La Boca es la mirada de Benito Quinquela Martín, quien se crió en la desembocadura del Riachuelo e inmortalizó en sus lienzos la esencia del barrio que lo acunó.
La Boca es nostalgia y melancolía. Es el “Caminito que el tiempo ha borrado”. Es una pincelada de tango, conventillos y personajes del arte popular porteño que disfrazan un pasado de suburbios y arrabaleros, con colores explosivos.
La Boca es la mirada de Benito Quinquela Martín, quien se crió en la desembocadura del Riachuelo e inmortalizó en sus lienzos la esencia del barrio que lo acunó.
Semillero de culturas y tradiciones, así se llamó la zona baja y anegadiza que desemboca en el Río de la Plata, donde se agruparon los inmigrantes italianos en casas de madera con techos de chapa y balcones improlijos.
Aquel reducto malevo y vetusto de antaño hoy luce un traje renovado, con fachadas restauradas al límite de la perfección, almacenes que conservan, lustrosos, aquellos antiguos utensilios y trastos que formaban parte de la vida cotidiana de los inquilinos, dispuestos en patios que destilan, en sus rincones, las historias del pasado.
Artistas, muestras de pinturas, artesanías y el tango en sus diversas expresiones engalanan Caminito, la calle empedrada que concentra en pocos metros la invaluable fisonomía típica de La Boca. Esta callejuela inmortalizada por el tango del mismo nombre, de Juan Dios Filiberto, bulle de turistas durante todo el año, quienes se disputan la mejor fotografía en torno a un espectáculo estético y cultural único.
No hay puertas ni veredas, sólo ventanas y balcones de casas multicolores que miran hacia la pequeña arteria de apenas cien metros, como un museo al aire libre nutrido de pintores, bohemios, artesanos, cantantes y bailarines.
El Riachuelo y el puente Avellaneda completan el paisaje boquense en la Vuelta de Rocha, donde decenas de cafés, cantinas y restaurantes irradian la alegría que reina en el lugar.
Una parte de los visitantes se concentra en la plaza central, conocida como Plazoleta de los Suspiros porque allí se reunían los inmigrantes a recordar su patria.
A metros de allí se encuentra anclada una embarcación que hace las veces de confitería, exposición y venta de artesanías locales, galería de arte y oficina de información turística.
Un bombón
El fútbol también es parte de esta escenografía, donde está enclavada la famosa Bombonera, la cancha del Club Boca Juniors, que conquistó parte del corazón de casi la mitad de los argentinos. El estadio recibe su nombre debido a la forma en que se distribuyen las bandejas de la tribuna, que se superponen una sobre otra con el fin de conseguir la mayor cantidad posible de público en un espacio reducido. Tiene capacidad para sesenta mil espectadores y fue inaugurado en 1940.
En el hall de entrada se puede observar un mural pintado por Quinquela Martín que representa el momento en que los fundadores eligieron los colores del club en coincidencia con el azul y oro que flameaba en la bandera de un barco sueco anclado en el puerto.
El estadio es uno de los íconos de innevitable visita para llevarse una postal íntegra del barrio, donde el tiempo se tiñó de arte, tango y bohemia.
Desandando El Caminito
Entre los atractivos turísticos que condecoran La Boca y el tradicional paseo costero se destacan el Museo de Cera, el Mural Escenográfico, La Bombonera y el Museo Quinquela Martín.