El último informe sobre el estado de la educación en nuestro país, elaborado por el Observatorio de Argentinos por la Educación, arrojó -como viene sucediendo año tras año- resultados tan previsibles como no deseados.
Según el documento, de cada 100 alumnos que empezaron primer grado en el 2018, 94 llegaron a sexto grado en 2023. Si bien este dato muestra una mejora cuantitativa respecto a evaluaciones anteriores, no sucede igual en términos cualitativos, ya que solo 45 de esos 94 alumnos llegaron al último año de la escuela primaria con los aprendizajes esperados de Lengua y Matemática. Estos números representan un empeoramiento en relación a los testeos previos.
En relación a estos estos datos, Sandra Ziegler, investigadora del área de Educación de FLACSO Argentina y coautora del informe, dijo respecto del porcentaje de alumnos que finalizan sus estudios que: “Los resultados concuerdan en parte con los enfoques de las políticas de los últimos años. Los indicadores muestran mejoras en cuanto a la finalización escolar en el tiempo previsto, debido al énfasis en las trayectorias educativas y en iniciativas como la unidad pedagógica del primer ciclo, que propone el paso de año escolar en los primeros años bajo la premisa de que se necesita tiempo para consolidar los aprendizajes”. Agregó sobre la caída en la calidad de los aprendizajes que esta circunstancia “… resalta la importancia de atender no solo la permanencia, sino también las prácticas docentes, la enseñanza y el aprendizaje. Los resultados de ambas variables difieren, ya que corresponden a procesos distintos –trayectorias y aprendizajes–, los cuales deben ser integrados en las políticas”.
Creemos que esta inconsistencia entre el aumento de los alumnos que llegan al final del ciclo primario y la disminución en la calidad de lo que aprenden, tiene múltiples razones e interpretaciones. Una de ellas, según nuestro criterio, es que las escuelas -como también las demás instituciones educativas, (colegios secundarios, universidades etc.)- han dejado de preocuparse por formar intelectualmente a los niños, adolescentes y jóvenes, para pasar a ser centros expendedores de títulos, como nos decía, días pasados, un experimentado educador: “Lo importante parece ser que se reciban no cuanto saben para ello”.
En una charla con dicha fuente le preguntábamos, según su criterio, el porqué de esto, nos respondió que, si bien existían diferentes opiniones, le parecía muy acertado lo que pensaba el profesor español Félix Ovejero Lucas, quien, al hablar sobre el estado la educación en el sentido que: “Ciertas ideas de renovación pedagógica han alentado una frivolidad en los procesos de aprendizaje. El empecinamiento por eliminar todo esfuerzo ha acabado por convertir el aprendizaje en una misión revolucionaria para la escuela, un proceso de consumo en el que lo único que importa es satisfacer a los estudiantes. En el afán de ajustar la oferta y la demanda, los profesores no parecen tener otra obligación que facilitar las digestiones. Quizá lo consigan y diviertan a los estudiantes. Pero, en lo que atañe a alentar el interés genuino, nada avanzarán, por más que hagan juegos malabares, sesiones de espiritismo, echen las cartas o se desnuden. En el aprendizaje, no hay que confiar en que se solicitará espontáneamente aquello que, por definición, se ignora”. De allí que: “Cualquiera que haya frecuentado el arte, la matemática o ciertos deportes, sabe que, antes de que surja el gusto, el juicio se refine o el cuerpo responda, hay que encarar tareas fatigosas e inciertas y que, sólo al final, con suerte, instaladas como una segunda piel, las capacidades adquiridas sedimentan y se convierten en herramientas con las que mirar el mundo y aquilatar, también lo aprendido”. En definitiva: la educación importa una tarea que demanda aplicación, tanto a los docentes que tienen que enseñar, como a los alumnos que deben estudiar.
En relación a la importancia de la educación coincidíamos con nuestro respetado amigo en que es la base de la libertad y progreso de las personas y las sociedades; además, de ser el mejor promotor de la igualdad. “Una buena educación es el mejor antídoto frente a la pobreza, la desigualdad y el sometimiento al poderoso”, nos decía.
Si bien no son tiempos fáciles para la educación de calidad, tampoco todo se presenta negativo. Entre tanta moda fatua, superficialidad declamativa y pretensión de ideologizar las aulas, también se dejan ver pasos positivos. Hace unos días, se hizo oficial la creación del Plan Nacional de Alfabetización; la iniciativa nació durante la Asamblea del Consejo Federal de Educación (CFE) a fines de mayo pasado. Allí los ministros de educación del país firmaron el Compromiso Federal por la Alfabetización, que apunta a enfrentar el “urgente desafío del proceso de aprendizaje y enseñanza de la lectoescritura”. Hasta ahora es solo un buen compromiso, pero la visualización del tópico no es menor frente a lo ocurrido en tiempos pasados.
Ojalá se efectivice la iniciativa rápidamente y que sirva como herramienta para mejorar sustancialmente la formación de nuestros jóvenes. Como decía el compositor y director de orquesta Edward Benjamin Britten, “aprender es como remar contra corriente: en cuanto se deja, se retrocede”. Algo que se percibe a simple vista en nuestro país y que corroboran todos los test que se han hecho sobre el estado de la educación argentina. Y que, por lo mismo, urge en revertir.
(*) Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas. (**) Abogado. Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.