Conforme al derecho de los conflictos armados, que otros también llaman derecho internacional humanitario, “tregua” es el acto de cese de hostilidades entre los contendientes por un tiempo determinado o indeterminado, pero siempre provisorio. No tiene aptitud para culminar un conflicto y sólo supone la suspensión de los combates.
Sus raíces vienen de lejos. Por ejemplo, durante la Alta Edad Media, existía la denominada “Tregua de Dios” o “Paz de Dios”, que resultaba paz o protección especial otorgada por la iglesia y amparada por el rey que perseguía poner fin durante algún tiempo a las guerras privadas que enfrentaban a los señores feudales.
Como se expresa en el Diccionario Panhispánico del Español Jurídico: “En los territorios peninsulares se desarrolló primero en Cataluña a principios del siglo XI por influencia del sur de Francia, cuando en las asambleas eclesiásticas (Concilios de Vich de 1027, 1029 y 1033) se tomaron acuerdos para imponer la paz y tregua de Dios. Muy pronto los condes de Barcelona se hicieron eco de estas disposiciones y en los usatges se recoge el compromiso por parte del conde de hacer guardar la paz y tregua. Así la pax dei se empezó a transformar en pax regis”.
De tal instituto jurídico se desprenden también palabras, poco empleadas hoy por cierto, como “atreguar”, dar seguro o tregua a alguien, brindándole la seguridad de que no va a hacérsele mal durante tal tiempo, o “atreguado” que refiere a la persona o bien resguardada por la tregua.
En el Fuero de Béjar, derivado del dado por el rey Alfonso VIII a dicha población bajo el modelo del Fuero latino de Cuenca al tiempo de su repoblación inicial como villa de realengo, de mediados del siglo XIII, encontramos como normas sobre los efectos de la tregua: “Los caballos de los caballeros sean siempre atreguados por fuero, y las ‘carnaduras’ (cuerpos) de los lidiadores. Quien matare el caballo pagará cien maravedíes. Quien tomare la carnadura sea muerto”.
A lo largo de la historia, numerosas treguas se han celebrado en la inmensidad de las guerras humanas. La más famosa de ella, más por su contenido emocional que efecto jurídico, ha sido la denominada Tregua de Navidad durante la Primera Guerra Mundial.
Sucedió en vísperas de la Navidad de 1914, apenas transcurridos los primeros meses desde el inicio de la Primera Guerra Mundial, cuando el conflicto ya se había empantanado en una guerra de desgaste entre líneas de trincheras, batallando en el frente occidental de Francia y Bélgica, alemanes y aliados.
Al llegar la Nochebuena, en varios puntos del frente los alemanes colocaron árboles iluminados por velas en los parapetos de las trincheras y los aliados se les unieron en un alto el fuego espontáneo.
A ello siguió una tregua de hecho que “surgió entre la tropa” pese a los edictos “anticonfraternización” que tenían todos los ejércitos en lucha, como expresa el historiador Stanley Weintraub, en su libro Silent night, en el que narra el acontecimiento.
De una y otra trinchera surgieron promesas como “Tú no disparar, nosotros no disparar”, que se esparcieron por todo el sector. Tras decorar sus trincheras con árboles de navidad, los alemanes cantaron villancicos, sobre todo Stille Nacht (“Noche de Paz”). Del lado inglés respondieron entonando los propios.
Unos y otros luchaban lejos de casa una guerra estancada. Fuera por lo primero, lo segundo o el espíritu de la Navidad, el cese al fuego se llevó a cabo.
Soldados de uno y otro lado salieron de las trincheras para encontrarse en el medio de esa tierra de nadie entre ambas líneas. Se estrecharon la mano, compartieron un trago, intercambiaron objetos o fumaron juntos. Se conversó que la tregua seguiría en vigor el día de Navidad, para poder verse de nuevo y enterrar a los muertos.
Así se hizo, y tras dar sepultura a los caídos que estaban en la tierra de nadie, se organizó un improvisado partido de fútbol.
El detalle del encuentro no ha quedado en la historia, pero sí el acaecimiento del hecho, por cartas de los soldados involucrados. En general, se señala que los alemanes ganaron por tres tantos contra dos en un lance que solo duró una hora, jugado sin árbitro y con arcos improvisados con lo que hubiera a mano.
No fue la única tregua navideña espontánea en la historia de las guerras, que se habían dado antes en Flandes entre españoles y protestantes durante el siglo XVI. Luego ocurriría en la batalla de las Ardenas en 1944, cuando dos patrullas, una de estadounidenses y otra de alemanes, suspenderían el combate para comer juntos en una casa una cena navideña. Pero sí se trata, por lejos, de la más famosa en la historia.
Ha recibido por ello distintos homenajes, desde una escultura en el Estadio Britannia, realizada por el artista Andy Edwards de Stoke, en que pueden verse a dos soldados, uno británico y otro alemán, con uniformes de la Primera Guerra Mundial, saludándose con una pelota de fútbol en medio de ellos, a un monumento inaugurado en Ploegsteert cerca del antiguo frente de batalla en Bélgica donde ocurriera.
Sin acuerdo de los estados beligerantes, surgida de la espontaneidad de los combatientes, ilustra como pocas el sentido y finalidad del instituto de la tregua: demostrar que aun en las peores circunstancias, la fraternidad humana, incluso entre enemigos, puede florecer para atender propósitos muy distintos y notablemente superiores a la destrucción mutua.