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Epílogos del autonomismo médico

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Por Armando S. Andruet (h)*

twitter: @armandosandruet

Desde hace más de dos décadas estoy vinculado con los ámbitos académicos de la medicina y brindo mis clases en posgrado y pregrado con materias que surcan los desafíos la ética médica, la bioética y la historia de la medicina.
En función de ello, advierto los modos en los que los estudiantes de Medicina y luego los médicos asimilan los nuevos paradigmas profesionales que los tiempos modernos, de manera impiadosa y a la vez atractiva, han inculcado en las nuevas maneras de representar la disciplina que Hipócrates en el siglo V aC pudo racionalizar y, con ello, retirarla del confuso marco teúrgico en el cual se encontraba.
Los signos temporales contemporáneos han deparado una práctica médica eficaz en la mayoría de los casos para la cura real de las enfermedades: aparatología sofisticada que asegura, en la mayoría de las veces, pronósticos vitales bien ajustados a lo que sucederá, como también condiciones moralmente más adecuadas para la dignidad de la vida cuando el proceso de morir resulta el desenlace adecuado para ese caso.

Muchas personas entonces pueden tener una fuerte inspiración para considerar que el estándar de una salud perfecta está hoy próxima a algunas personas. Y en realidad es así. No con ello digo que las personas habrán de ser inmortales sino de que algunas de ellas, en cuanto tengan capacidad económica, podrán acceder a medicamentos, fármacos, terapias, tratamientos y tecnologías de convergencia para el desarrollo humano. Dichas personas, sin duda, habrán de estar en condiciones superiores de sobrevida que el resto.
Tal aspecto no debería sorprendernos. Hoy mismo decenas de migrantes (por guerras, pobreza, ideologías, sexo, raza, etcétera) mueren por la falta de un antibiótico convencional y primario. La enfermedad asociada a la muerte, para miles de personas seguirá siendo la única alternativa. Para otros, en cambio, la enfermedad no siempre es muerte. En muchas ocasiones es sólo un tránsito patológico más o menos grave.

Lo cierto es que en términos generales los procesos de morir de los pacientes no dicen del fracaso de la medicina, sino de la finitud humana y de que la ciencia, aun habiendo ido mucho más allá de lo que Francis Bacon (s. XVI) aspiraba, no ha logrado –felizmente- expulsar a la muerte como desiderátum del hombre. En tales instancias, la práctica médica ha tenido diferentes comportamientos y, por ello, bien se puede decir que en tal trance los procesos de relación médico-paciente se ven profundamente cuestionados.
Ello así, porque nunca es lo mismo para un médico tener que brindar a su paciente una noticia como decirle que tiene una enfermedad grave en lugar de informarle que se habrá de morir. Eso es siempre trágico para el hombre, aun para aquel que escatológicamente juzgue dicho momento como de plenitud.
En dicho tema, de cómo trasladan los médicos las malas o trágicas noticias, se ha puesto un gran esfuerzo en las generaciones jóvenes de profesionales. Porque ellos se han formado en una tradición médica implicada en las prácticas biomédicas desde la clínica y con notable disminución en algunos supuestos de los procesos de relacionamiento interpersonal entre el médico y el paciente. Muchas veces producido por la hipertrofia de las especialidades médicas y por los componentes dinámicos: seguros, administración, economía, prestadores, jueces y familiares que inciden activamente en la relación clínica.
Posiblemente lo que muchas corrientes bioéticas modernas postulan como un gran éxito de la práctica médica es haber dado fin a comportamientos profesionales paternalistas con el enfermo y con ello, alcanzar relevancia al autonomismo médico del paciente, lo que es sin duda ventajoso.

