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Abril 30 de 1975: el último helicóptero de EEUU dice “adiós” a Saigón

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Nada ha sido igual en el siglo XX después de la guerra de Vietnam. Parió un mundo diferente. Un mundo donde fueron derrotados el colonialismo francés en la Primera Guerra de Indochina y Estados Unidos en la guerra de Vietnam.

La radio, junto a los diarios y revistas semanales, alimentaron el ansia de información. 

Reseñaban las alternativas de la invasión y la derrota de Estados Unidos a manos del Vietcong, la valiente guerrilla survietnamita que apoyaba al Ejército de la República Democrática de Vietnam -o Vietnam del Norte-, bajo las órdenes del general Võ Nguyên Giáp.

Las fotografías de época apenas sí reflejan instantes del infierno. Los bombardeos continuos con napalm -una gasolina gelatinosa que produce una combustión más duradera- junto a defoliantes intentaban convertir en un desierto la península de Indochina, matando todo ser viviente.

Un reportero vietnamita conocido como Nich Ut capturó una fotografía clave para profundizar las denuncias por crímenes de guerra cometidos por la Casa Blanca. 

En la instantánea se ve a unos niños aterrados que huían del napalm lanzado por fuerzas estadounidenses. En el centro de la imagen está desnuda una niña, llamada Phan Thị Kim Phúc, que había sido abrazada por llamas que alcanzaban temperaturas de hasta 1.200 grados centígrados.

El periódico The New York Times afirma que la foto “alimentó el creciente sentimiento antibélico en Estados Unidos y tal vez apresuró el final de la guerra”.​ Final que se alimentaba a diario con las filas de ataúdes y bolsas negras con combatientes muertos en el frente de batalla.

La protesta antibelicista estalló en algún rincón de los campus de las universidades estadounidenses. Pronto el reclamo desbordó y ganó las calles. Pese al esfuerzo militante, el movimiento estudiantil se mostró impotente. Era una tarea demasiado importante para el asambleísmo universitario. 

Todo se ordenó cuando los hippies asumieron la conducción estratégica de la resistencia. 

Los primeros gritos no estaban dirigidos contra la guerra en sí misma sino contra el arbitrario sistema de reclutamiento de soldados. A finales de mayo de 1964, cuando la mayoría de los americanos apoyaba la guerra, apareció en el New York Herald Tribune un anuncio firmado por 140 hombres en edad de ser reclutados diciendo que no lucharían en el sureste asiático si eran llamados a filas.

Un año antes, Bob Dylan cantó por primera vez The Times They Are A-Changin. En ese año de 1964, algunos pacifistas, como Pete Seeger, comenzaron a alzar su voz contra la guerra dirigida por la Casa Blanca. El 2 de julio, el Congreso promulgó la que quizá sea la única contribución del presidente Lyndon B. Johnson a la historia de EEUU: la Ley de Derechos Civiles, que prohíbe la aplicación desigual de los requisitos de registro de votantes y la segregación racial en las escuelas, en el lugar de trabajo e instalaciones que sirvan al público en general. 

Un día después, un grupo de manifestantes liderados por el activista David Dellinger, la cantante Joan Baez y los actores Jane y Peter Fonda, se reunió en la plaza Lafayette para protestar contra la guerra de Vietnam. Justo al frente de la Casa Blanca. 

Pero el sistema de reclutamiento, tan sencillo como injusto, es una herida que no deja de supurar. “Todo joven varón sano y que no estuviese matriculado en una universidad debía alistarse forzosamente”, se lee en la cartilla de reclutamiento. 

Posteriormente, se ponían todos los nombres elegibles en un mismo nivel y se asignaba un número de reclutamiento basado en sus fechas de nacimiento. Por medio de un sorteo se iban eligiendo los nombres de los futuros soldados y se les asignaban campo de entrenamiento. 

Después de la instrucción, la selva era su destino. El resultado era el de siempre. Los jóvenes pobres se convertían en carne de cañón de una guerra para la que nunca habían sido preparados.

