<?xml version="1.0"?><doctrina> <intro><italic>SUMARIO: I. Introducción. II. Aristóteles y las formas de gobierno. III. La mejor forma de gobierno para Aristóteles. IV. El concepto de igualdad en Aristóteles. V. La forma de gobierno que más favorece la igualdad. VI. Conclusión</italic></intro><body><page><bold>I. Introducción</bold> Aristóteles nació en Estagira, ciudad de la antigua Grecia en la península Calcídica en el año 384 a.C. y falleció en Calcis en el año 322 a.C. Fue un erudito, filósofo y científico. Sus ideas han ejercido una enorme influencia en la historia intelectual de Occidente por más de dos mil años. El Estagirita escribió aproximadamente doscientos tratados sobre variadas disciplinas, entre otras, lógica, metafísica, filosofía de la ciencia, ética, filosofía política, estética, retórica, física, astronomía y biología transformando todas las áreas del conocimiento que abordó. Se lo reconoce como el fundador de la Lógica y de la Biología ya que si bien existen escritos previos sobre ambas materias, es en su análisis donde se encuentran las primeras investigaciones sistemáticas. Aristóteles realizó una contribución trascendente en el ámbito de la filosofía, de la ciencia y de la política. Así, formuló el principio de no contradicción, las nociones de categoría, sustancia, acto, potencia y primer motor inmóvil. Discípulo de Platón y de otros pensadores destacados de su tiempo, durante los veinte años que estuvo en la Academia de Atenas fue maestro de Alejandro Magno en el reino de Macedonia y fundó el Liceo en Atenas, donde enseñó hasta un año antes de su muerte. Sus ideas, novedosas para su época, hoy constituyen un legado para la humanidad. En estas líneas pretendemos centrarnos en el aspecto político de su aporte filosófico, esto es, en las formas de gobierno que magistralmente identificó y describió –en sus manifestaciones “puras” e “impuras”– , analizar aquella que, a su criterio, era la más conveniente, y relacionar dichos conceptos con la problemática de la igualdad. El estudio realizado por Aristóteles acerca de las formas de gobierno, sus virtudes y desviaciones, los riesgos de un gobierno de mayorías que no respete la libertad de los individuos, y la necesidad de una elite virtuosa –que identifica con la clase media– que garantice un orden equitativo social y económico, reviste importancia aun en la actualidad, toda vez que si algo caracteriza a este pensador, que logró trascender la época en que vivió, es la búsqueda incansable de un equilibrio armonioso entre los diversos elementos que confluyen en la formación de las instituciones. <bold>II. Aristóteles y las formas de gobierno</bold> Las expresiones “formas de gobierno” y “régimen político” son frecuentemente utilizadas como sinónimos y también con relación a otras, tales como “sistema político” o “forma política”. La locución “forma de gobierno” es la más tradicional y corresponde al concepto y a la preocupación más antigua relativa a la modalidad de los gobiernos. Se alude con ella a cada uno de los modos de establecer quién o quiénes deben ocupar los cargos de dirección y cómo deben ejercerlos. Dicho de otra manera, se trata del sistema para adoptar decisiones que comprometen a la sociedad en su totalidad. Así, las formas de gobierno se diferencian entre ellas según la composición, especialización y la jerarquía que establecen entre las instituciones que las constituyen. Ello permite establecer una clasificación y, a la vez, compararlas para determinar cuál se considera la mejor(1). Aristóteles dividía las formas de gobierno en monarquía, aristocracia y democracia(2). Definía a la monarquía como el gobierno ejercido por una sola persona. Mientras que en la aristocracia, aquél era desplegado por una minoría selecta. Por otra parte, consideraba a la democracia como el gobierno practicado por la multitud o la mayoría de los ciudadanos(3). A estas formas de gobierno las denominó “puras” siempre que –establecidas conforme a derecho– enderezaran su acción al fin propio de todo buen gobierno, esto es, el interés y el bien público. Por el contrario, entendió que degenerarían en “impuras” cuando dirigieran su actuación, no al interés general de toda la sociedad sino al bien particular de los gobernantes. En ese caso, darían lugar a la tiranía, a la oligarquía y a la demagogia, respectivamente (4). Sintéticamente podemos caracterizar las formas puras e impuras de gobierno definidas por Aristóteles de la siguiente manera: La <italic>monarquía y la tiranía</italic>: el gobierno de una sola persona se denomina real o monárquico –en el sentido estricto de la palabra– cuando es regular y está sometido a las leyes. En caso contrario, se convierte en tiranía. La monarquía absoluta concede todo el poder al rey, dueño de la cosa pública, como lo es también del cuerpo de la nación o del pueblo. Este régimen tiene directa relación con el poder doméstico. Aristóteles, a diferencia de Platón, opina que gobierno doméstico y gobierno político son dos conceptos diferentes. No obstante, reconoce que hay entre ellos cierta contigüidad. En efecto, la primera forma de realeza fue patriarcal, una especie de administración familiar aplicada a una o varias naciones. Ese orden de realeza se parece a la autoridad del padre que, a su vez, constituye una realeza ejercida sobre la familia. Por su parte, la tiranía no se diferencia, respecto al número, de la monarquía. Cualitativamente tiene por característica que, apartado de toda responsabilidad, el tirano gobierna en su solo interés y sin tener en cuenta el provecho de las demás personas. No obstante, la tiranía puede asemejarse a la realeza cuando observa las leyes o cuando nace por la voluntad de los ciudadanos. Inversamente, la monarquía se parece a la tiranía cuando