Aunque tampoco se puede ocultar el impacto negativo, que en orden a la construcción interna de la relación dialógica médico-paciente ha producido.
Digo, entonces, que buena parte de la consecuencia de lo planteado como impacto negativo para la práctica de la medicina encuentra raíces en la ruptura de la relación médico-paciente en la lucha contra el paternalismo médico, triunfando el modelo autonomista. Con ello, no niego la importancia de la autonomía de las personas enfermas para tomar las mejores decisiones individuales, pero -apunto- el desafío de la comprensión de la dimensión autonómica del hombre es en cuanto el hombre se vincula con los otros y la práctica médica es un ejemplo de ello.
Con lo dicho ahora preciso: la tecnología médica empieza a socavar los pivotes más hondos de la relación médico-paciente y la coloca a ella cada vez más cerca de una relación signada por el curso científico, en la que lo interpersonal queda opacado, por el valor asertivo de lo científico. Para ser más claro, hoy en día a ningún médico se le ocurriría controlar la temperatura de su enfermo, poniéndole su mano en el rostro; sin embargo, si lo hiciera, el enfermo no debería sentirse violentado, pues el ejercicio de la medicina tiene vinculación en el cuerpo del otro enfermo, el cual se mira, toca y escucha.
Dichas realizaciones sensoriales, a la vez, se encierran en el marco de una relación médico-paciente que connota la totalidad de actos médicos que a lo largo de dicha relación se pueden cumplir. Por ejemplo, quizás la más trágica de ellas, sea cuando el médico debe informar a su paciente que se habrá de morir.
Paradójicamente, de una cuestión tan delicada no existen muchos ejercicios por los cuales se entrenan a los médicos para cumplirla; y, por ello, se comienzan a visualizar efectos deletéreos para la relación médico-paciente en diferentes momentos de esa vinculación, como consecuencia de la implicancia de lo que en términos generales se ha denominado telemedicina.
Ella no significa otra cosa que la prestación de servicios médicos a distancia, para cuya implementación se emplean tecnologías de la información y las comunicaciones. Una de las aplicaciones que comenzamos a reconocer con mayor inmediatez, es la existencia de “video consultas médicas” o “consultas virtuales”, para las cuales, se muestran como beneficios para los pacientes el ahorro temporal de esperas, evitar traslados y la nula exposición a gérmenes en las salas de espera. Para los médicos, su crédito está en que flexibiliza la agenda de atención y produce una suerte de consultorio móvil. Los prestadores también ahorran costos operativos y demás cuestiones financieras.

Sin embargo, nadie parece preguntarse con detalle si ello es auténticamente un acto médico en su sentido genuino; con independencia de que esté siendo atendido el paciente por un médico. Mas un médico que no puede auscultar, que está en condiciones sólo de poder hacer un diagnóstico presunto sobre síntomas relatados por el paciente y una imposibilidad de acceder al signo clínico de la patología pone en seria duda, si realmente estamos frente a una práctica médica.
Pero pensemos, ahora, otro capítulo también grave; que es cuando al paciente no se le informa en modo personal que habrá de morir sino cuando esa acción profundamente humana le es destacada por intermedio de una fase de telemedicina, mediante un robot que ingresa al cuarto de internación y que en su pantalla, un médico a quien no conoce, le señala con buen tono, que no podrá volver a casa, porque los estudios recientes indican, que sus pulmones no tiene funcionalidad, por lo cual morirá en los próximos días.
El día 5 de marzo pasado, el siguiente al recibir la infausta noticia por un robot médico, el Sr. E. Quintana de 78 años moría en el Kaiser Permanente en Fremont (California). Fue su nieta, quien se encontraba en el cuarto con él, quien tuvo que explicarle lo que el médico de la pantalla decía, puesto que su sordera no le permitía codificar el luctuoso mensaje. (vide https://www.theepochtimes.com/family-upset-after-doctor-delivers-bad-news-via-hospital-robot_2830352.html).

La relación médico-paciente en el futuro será intermediada por la telemedicina y, por ello, menos personal; seguramente, en algunos campos, serán muy beneficiosa. Ahora bien, este proceso objetivado de información, al menos en este caso, no ha sido valioso en clave de cuidado y dignidad del enfermo. Todos sabemos sobre el valor reconfortante del médico próximo. Y este capítulo puede ser el prólogo del nuevo paradigma médico contemporáneo y, por ello, la razón del comentario.
Un mundo más tecnológico, con mayor gravitación de las impensables aplicaciones de la inteligencia artificial, amenaza con ser disruptivo de lo humano en diversos ámbitos; ello es innegable, ¿pero los hombres estamos dispuestos a ser considerados cada vez menos humanos?

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