Hacían falta ‘halcones’, pero también ‘palomas’ como él, que a la postre resultaron peores… Videla se sentía cómodo en ese traje de militar ‘razonable’, tan necesario para la continuidad del exterminio.
Por Adolfo Ruiz (*) – Exclusivo para Comercio y Justicia
Algo pasaba en el interior de ese dictador caído en desgracia. Algo que no estaba en los planes. Algo muy lejano de aquel momento de gloria, si se quiere, cuando le entregó el mando a su amigo Viola, en 1981. Algo tan diferente al grito de los goles de Kempes desde el palco oficial del Monumental. Algo tan opuesto al poderoso comandante de la Junta Militar. Algo lo ponía al desnudo. Algo demostraba que ya no era el de antes. Que el poder no era infinito. Que a él también le llegaría la justicia. Hacía tiempo que Videla había muerto. Esa muerte que le fue decretada cuando su retrato fue quitado de la Esma. Fue su final. Ya no habría regreso. Y él lo sabía.
Caído en desgracia
El Videla que vino a Córdoba para ser jugado en 2010 lo atestiguaba quizás desde el primer encuentro con su camarada Menéndez, quien tal vez –celda contigua– le haya reprochado una vez más el “ablandamiento” del régimen y la falta de decisión por ir “hasta el final”. No fue un paso anecdótico. Fue la primera vez que Videla volvió a ser juzgado, luego de la caída de las leyes de la impunidad. Y fue su primera perpetua, ya en calidad de civil, porque el célebre Juicio a las Juntas de 1985 le había quitado su carácter militar.
Era el Videla que, sin saberlo, enfrentaba los últimos cuatro años de su vida, pero que también comenzaba a transitar su época de mayor aislamiento y soledad. Ése fue el Videla que me recibió en Bouwer. Fueron tres encuentros en la cárcel, momentos de diálogo con un dictador derrotado; preso, flaco y disminuido; sometido a un proceso en una provincia ajena, en una cárcel fría y lejana a la ciudad, con atuendos muy sencillos –campera de tela gris, pantalones de gimnasia negros–, y con el destino que parecía escrito en las decenas de causas que lo esperaban en los estrados.
Aun en ese contexto, Videla no perdía la cualidad que probablemente lo hizo llegar más lejos. Lejos en todo sentido. Esa virtud sin dudas fue su enorme cortesía y amabilidad, y su gran capacidad de convencimiento. Como cuando habló de las “entelequias” para referirse a los desaparecidos, en aquella recordada conferencia de prensa de 1981 frente a los medios internacionales.
También en pleno 2010 y en flagrante derrota ante las verdades más atroces, Videla ejerció como nunca esa poderosa amabilidad. Esa violenta capacidad de “vestirse” de humano y moderado, simulando “dolor” o congoja, pero obrando en el sentido totalmente opuesto.
Pieza clave
Aunque varias veces se definió como “militar y no político”, Videla sin dudas fue un cuadro fundamental para el éxito del siniestro plan económico-político-militar del llamado “Proceso de Reorganización Nacional”. Hubiera sido impensable que el común de la sociedad argentina y la internacional aprobaran los brutales métodos que él mismo se encargó de instituir.
Hacían falta “halcones”, pero también “palomas” como él, que a la postre resultaron peores. Y por eso, cuando la verdad y el horror se colaban –en las voces de las madres, en las denuncias de los sobrevivientes, en el desaire de las selecciones europeas que participaron del Mundial 78, o en la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos–, era “necesaria” la voz y el temple de ese “moderado” que estrechaba la mano con una sonrisa, que se mostraba respetuoso y atento, que ensayaba explicaciones para lo absurdo, y que se sentía cómodo en ese traje de militar “razonable”, que tan necesario era para la continuidad del exterminio.
Pero cada tanto esta dualidad del decir y el hacer de Videla quedaban en evidencia. Como en diciembre de 2010, cuando en ocasión de las palabras finales, antes de recibir su perpetua, Videla reivindicó ante el Tribunal el accionar de todos sus subordinados, “a excepción” de lo hecho por el cabo Miguel Ángel Pérez. ¿Qué diferenció a éste del resto de los procesados y condenados? Pérez había sido el único en admitir su crimen y en pedir perdón a la familia de Raúl Bauducco, su víctima. Y eso para Videla, para el verdadero Videla despojado de su piel de cordero, no tendría perdón.
Dos semanas antes, ese mismo Videla ponía su más “humano” rostro, y acongojado me confesaba sobre el tema de los desaparecidos: “A veces se piensa que a uno le resbala, pero en realidad ha sido siempre una preocupación constante, y una consecuencia lamentable de esta guerra a lo que no le encuentro solución”. Luego se encargaría de desmentirse. Como se desmintió hasta el paroxismo durante su mandato, cuando fue el artífice perfecto para esconder el horror.
Está visto que en esa tesitura siguió hasta el momento de su muerte, que lo encontró solitario y cuestionado por sus camaradas, contradictorio con sus dichos y repudiado por el grueso de la sociedad. Y aunque más solitario que nunca, Videla no murió en el olvido. Nada más lejano a ello. Para su desgracia será recordado por siempre. Preferiría no serlo. Pero su lamentable paso por nuestra historia marca sin dudas un antes y un después y su figura ha quedado constituida como un ícono del terror más perverso. Ése que supo vestirse de paloma.
(*) Periodista. Publicó una entrevista con Videla. (Aquí se puede leer la entrevista completa)