Antes de que la censura gane la batalla y pretenda regimentar nuestras vidas, esta columna iconoclasta procura recordar -y recomendar- una obra breve, escrita entre la clandestinidad y el exilio, por el ciudadano ruso Serguei Guennadovich Netchaiev, quien había huido apresuradamente de la Rusia zarista.
La aparición del libelo conmocionó a la sociedad de su tiempo. Sus ecos resuenan con fuerza en los ámbitos políticos y académicos. Tanto que es posible notar su influencia en el discurso de lideres notables que acaparan la atención mundial.
Se trata de El catecismo revolucionario, un texto audaz, siempre controvertido que, desde su publicación, encabeza el Index que imponen las religiones y todos los dictadores y autócratas del mundo.
Traer a la memoria tamaño texto no es gesto casual. Por estos días se cumple un nuevo aniversario de la entrada clandestina de El Catecismo … a Rusia. Fue la ocurrencia de un grupo de paisanos que “descuartizó” un par de ejemplares para burlar los estrictos controles fronterizos rusos y, que, una vez reunidos, se multiplicaron como los panes.
Estamos en presencia de una exaltación de ese viejo amigo del hombre: el terrorismo. Su accionar, que tiene mucho de propaganda política, sacudió la escena pública en las últimas
décadas del siglo XIX y las primeras del XX, cuando el anarquismo causaba estragos en las más importantes ciudades de Europa y América, contando entre sus víctimas a varios altos funcionarios estatales, presidentes y reyes.
Su redactor y quienes formaban parte de su entorno merecerían un trabajo especial. Allí estaba Mijail Bakunin, el benefactor, el sostén económico de los exiliados. Sobre él no aportaremos demasiado a su conocimiento. Ríos de tinta han servido para condenarlo o llenar su anaquel de elogios. Al momento de la redacción del libelo que nos ocupa estaba refugiado en Suiza.
Siempre flamígero, su verbo continúa encendiendo pasiones. Un libro de Bakunin, cualquiera que sea, es garantía de pasionales debates. Debates que, a la postre, sirven para desempolvar ideas y argumentos que están arrumbados en algún rincón del desván.
¿Qué diremos de Serguei Guennadovich Netchaiev? Según Albert Camus fue “el monje cruel de una revolución desesperada, cuyo sueño más evidente era fundar la orden asesina que permitiría propagar y hacer triunfar por fin a la divinidad negra a la que había decidido servir”. Cortázar, por su parte, apunta al detrás de la escena. Resalto la pluma de Bakunin en el libelo que nos ocupa.
Netchaiev fue el fundador de la organización secreta Naródnaya Rasprava -que algunos traducen como “Venganza del Pueblo”- que será autora de una serie de atentados ocurridos en las ciudades de Moscú y Petrogrado y, miembro de la imaginaria Alianza Revolucionaria Europea, sello que le permitió acceder al estatus de perseguido político y lograr asilo en Suiza.
Cuando se repasan antiguos apuntes sobre la historia de la anarquía en el mundo encontramos que Naródnaya Rasprava es la responsable del asesinato del Zar Alejandro II el 13 marzo de 1881, en San Petersburgo y, de la emperatriz de Austria, Isabel Amelia Eugenia duquesa en Baviera, en los alrededores del lago Lemán, en Ginebra.
El 28 de abril de 1893, los combatientes de la Organización hacen volar por los aires al Guadalquivir, un buque francés que transportaba armas y municiones con destino al ejército turco.
Ese día se abrió la temporada de caza. Las fuerzas de seguridad turcas buscaban por todos los rincones a los responsables del atentado. Y, éstos, responden con la voladura de la central de gas dejando a oscuras la ciudad de Salónica.
Otro de los complotados ingresa al Casino y deja una bomba sobre una mesa de ruleta; instantes más tarde, otro, acaba con la sede de la Banca Otomana. Explosiones que sirvieron de señal para que estallaran casi un centenar de explosivos, sembrando de terror y muerte esa antigua ciudad griega.
La caída de la tarde y la noche subsiguiente sirvieron para comprender la intensidad del ataque terrorista. La prensa de la época cuenta que fueron tres los días donde reino el estruendo de las bombas y los ayes de dolor.
Se nos cuenta que El Catecismo revolucionario – junto al Manual del guerrillero urbano, de Carlos Marighella– influyó sobre numerosas generaciones de militantes de todo el arco ideológico. Lenin y Stalin muestran curiosas intersecciones con el discurso de nuestro personaje. Hitler se le acerca peligrosamente. Parece que está todo dicho cuando el Führer vocifera y dice: “Podemos hundirnos, pero nos llevaremos un mundo con nosotros”.
Las Brigadas Rojas italianas y alemanas exaltaron la personalidad de su autor. Fue para ellos una especie de Santo Patrono.
Los países de Nuestra América no escaparon a la influencia de Netchaiev. El Black Panther Party edita y distribuye millares de trabajos suyos. Abimael Guzmán, el líder de Sendero Luminoso, lo tenía como uno de sus autores de cabecera e inspirador de sus “tácticas revolucionarias”.
Los seguidores póstumos de Malcon X, ahora adheridos al yihadismo, exaltan sus enseñanzas y le llaman “el pequeño profeta”.
El general estadounidense William P. Yarborough también frecuento la lectura de El Catecismo… como experto en guerras no convencionales. Tanta fue su influencia que, al organizar los grupos paramilitares en Colombia, incorporó en la currícula de los colegios militares y escuelas de formación, la obligatoriedad de estudiar los textos del brasileño Carlos Marighella.
El Catecismo… es uno de los pocos textos que ha sido tan denostado, censurado y rechazado. La razón es clara: la radicalidad de lo que ahí se dice no es comparable con ningún texto de los autores anarquistas clásicos ni siquiera con los textos más flamígeros de Bakunin o de otros anarquistas malditos como Johan Most o Emma Goldman.
Su valor historiográfico radica en que es uno de los mejores relatos del contexto de nacimiento de la revolución en la Rusia de finales del siglo XIX y las dudas y debates que tuvieron lugar en torno a la necesidad y urgencia de la destrucción del régimen zarista.
En su afán apologético del terrorismo muchas veces habitó la débil frontera entre lo serio y lo ridículo, un perfil que lo ha convertido para unos en un precursor y para otros en la caricatura del radical político.
Bakunin lo negará más de tres veces. Se alejará de él casi con espanto. Marx y Engels lo denunciaron como un personaje infame. La leyenda de Necháyev se extenderá gracias a Dostoyevski, quien lo recrea en su novela Los endemoniados (Los poseídos o Los demonios en otras tradiciones literarias) a través del personaje Piotr Verjovenski.
Está todo dicho. Queda abierto el debate…
Me gustó incorporar este Catecismo a la lista de libros tan elogiados como condenados, que conforman un género literario. Excelente su trabajo, Silverio.
Edmundo Heredia
Extraordinario y siempre vigente el tema. Gracias por el profundo análisis.