Aunque casi es un desconocido para el mundo leguleyo, su aporte fue vital para la cultura jurídica universal.
Por Luis R. Carranza Torres
Jean-Etienne-Marie Portalis no es un nombre que suene conocido para el público jurídico. Pero su legado tiene una vigencia no menor, no sólo entre nosotros sino en esa importante parte del mundo que, en cuanto a lo jurídico, se enraiza en los principios del denominado “derecho continental”.
A pocos juristas les cabe el digno título de haber realizado un aporte a la cultura jurídica universal. Él se encuentra indudablemente entre ellos.
Nació el primer día de abril del año 1746 en Beausset, una ciudad del sur de Francia cercana a Toulon. De su padre, abogado y profesor de Derecho canónico en la Universidad de Aix, heredó el interés por el derecho. Se destacó como estudiante, primero en Toulon, luego en Marsella y, finalmente, en Aix, donde obtuvo su licenciatura en leyes. A los 19 años ya era abogado. Se trataba de un hombre alto, de fisonomía fina y seria a primera vista, que sólo sonreía a medias. Pero conforme entraba en confianza, su tono grave de conversación comenzaba a poblarse de ocurrencias e ingeniosas anécdotas, que reflejaban una sencillez interior llena de gracia y que daban a sus alocuciones, sin perder sustancialidad, un encanto y atractivo difícil de pasar por alto.
Su ejercicio profesional pronto cobró vuelo, destacándose por las causas difíciles y contrarias al orden establecido de su tiempo, apresado dentro de los cánones de una sociedad estamental. De todos ellos, quizás el más recordado fue la demanda que dirigió contra el conde de Mirabeau en representación de su esposa, pidiendo la separación matrimonial por los ultrajes del conde a su clienta. No tenía la menor prueba de ellos pero con su elocuencia incitó al conde a presentar las cartas de su puño y letra, donde se lo comprobaba. Le pegó en su amor propio, hasta que su contraparte, entendiendo que las misivas le favorecían, cuando en realidad era todo lo contrario, las presentó en el juicio. El tribunal de Provenza admitió el 5 de julio de 1783 la demanda de separación. Portalis se granjeó un enemigo de por vida, amén de la fama de ser el abogado para los casos imposibles. Doce años después abría un estudio en París, por entonces el súmun de realización profesional de cualquier letrado galo.
Si por su apertura mental no era enemigo de los cambios sociales, en virtud de su moderación fue decididamente hostil a los excesos de la Revolución Francesa. Como diputado primero, y miembro de ese Senado republicano que recibió el nombre de Consejo de Ancianos, defendió sacerdotes de las persecuciones laicisistas, a emigrantes contra los fervores del nacionalismo irracional y se opuso a una ley sobre “delitos de prensa”, que en realidad buscaba cercenar las palabras y noticias escritas.
Napoleón lo admiraba por su oratoria e ideas, diciendo de él que era “el orador más elegante y más ornamentado” de su tiempo, incluyéndolo en el Consejo de Estado en 1800, cuando él era ya el poder en Francia.
Por su carácter tolerante y la firmeza en su fe católica, Portalis fue el elegido por Bonaparte para reconciliar “la Revolución con el Cielo”, reanudando las relaciones del gobierno de Francia con el Papado. En menos de un año, en 1801 se firmaba el respectivo Concordato con el Papa Pío VII.
Su siguiente encargo fue la nada fácil tarea de integrar todo el derecho vigente en único cuerpo codificado. Como bien lo había expresado Voltaire, no existía en realidad un derecho francés. Francia era un mosaico jurídico en donde “quien viajara por territorio francés cambiaría más veces de régimen legal que de caballos en cada posta”.
Vuelve Portalis a destacarse en dicha tarea, dentro de la comisión nombrada al efecto, que contaba con presencias como las de Tronchet, Preameneau y Maleville. Todos de corte moderado como él mismo. En ella, a más de su extensa práctica como abogado, tuvo Portalis a su favor una formación muy sólida tanto en derecho romano como en el canónigo.
Es sobre la base romana, que se armonizan los nuevos ideales de la revolución, con los principios del derecho canónigo, la costumbre y los diferentes ordenamientos territoriales. El nuevo Code civil des Français se promulgó el 21 de marzo de 1804.
Tres años después, el 25 de agosto de 1807, moría Portalis aún siendo ministro del Estado. En su funeral, por expresa disposición del emperador Napoleón, se le rindieron los máximos honores, equivalentes a una cabeza de Estado.
Era el póstumo gesto para quien había sido determinante para unificar jurídicamente Francia. Por eso mismo fue enterrado en el Panteón de París, junto a las más grandes personalidades del país. Luego, las injusticias de la historia harían caer su nombre en el olvido.