Con lentitud se conmovieron los cimientos de la sociedad estadounidense pero aun así se negó a reconocer lo evidente. Desde 1964 y durante los siguientes cuatro años la aviación  realizó más de 300.000 salidas rumbo a Vietnam del Norte. 

Según expertos militares, los aviones arrojaron 500 kilos de explosivo por minuto en un intento desesperado de combatir a un enemigo que se les volvía invisible. Solo en 1972, los Phantom II F-4, A-6 Intruder o los F-100 y F-105 norteamericanos arrojaron 150.000 toneladas de explosivos ―40.000 sólo en dos días sobre Hanoi y Haiphong― en unas 41.000 salidas. Murieron más de 100.000 norvietnamitas. 

Desde el 1964 y hasta el final del conflicto, 14 millones de toneladas de bombas llegó a lanzar EEUU sobre Vietnam del Norte, diez veces más que las lanzadas durante la Segunda Guerra Mundial sobre toda Europa.

El día 29 de abril de 1975, poco antes de las 11 de la mañana, un locutor de la radio de las fuerzas armadas pulsó play y en los transistores de toda la ciudad comenzaron a sonar los acordes de White Christmas, de Irving Berlin, en versión de Bing Crosby, precedida del boletín meteorológico: “105 grados Fahrenheit y la temperatura en alza”. 

Era la última llamada. Cada uno sabía qué hacer. Corran, los que puedan, a los puntos de extracción. Fueron ésas, más o menos, las palabras que los enlaces militares habían dicho a la prensa y demás occidentales en las reuniones previas a la estampida.

Desde días antes, en los mentideros políticos se discutía cómo solucionar los últimos instantes del régimen títere de Saigón. Había que evacuar primero al cuerpo diplomático y personal de apoyo estadounidense. Luego a ciudadanos extranjeros y refugiados vietnamitas hacia las bases estadounidenses en Filipinas y Guam. 

La desesperación invadió a todos los que resultaron beneficiados con la sangría de la guerra. Se estima que entre 50 mil y 100 mil personas se lanzaron a las calles en un intento de llegar al puerto de Vũng Tàu. Era el caos.

El día 26, con la artillería enemiga en posición y asediando la capital, se estrelló un avión de transporte mientras realizaba la maniobra de despegue. Ese mismo día dejaron de salir los aviones desde el aeropuerto militar de Tan Son Nhut. Las bases estadounidenses en Filipinas y Guam están demasiado lejos.

La hora del final había llegado. Al sonar en la radio White Christmas, dio comienzo la Operación Babylift. 

El Vietcong avanzaba en una maniobra de pinza desde el norte, hacia el aeropuerto Tan Son Nhut y, desde el oeste, hacia la embajada de Estados Unidos. Eran 140.000 hombres frente a poco más de 60.000 que quedaban del Ejército de Vietnam del Sur, quienes huyeron despavoridos. 

El alto mando de EEUU lo había previsto sobre el papel. La operación de evacuación debía ser rápida y sencilla.

Ómnibus militares y camiones estaban preparados para transportar al personal civil desde diferentes puntos de la ciudad hacia el aeropuerto. Iban en grupos de 40 ó 50 personas. Allí los recogerían los helicópteros. Les esperaban ocho destructores, dos portaaviones, 12 buques de transporte y tres buques anfibios, que esperaban desde el día 18.

Miles de vietnamitas se abalanzaron sobre las verjas de la embajada de EEUU. Agitaban papeles, dinero y documentos. Hubo algunos que trataron de escalar los muros y los soldados, tan aterrorizados como ellos, abrieron fuego. Los muertos se contaron por cientos. 

La operación Frecuent Wing incluyó 81 helicópteros. La maniobra era un puente aéreo entre la embajada y los buques, cuyas cubiertas habían sido limpiadas. Incluso se arrojaron al mar las aeronaves inservibles. Se necesitaba espacio. 

El 30 de abril despegó del techo de la embajada el último helicóptero. Los “yanquis”, derrotados, decían adiós a Saigón.

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