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Nacionalismo y globalización – 75 Aniversario

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Por Silverio Enrique Escudero

Resulta una tarea compleja encontrar las ideas fuerzas que marcaran el devenir histórico de la humanidad. Es que la muestra sometida a análisis es insuficiente. Son apenas tres lustros de marchas y contramarchas. Quince años de guerras, muerte, enfermedades, catástrofes, destrucción, mentiras, falsedades.
Somos protagonistas y testigos de cómo, a escala internacional, se incrementan las desigualdades económicas y sociales. La profundización de la brecha entre el Primer y el Tercer Mundo no ha desaparecido, pese a los discursos de buena voluntad, sino, por el contrario, se ha profundizado. Y miramos azorados como sobre vastas regiones del mundo pende la amenaza de quedar excluidas de todo desarrollo económico. Ésa es una de las causas de los crecientes movimientos migratorios y éxodos forzosos, cuyos efectos las sociedades no alcanzan a comprender ya que van adquiriendo perfiles nuevos, diversos, multiculturales y multiétnicos.

Es una verdad de Perogrullo sostener que la globalización económica ha modificado sustancialmente al Estado nacional y al sistema internacional concebido para regular las relaciones entre Estados. Las crecientes desigualdades, la desintegración de los grandes imperios, las ideas de restauración del ideal imperial, el sueño de una sociedad “de orden y respeto” bañada en la sangre de los opositores son, apenas, una muestra homeopática por donde debieron transitar esos pueblos, esas naciones.
La búsqueda de las claves de este tiempo es compleja. Nuestra encuesta a “políticos de nota” sorprende por la pobreza conceptual. El refugio en lugares comunes es un muy mal augurio. No tienen respuesta a los requerimientos de de sociedad que ha visto transformar a los Estados Nacionales en una máquina competitiva cuyos tripulantes aún no han siquiera desplegado su manual de uso, frente a un mercado que exige sumisión a sus leyes que descreen de las políticas sociales como factor de cohesión social.

Las consecuencias de ese proceso, según anota la Escuela de Economía alemana radicada en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Frankfurt, son: a) procesos democráticos que se estrellan cada vez más contra los dictados del mercado mundial y las coacciones del flujo internacional del capital; b) crecimiento de las desigualdades sociales y los procesos de fragmentación se incrementan, no sólo a escala internacional sino también hacia el interior profundo de las sociedades nacionales; c) la globalización significa una modalidad internacional casi ilimitada del capital, mientras “los trabajadores siguen siendo confinados al interior de las fronteras nacionales. En consecuencia, las sociedades pueden ser presionadas sistemáticamente a una competencia agudizada y, los segmentos nacionales de los asalariados utilizados con mayor facilidad, para enfrentarlos entre sí”.

Ante la gravedad –incomprendida- de la crisis resurge, exaltado, un nacionalismo cerril. Propone cosas imposibles. Se monta en la creciente inseguridad social y en la fragmentación de la sociedad. Este nuevo nacionalismo, al que suelen echar mano con notable frecuencia los populismos latinoamericanos cuando agotan sus recetas, es de extrema derecha, racista y ultra religioso. Razón esta última que lo hace propenso a meterse entre las sábanas de hombres y mujeres libres para dictar normas de convivencia basadas en una moralina perversa, cargada de odios y fundamentalismos religiosos, propia de aquellos que se creen elegidos para “guiar al mundo”.
La marginación económica y la segregación social concurren asociadas a la desintegración de las sociedades y del Estado. Agudizan los conflictos étnicos y raciales. Promueven el resurgimiento de antiguos odios y crean nuevos, tratando de forjar un nuevo modelo social basado en el privilegio de la sangre o adquiriendo, con la fe de los conversos, modos de conducta que a poco de andar se contrapondrán a la idea de Liberación Nacional que se suele esgrimir desde sus más altos atriles.

Quizás para clarificar nuestras ideas sea menester recurrir a ejemplos. La mayoría de los tratadistas indican que la guerra de los Balcanes –a lo largo de su trágica histórica- lo es. Fue banco de pruebas de la política internacional. La muerte de su líder –el mariscal Tito-, el derrumbe económico de Yugoslavia, la diáspora de las naciones que la componen y su retorno a las fronteras de 1918, crearon un clima propicio para consolidar un nuevo estatus político. Los nacionalismos, mezquinos, lejos de propiciar la liberación de sus pueblos, crearon –ciertamente- un clima singular que facilitó el proceso de anexión de esas noveles naciones por parte de la Unión Europea, en condiciones infrahumanas.
Hemos superado los límites comarcales. Quedan pendientes cientos de preguntas. Tantas que merecerían un tratamiento especial cada una de ellas. ¿Por qué razón los nacionalismos jamás han planteado –con seriedad- procesos de Liberación Nacional para sus naciones y, en cambio, han sido funcionales al gran capital? n

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