estudiantes del Colegio Nacional Nicolás Avellaneda, la campaña nacional de solidaridad con las víctimas del terremoto de Sampacho (Córdoba), el 11 de junio de 1934. Experiencia organizativa que le serviría a la hora de ganar la calle “en defensa de los principios republicanos y democráticos” por los que luchaba el gobierno de la II República Española. Acción por la que fue declarado “peligro extremo para las autoridades del colegio”.
Se estaba delineando, al fragor de la batalla, la personalidad de un hombre probo; de un hombre que, hasta el último instante de su vida, dio combate al autoritarismo: ese que enferma a la sociedad porque para sostener su ilusorio poder debe mentir, debe odiar, debe asesinar la verdad.
Ésa fue la razón, el alfa y el omega de su desembarco en los territorios del Derecho. Canalizaba así una poderosa vocación política sabiendo “que las herramientas para gobernar y servir a la República estaban en el derecho. Eso lo comprendí estudiando Instrucción cívica en el colegio nacional. Es decir, mi vocación se orientaba claramente hacia el derecho. (…) porque (…) La sociedad se manifiesta como un complejo campo de fuerzas al que las estructuras jurídicas van condicionando. El derecho traduce formalmente toda redistribución de fuerzas, asegurando un orden relativamente estable, es decir, el orden deseable en ese momento dado. El poder político se mueve en el nivel de las fuerzas exteriores, que gravitan en el orden social, actuando como instancia superior en la función de dirección, que comprende la decisión, acción y sanción dentro de la organización social.”

Carlos Fayt, el hombre tenaz, dejó plasmado en un libro -el primero de cuarenta- cuáles serían sus motores, las ideas superiores, el perfil de un hombre de coraje. Todo está contenido en su Por una nueva Argentina. “En el prólogo -afirma- está el compromiso que tomé, vean lo que manifiesto: ‘Las materias esbozadas a lo largo de este ensayo serán motivo de una obra de largo aliento. Surge a la vida impulsado por la pasión ardiente de trabajar por la grandeza política, económica y moral de la República.”.
Es el desafío de este Diógenes nuestro, cuya tozudez hizo que se definiera a sí mismo como un demócrata dispuesto a enfrentar en mil batallas a los que conciben la política como un negocio, espurio e ilegal, que les hace transitar, protegidos por chicanas abogadiles, en calidad de procesados, los estrados judiciales.
Fue un demócrata “en toda la extensión que le doy a la palabra, y que he expresado en mis libros”, solía decir a sus alumnos. “Creo, sinceramente, en la vieja máxima de la Ston griega (de los estoicos) que en su templete pusieron que ‘el hombre sea sagrado para el hombre’. Todavía a lo largo de la historia no lo ha sido, pero creo en eso.
De manera que no estoy apasionado por ideología alguna, soy crítico de ellas, de las ideologías, es decir, tengo la suficiente experiencia por haber estudiado y por haber vivido que las ideologías existen y seguirán existiendo, pero no traen la solución de las cosas. Sé que son espurias, que no tienen sustancia, lo otro sí, pero creo que la democracia contemporánea que gradualmente va adquiriendo forma y contenido no es la democracia gobernada, la democracia puramente representativa, sino la democracia gobernante.
Vean ustedes, esto que tenemos en las calles es un embrión de un grupo de tensión social, alimentado con las arcas del Estado, que no tiene una noción clara políticamente de sus derechos. Sólo el hombre, convertido en ciudadano y en demócrata, puede traer mejores soluciones. Pregúnteles por quién votaron, ellos podían manejar de otra manera y están dando un espectáculo cercano al ridículo. Yo lo siento porque es gente que tiene en el sufragio la herramienta política sustancial para los cambios históricos.”

 

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