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Bertrand Russell, un amante de la libertad

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Por Silverio E. Escudero

Lo más difícil de aprender en la vida es qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar”. Bertrand Russell

Hace poco más de cuatro décadas un libro y su autor tomaron por asalto nuestra ciudadela. El conquistador, que era hijo del duque de Belford, al amanecer comenzó con sus maniobras militares. La artillería ocupó las alturas, mientras sus arqueros y la caballería desfilaron frente a las murallas rindiendo la plaza, tras duro enfrentamiento contra mi tosquedad. Bertrand Arthur William Russell, el “general triunfante”, a partir de ese instante sería nuestro comandante; el jefe espiritual que sabe llevarnos de la mano por los meandros del pensamiento mientras descorre velos para que sumemos a nuestro bagaje su poderoso arsenal. Conmina a quien lo aprehende no seguir ídolos de barro, líderes vociferantes, multitudes sin rumbo, no ser parte del rebaño y ser libre para, desde ese nuevo otero, construir, ahora sí la plataforma de reflexión que nos acompañará por siempre.

Descubrir a Russell supone uno de los más apasionantes desafíos que el hombre puede intentar en el campo del conocimiento. Su vida –rica, turbulenta, pasional- permite acercarnos a uno de los más influyentes matemáticos y filósofos del siglo XX. Es un hombre de su tiempo. Capaz de sentarse –con toda naturalidad- en medio de sus pares en la Cámara de Lores o de ser un preso de conciencia en la cárcel de Brixton, por su apasionada batalla por la paz con la que intentaba, en gesto desesperado, frenar la Primera Guerra Mundial.
Las dos guerras mundiales, la guerra del Vietnam, la Guerra Fría, la partición de Alemania, el problema árabe-israelí, el magnicidio del presidente Kennedy, la creación del “Comité Británico ¿Quién mató a Kennedy?”, su apoyo a la resistencia griega en 1963, la constitución del Comité de los Cien Bertrand Russell en favor de la resistencia no-violenta al armamentismo, el monitoreo de las tensiones Israel-Egipto, el drama de los judíos en la Unión Soviética, el problema limítrofe entre China-India en 1962 y sus novedosas ideas sobre la educación cristalizadas en la fundación de la Beachon Hill School son parte de un extraordinario mosaico que permite asomarnos al perfil de un Russell apasionante.

Conoció como pocos la soledad de los precursores. Nadie estuvo antes que él en la trinchera reclamando el derecho de nuestras mujeres a votar, en defensa del amor libre y el rol de la mujer en la sociedad. Posiciones que, en su tiempo, eran condenadas por una sociedad victoriana que no quería enfrentarse con sus propias miserias, con sus propios encorsetamientos. Un modelo de conducta represivo según el cual la sexualidad funcionaba solamente dentro del matrimonio y la mujer no tenía ninguna función política, pues carecía del derecho de ciudadanía.
Es la quintaesencia del rebelde. En 1917, tras publicar una carta apoyando la posibilidad de la paz con Alemania, lo que habría ahorrado miles y miles de muertes, fue condenado no sólo por las autoridades judiciales sino por la sociedad británica. No sería la última vez que fue a prisión. Fue acusado -en 1961- de incitar a la desobediencia civil, cuando contaba casi con noventa años. Un tribunal inglés no dudó en condenarlo a siete días de prisión, para desesperación del primer ministro Harold MacMillan, quien intentaba amortiguar la ola de protesta que se originó en todo el mundo.
Russell era -es- un apasionado por la libertad, el pacifismo, el nuevo rol de la mujer en la sociedad y por la necesidad de una nueva educación que libere el espíritu de prejuicios y restricciones sin sentido, propias de los dogmatismos religiosos, a los que desnuda y muestra en sus miserias más profundas despertando la ira de los reaccionarios de todo el mundo que se solazan quemando muñecos con su fotografía o integrando su nombre a la lista de autores prohibidos por todas las dictaduras y todos los autócratas.

En su ensayo titulado Educación y disciplina, Russell precisó su propio concepto sobre la rebeldía. Dice: “Los rebeldes aunque puedan ser necesarios, difícilmente pueden ser justos con lo existente. Añádase que son muchas las clases de rebeldía y solamente una pequeña parte de los rebeldes son sabios. Galileo fue un rebelde y fue sabio; los que creen en la teoría de que la tierra es plana son rebeldes igualmente, pero son unos ignorantes. Hay un gran peligro en la tendencia a suponer que la oposición a la autoridad es esencialmente meritoria y que las opiniones libres son correctas con mayor probabilidad; ningún propósito útil queda servido rompiendo faroles o sosteniendo que Shakespeare no es poeta. Y, sin embargo, esta rebeldía excesiva es muchas veces el efecto que produce en los niños con espíritu un exceso de autoridad. Y cuando los rebeldes se hacen educadores muchas veces provocan el desafío por parte de sus alumnos para los que al mismo tiempo están tratando de formar un ambiente perfecto, aunque estos dos fines sean escasamente compatibles.
Lo deseable no es la sumisión ni rebeldía, sino buen carácter y general afabilidad, tanto para las personas como para con las nuevas ideas”.

 

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