“Ni Macri llegó a tanto”. La expresión apunta a introducir la irrupción de un outsider de la política. Polémico, disruptivo, ya desde su aspecto físico -una melena que convirtió en uno de sus sellos-, pasando por frases provocativas, y con promesas de un cambio radical en la política y la economía, Javier Milei llegó para modificar el statu quo de las gestiones anteriores en todos los aspectos.
De hecho, y volviendo a Macri, Milei pareció concretar parte de las políticas que el líder del PRO amagó pero nunca terminó de cristalizar en su gestión.
El libertario, motosierra en mano y con la promesa de terminar con “la casta”, irrumpió en un momento único en el que la política tradicional había demostrado no poder resolver problemas básicos del país, por ejemplo, una economía que deambulaba entre crecimientos esporádicos y extensas recesiones y en las que las recetas tanto de las políticas de Cristina Fernández como las de Macri y ni hablar de las de Alberto Fernández, habían podido revertir.
Fue en ese contexto en el que se comprende el triunfo de un economista que hasta meses antes de desembarcar en la política, era un extrovertido panelista de diferentes espacios mediáticos.
“Supo interpretar el hartazgo de la gente, particularmente de sectores muy postergados, que veían como su situación no variaba pese a las promesas permanentes de mejora”, graficó a Comercio y Justicia un analista político local.
De las promesas al pragmatismo
Milei no tenía equipos, le faltaban cuadros, candidatos en las provincias. Sólo tenía, ni más ni menos, el apoyo electoral de quienes lo votaron. En ese contexto, su representatividad en el Congreso es hoy mínima.
Las promesas de campaña fueron muchas. En lo económico, dolarizar, “explotar” el Banco Central, emisión cero y superávit fiscal y comercial, entre otros puntos.
Pero también, y allí comenzó su pragmatismo, pasó de asegurar que cortaría todo vínculo con países “comunistas” como China o Brasil, socios comerciales claves de Argentina.
Hoy, Milei tiene fuertes vínculos con el gigante asiático, urgido por las necesidades de sostener el ingreso de divisas y demás beneficios que promete China.
Aunque siempre se mostró afín a Estados Unidos, y se alineó de manera explícita con Israel, la realidad es que hoy no tiene límites a la hora de tejer vínculos con cualquier país que le reditúe a sus objetivos económicos.
Qué decir de la casta, a la que tanto denostó. A poco de asumir y tras una brutal devaluación, envió al Congreso una ambiciosa ley “Bases” y paquete fiscal, con más de 600 artículos. Esa norma, le otorgaba, en resumen, facultades delegadas por los cuatro años de gestión en múltiples áreas.
El proyecto era indigerible. Incluía tantos aspectos y tan diversos que desde la oposición le pusieron un freno desde el vamos.
Allí comenzó a negociar y al final la norma salió como cerca de 200 artículos. Fue su primer golpe con la realidad de la política doméstica.
Sin negociaciones, era imposible avanzar y más aún en capítulos como privatizaciones o reforma laboral que quedaron diezmados en su última versión.
Ya más cerca en el tiempo, su pragmatismo volvió a ponerse a prueba. La oposición votó una nueva movilidad previsional y la Ley de Financiamiento Universitario. Milei las vetó a ambas, aduciendo que iba a rechazar todo aquel proyecto que fuera en contra del eje del equilibrio fiscal.
Desde la oposición buscaron insistir con los dos tercios de los votos para dejar firme ambas normas. Pero Milei y sus alfiles negociaron acuerdos con vaya a saber qué prenda de cambio, para lograr que el veto quedara firme.
Chau casta y sus políticas del pasado que, decía, venía a cambiar. Rosca legislativa pura, como lo fue siempre en la política argentina.
Por lo demás, no trepidó en echar empleados públicos, de lo cual se regodeó, cuestionar a cuanto opositor le señalara un eventual error y denostar a economistas y periodistas, a los que tildó de “ensobrados”.
Eso sin nombrar su posición respecto a temas de política global. Negacionista del cambio climático -asegura que se trata de un fenómeno natural-, buscó vincularse a lo más radical de la derecha en el mundo y hasta se dio lugar para pegarle a la ONU en su discurso ante esa asamblea.
Resta ahora ver los resultados de sus acciones. Por lo pronto, la megadevaluación de diciembre derivó en una inflación galopante que luego fue descendiendo hasta tocar 3,5% en septiembre.
En principio, el superávit fiscal, la emisión cero y un régimen cambiario que, aún con cepo, fue liberando trabas, fueron parte de sus logros. En el debe queda aún una recuperación de la economía que aún no se vislumbra de manera contundente y de la demanda interna en la que los salarios, si bien repuntaron algo, siguen deprimidos. Como consecuencia, los niveles de pobreza e indigencia fueron récord en el primer semestre, aunque aún así, el desempleo no creció pero sigue estancado el empleo privado registrado.
La necesidad de dólares para salir del cepo, una mejora en la actividad y en el consumo, serán claves para que logre otra de sus promesas, bajar impuestos.
Aún en ese contexto de ajuste brutal, como él mismo lo llamó, a casi un año de gestión, Milei mantiene una considerable imagen positiva. El futuro dirá si en 2025 logró los objetivos planteados en el Presupuesto y en las elecciones de medio término, logra fortalecer una fuerza política en el Congreso que, según dice, le permitirá eliminar más de tres mil leyes y regulaciones existentes.
Con el apoyo del círculo rojo del empresariado y de aún buena parte de la población, el “León” ya es, a esta altura, un fenómeno disruptivo, en cierta medida hasta bizarro. Pero fuera de cualquier calificativo, será quien deba revertir años de estancamiento y políticas erráticas en un país que, pese a su enorme potencial, hoy tiene más de la mitad de la población bajo la pobreza.