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Desde “la huella de un coloso” hasta “un cielo personal”, las muestras del Caraffa interpelan al espectador

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El arte, como expresión de un punto de partida, desde la denuncia, como enlace de cuerpos y génesis de rituales y movimientos, se abre paso en las manos de Leonardo Gotleyb, Diana Dowek, Ramiro González Etchagüe, Marina De Caro, Juan Carlos Antuña, Leonardo Herrera y Alejandra Espinosa

Por Laura Pantoja – [email protected]

Los amantes de las artes plásticas tienen un nueva oportunidad para recorrer seis nuevas muestras individuales en el Museo Emilio Caraffa, a partir de su inauguración el pasado 12 de septiembre, cuya puesta se extenderá hasta el 1 de diciembre.
En la sala 1 se puede visitar la muestra El transbordador. La huella de un coloso, de Leonardo Gotleyb, oriundo de Resistencia, Chaco, nacido en 1958. Este artista viene desarrollando, desde hace más de 20 años, una potente obra que toma el paisaje urbano como punto de partida para reflexionar sobre los modos de apropiación territorial de las sociedades occidentales.
La utilización de la xilografía como medio y la enseñanza de esta antigua técnica en el ámbito académico lo ubican como uno de los más destacados representantes del grabado argentino, según indican fuentes del Museo Emilio Caraffa.

Las colosales arquitecturas de la industria, emplazadas en La Boca del Riachuelo, como parte de un inconcluso proyecto de país, no casualmente conviven con representaciones escultóricas de fauna en vías de extinción. Sus pieles, construidas con impresiones de los tacos xilográficos, realizadas sobre radiografías recicladas, son una ineludible referencia al efecto devastador que vislumbramos ahora, como ciudadanos del mundo, en las metrópolis de la era postindustrial.
En las salas 2 y 3 se exhibe Ensayo sobre el mal, con curaduría de María Laura Rodríguez Mayol, una muestra que reúne una gran cantidad de obras de Diana Dowek, nacida en Buenos Aires en 1942. En ambas salas se organiza un conjunto que recorre la larga y consistente trayectoria de la artista. Se perciben también los datos históricos que se revelan en toda su producción (puesto que construye sus obras partiendo de imágenes de la prensa, los medios y las redes sociales), donde se advierte un relato coherente y atemporal, que pone en evidencia los mecanismos mediante los cuales el mundo funciona para algunos, en desmedro de tantos.
Como testigo de su tiempo y desde una posición de denuncia, Dowek ha construido toda su carrera con la convicción de que el arte puede aportar algo significativo para influir en el mundo. Esta artista, actualmente, vive y trabaja en Buenos Aires.

En la Sala 4 continúa la exposición Transpaiting | Spectrum, de Ramiro González Etchagüe (Tostado, Santa Fe, 1981). “Transpainting! se refiere, en principio, a una transgresión del propio lenguaje: la pintura busca abandonar su sentido representativo y ocupar el espacio real.
Esta nueva edición tiene como protagonista a “Spectrum”, una instalación de piezas colgantes que evoluciona en este espacio y se denomina así, para hacer énfasis en el marco conceptual de su obra, desde donde aborda la deconstrucción de la pintura y la jerarquización del color para crear un nuevo paisaje en este sitio específico.
Así, propone una nueva y singular experiencia a los espectadores, en contacto cuerpo a cuerpo con los elementos fundamentales de esta disciplina. Esta obra tiene un fuerte carácter evolutivo que permite al artista pensar múltiples alternativas de montaje, para así ofrecer múltiples maneras de habitar y recorrer un mismo espacio.

Más recorrido
Continuando el recorrido, en las sala 5 se puede apreciar Arquitectura de un conjuro, una muestra de Marina De Caro (Mar del Plata, 1961), con curaduría de Claudia Santanera.
La muestra se propone como un recorrido a través del dibujo y la escultura en torno a diferentes interrogantes artísticos que la obra de De Caro aborda desde los inicios de su carrera, hace más de 30 años.
Su cualidad experimental y la capacidad expresiva de la mancha y de la línea en correspondencia con su origen en el arte textil, proponen pensamientos de actualidad acerca de la relación cuerpo-movimiento que desbordan los límites del plano para remitirnos a los gestos ancestrales de la danza o el ritual.
Cada imagen se despliega, persiste o regresa en otra, generando una dinámica esencialmente móvil y cambiante. De esta sucesión de ideas nace una poética en torno al arte motivada por las preocupaciones más profundas de la creación y la propia práctica artística. De Caro vive y trabaja en Buenos Aires.

En la Sala 6, se presenta Bizarrococó. Inquietantes frutos blandos, una muestra escultórica de Juan Carlos Antuña (Córdoba, 1956).
La tradición escultórica académica y occidental determinó en sus principios más conocidos que las reglas del dibujo determinan el posterior desarrollo de la pintura y la escultura: patrones, medidas, proporciones y potencias compositivas se aúnan para construir cualquier representación visual. “Ese proyecto constructivo admite que todo lo que sucede en una escultura, por ejemplo, se establece de una sola vez para siempre, un hilo flojo en el diseño interior y todo el edificio se derrumba, inevitablemente”, enfatizan los referentes del museo.
“El sentido del todo condiciona las partes y cada parte es la expresión perfecta de una matemática infinita, como una gran máquina”, agregan. La obra de Antuña muestra una versión distinta, no sólo admite la contemporaneidad de sus experimentos morfológicos en el contexto actual sino que, también, provoca risas frente a los dogmas establecidos por la tradición.

Por su parte, en la sala 7, se exhibe la muestra Entre la chispa y el yunque, de Leonardo Herrera (Lucio V. Mansilla, Córdoba, 1954), que presenta una serie de obras, dibujos y grabados, donde los rostros son protagonistas. Destacada por trazos fuertes, por texturas vibrantes, planos definidos y una gran destreza formal que permiten advertir que el dibujo modula un lenguaje perfecto y transparente.

Finalmente, en las salas 8 y 9 se puede visitar Un cielo personal, de Alejandra Espinosa (Oncativo, Córdoba, 1968), una muestra que reúne dibujos y esculturas, donde no desdeña el caos preexistente, por lo contrario, se toma de él lo que contiene de verdad, antes que el lenguaje ejerza su opacidad.
“Como quien participa de una consciencia que aglutina temporalidades diversas, construye un mundo fantástico, o acaso fantasmal, para narrar experiencias universales”, advierte el museo. Con obscuros seres antropomorfos relata angustias, dolores, tristezas y violencias tan viejas como la humanidad. Se vale de versiones del Génesis, del Tarot, de cosmologías orientales, e incluso referencias visuales de antiguas culturas americanas.

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