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Seis grandes cadenas concentran casi nueve de cada diez compras de alimentos

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Es imperioso reconstruir el tejido comercial local y regional destruido por décadas de neoliberalismo. La recreación de las redes locales de provisión y consumo crea sociedad y fortalece las economías regionales

Por Javier De Pascuale – [email protected]

Las góndolas de seis grandes cadenas de distribución, de las cuales cuatro pertenecen a capitales extranjeros, concentran 89% de las ventas de productos alimentaros en Argentina, según cifras oficiales difundidas por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).
Sobre una veintena de países con los mercados más desarrollados del mundo, Argentina tiene uno de los sistemas de distribución más concentrados, lo que perjudica por igual tanto a las familias como a los productores. Pero el país, es necesario recordarlo, no siempre sufrió esta situación. Hoy estamos pagando el precio de la destrucción de los canales de distribución que naturalmente, con el desarrollo de las ciudades y el comercio, se fueron construyendo en el país desde los tiempos de la colonia hasta las últimas décadas.
Una construcción de la que fueron parte no sólo familias y grupos de comerciantes asentados en cada uno de los pueblos y ciudades, sino en la que también tallaron los trabajadores organizados en forma de sociedades de beneficencia, socorros mutuos o en mutuales y cooperativas de consumidores. Hasta los años 90 del último siglo, una quinta parte de las bocas de supermercados de todo el país era cooperativa, otro tanto era pyme y esas cadenas locales o regionales eran secundadas por pequeños autoservicios de barrio, despensas y comercios polirrubro que formaban una densa trama comercial por la cual respiraba el comercio de las regiones y las provincias. Eso hasta que se asentaron en el país las grandes cadenas extranjeras con formatos comerciales importados, que a la postre fueron una tragedia para miles y miles de pequeños comerciantes que fueron expulsados de la actividad.

Porque el esquema distribuidor concentrado, al tiempo que ahorra costos internos de su propia gestión -vía importación de productos bajo dumping comercial o uso de modalidades de contratación “basura”-, crea costos logísticos derivados de la “debilidad congénita” con la que nace: destruyendo redes locales de provisión y consumo. El problema es que externaliza esos costos hacia los eslabones más débiles de la cadena de consumo: los productores y los consumidores finales, de modo que fija condiciones extorsivas al productor y aplica una tasa de ganancia desmesurada a las familias compradoras.
Nótese el modelo de negocios que en algunos casos adquiere visos de perversión: pago de salarios bajos a su personal más las mil formas de la explotación laboral vía contratos part-time, pasantías y tercerizaciones a empresas vinculadas, políticas extorsivas a la industria y la producción local, precios abusivos.
Gracias a la gran cantidad de compras a proveedores dispersos por el mundo -los cuales muchas veces se valen de una explotación extrema de la fuerza de trabajo-, muchas de estas compañías internacionales de consumo logran el establecimiento de los llamados “precios predatorios”, con los cuales se destruye cualquier atisbo de competencia del sector comercial pyme o mipyme. Y en muchos casos, el retail internacional se da el lujo de tomarse el tiempo para hacerlo: llegan a un país, se establecen en una gran ciudad y durante un período que puede durar tres, cuatro o cinco años, venden a precios por debajo de costo local, al tiempo que fidelizan clientela y destruyen la red circundante de comercios de proximidad.
Durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández estas grandes cadenas de hipermercados fueron uno de los grandes ganadores de la economía argentina. Gracias al sostenido crecimiento del consumo popular, tanto los supermercados como las empresas de alimentos fueron dos de los sectores empresariales que más crecieron durante 12 años.
Sin embargo, este crecimiento no “derramó” en la economía de los campesinos y los productores familiares, quienes generan cerca de 70 por ciento de los alimentos que se consumen en el país. Al no controlar los precios de los insumos que necesitan ni tener la logística suficiente para transportar y refrigerar, los productores venden a los precios que les impone una industria alimentaria altamente concentrada y cadenas de supermercados, que se quedan con gran parte de la ganancia, “inflando” los precios de los alimentos en más de mil por ciento, entre la tranquera y la góndola.
Para peor, los “dueños del consumo” fueron los encargados por estos gobiernos (y el actual) de “cuidar los precios” de 500 productos de la canasta básica. Aunque con buenas intenciones, el programa Precios Cuidados finalmente alimentó la concentración y conspiró contra una verdadera política de gestión de distribución masiva de alimentos en Argentina, que es lo que el país necesita.

Es necesario reconstruir el tejido local y regional destruido por décadas de neoliberalismo.
La recreación de las redes locales de provisión y consumo crea sociedad al tiempo que fortalece las economías regionales y, por ende, la cultura y la vida de los grupos sociales involucrados. Crea alianzas interclases y destruye el corsé social que trae aparejada la concentración económica.
Son varios los esfuerzos que han realizado el Estado y la sociedad en ese sentido, pero la realidad de años de crecimiento económico y enorme inversión social con el resultado de pobreza persistente y exclusión galopante exige evidentemente otra cosa, otra política: una estrategia de intervención que recupere el poder estatal de regulación y el poder ciudadano de construcción de lazos.
Argentina tuvo más de 300 supermercados obreros y aún hoy tiene la cooperativa de consumo más grande de América del Sur. El camino está señalado, hay que profundizarlo.

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