Por María Gertrudis Milesy / Licenciada en Servicio Social, mediadora
En la cultura actual existen redes sociales significativas que conforman el entramado social, en las cuales se inserta la labor de los mediadores familiares comprometidos con la realidad comunitaria.
El trabajo con las familias implica el conocimiento y comprensión de los problemas de los grupos familiares y la creatividad en la acción, como proceso de reflexión permanente para el logro de los objetivos de la mediación.
En relación a la red social se abre un proceso de construcción sistemático, continuo, directo, que manifiesta heterogeneidad e intercambio dinámico entre los integrantes del sistema. El sistema familiar de interés en este artículo potencia recursos y crea alternativas para resolver los problemas o satisfacer las necesidades.
Es así que a través de esta red de relaciones se obtiene el reconocimiento del trabajo en mediación. Las intervenciones certeras con las familias en conflicto permiten que el procedimiento facilite resultados viables y posibles de sostener en el tiempo.
Sin embargo, los cambios no se producen de un día para otro. El trabajo en mediación implica en sí una apertura hacia un proceso nuevo, de enriquecimiento permanente, que cada uno desarrolla junto con los otros, socializando el conocimiento por medio del uso de recursos técnicos, metodológicos y humanos.
Ahora bien, cuando el mediador se inserta en la cultura actual, se encuentra con una familia cuyo proceso de crecimiento se estancó por diferentes razones a investigar como válidas.
En este sentido resulta imprescindible reconocer que existe un trasfondo de creencias que sostienen y justifican el problema actual y conforman ideológicamente el sistema familiar.
De este modo, mediante el trabajo del mediador, se aborda un cambio de perspectiva, resignificando el problema que vive la familia.
Puede entonces la familia producir un cotidiano distinto, más evolucionado, en el cual los ciclos de vida construyen una realidad a veces difícil, y se ajustan al contexto psicosocial en el que están insertas, interviniendo en situaciones diversas que la implican como grupo familiar ante la sociedad.
Pensando en la estrategia, el mediador se pregunta cuál es el tipo de intervención que la familia realmente necesita y si es posible realizar esta intervención desde la mediación.
De lo anteriormente planteado resulta que cada familia es particularmente distinta y por lo tanto la experiencia de intervención es única y se personaliza de manera particular, más allá del procedimiento que el mediador ponga en práctica con su estilo particular y marco teórico referenciado.
A la hora de pensar desde dónde mirar la familia, resulta útil conocer que el presente análisis se realiza desde un paradigma constructivista, que rescata los vínculos y las relaciones que emergen del proceso cotidiano que implica vivir.
Por lo tanto y desde este marco contextual, el trabajo del mediador permite que los miembros del grupo familiar se corran del lugar de enfermedad al de salud -al menos en algunos aspectos- por medio de la comprensión de la problemática y del rescate de sus recursos internos.
Surgen finalmente las alternativas que dan lugar a la transformación del presente. El relato de la familia cobra vida y permite a sus integrantes facilitar la intervención del mediador, marcando el campo de trabajo específico.
El mediador con sus herramientas recorre el sistema familiar y modifica con los integrantes de ésta la perspectiva que tienen de sus propios problemas.
La realidad se construye de manera especial en el sistema familiar y se reconstruye cotidianamente. El cambio de sentido no es algo único, sino que se organiza en una nueva posibilidad que implica transformación y cambio.
Es así que la estructura familiar se modifica por la intervención del mediador y el interjuego de roles y funciones que alternan y necesitan ser descubiertos, puestos en escena, a veces re-ordenados en la interacción del proceso familiar que construye la realidad.