su ejercicio es despótico y arbitrario. La <italic>aristocracia y la oligarquía</italic>: la aristocracia es el gobierno de varias personas. El número de gobernantes varía considerablemente; desde unos pocos hasta un gran número pero sin que éste pueda dejar de ser una minoría con relación a la población de una ciudad. La aristocracia está compuesta de hombres que no son lo suficientemente ricos como para abstenerse de todo trabajo y permanecer en completo ocio. Ahora bien, tampoco son tan pobres como para vivir a expensas del Estado. Se encuentran compelidos a proclamar la soberanía de la ley en lugar de hacerse soberanos ellos mismos. Por su parte, la oligarquía –como desviación de la aristocracia– procura satisfacer sólo el interés de la clase pudiente(5). La <italic>democracia y la demagogia</italic>: la democracia tiene lugar cuando el Estado es gobernado por las masas que constituyen la mayoría. Los ricos y los pobres están aquí igualmente presentes; el núcleo restante estará constituido por las clases materialmente independientes, capaces de consagrarse por entero a los negocios públicos. La democracia es un régimen popular regulado por las leyes en el cual el bien general se toma en consideración. La demagogia, como degeneración, sólo pretende satisfacer el interés de los pobres. Tanto la tiranía como la demagogia confieren un papel considerable a los aduladores. Los cortesanos en la tiranía y los demagogos en la democracia gozan de un crédito ilimitado; unos sobre el déspota y otros sobre el pueblo, tan corrompido como el tirano. Corresponde destacar que para Aristóteles, las formas impuras resultan de la corrupción o degeneración de las correlativas formas puras. Las primeras se caracterizan no sólo porque los gobernantes ejercen el poder en beneficio propio sino también porque en la oligarquía lo hacen los ricos y en la demagogia, los pobres. Esta última distinción muestra la insuficiencia de las “divisiones fundamentales” utilizadas primitivamente por Aristóteles. Probablemente, ello fue lo que lo llevó a formular otros criterios que no alcanzó a sistematizar. En este sentido, el Estagirita no se limitó a proponer tres formas típicas de gobierno sino que estableció también el principio de los gobiernos mixtos en los cuales se combinan las formas puras en proporción y circunstancias variadas. <bold>III. La mejor forma de gobierno para Aristóteles</bold> El estudio de las formas de gobierno, en cuanto a su clasificación y a la determinación de cuál de ellas sería la mejor, es el que más ha preocupado a los grandes filósofos políticos de todos los tiempos. Al respecto, cabe señalar –por una razón metodológica– la diferencia que existe entre la clasificación de las formas de gobierno y la elección de la mejor de ellas. La primera constituye la labor teórica que, sobre la base de tipos ideales o reales, enumera y divide las diversas formas de gobierno posibles o existentes de acuerdo con las características de cada una. La segunda, en cambio, es una tarea que recurre a juicios de valor e implica escoger entre las formas clasificadas proyectándolas en la vida política(6). Algunos autores consideran que Aristóteles defiende la monarquía como la forma ideal de gobierno. Afirman que, según el filósofo griego, si se encuentra un hombre de virtud excepcional que supere en capacidad política a todo el resto, no puede ser calificado como un par en el Estado, sometido a la ley como cualquier otra persona. De este modo, sostienen que en el pensamiento aristotélico tal persona ha de ser considerada como un dios entre los hombres, desde el momento en que no existe ley alguna para la virtud superior, por lo que los monarcas son, en sí mismos, la ley. Así, su virtud superior y su capacidad política les conceden el derecho a practicar la coacción y a vivir en armonía con sus ciudades, si su gobierno sirve al interés del Estado. Para esta corriente, Aristóteles se refiere a la monarquía como el Estado perfecto, el mejor gobierno en favor del bienestar general. Así, parte de la doctrina estima que su pensamiento jamás abandona la figura del Estado ideal: la monarquía, es decir, el gobierno del mejor, como una aspiración para los Estados y como la forma de vida más beneficiosa para la mayoría de los hombres. Sin embargo, cabe resaltar que otros autores han señalado la incorrección de tal creencia. Es que, en realidad, si bien para Aristóteles el primer gobierno es la monarquía, lo es solamente en el orden cronológico. El Estagirita no se muestra en favor de la realeza sino que la admite como un gobierno primitivo. Los pueblos antiguos se habrían sometido a los reyes por una razón que se podría llamar subjetiva, en cuanto se sentían agradecidos al jefe militar que los salvaba de la servidumbre(7). Tomando en cuenta estos aportes, se ha concluido que para Aristóteles, el mejor gobierno no es necesariamente el mismo para todos los tiempos y para todos los países. Y precisamente esta idea es la que lo llevó a efectuar un estudio completo de las diversas formas de gobierno, tanto por curiosidad de sabio como por honestidad de reformador(8). <bold>IV. El concepto de igualdad en Aristóteles</bold> El concepto de igualdad en Aristóteles era sólo predicable entre los llamados ciudadanos, en cuanto únicas personas libres y autónomas. Por el contrario, las mujeres, los trabajadores, los niños y los esclavos eran considerados inferiores. Si bien no existía igualdad para todos, ya que estos últimos no contaban con la posibilidad de tomar decisiones, dicha inferioridad de condiciones no implicaba una connotación discriminatoria. Ello es así pues en el pensamiento aristotélico existía una noción de reciprocidad por la cual las personas eran consideradas como miembros de una comunidad que merecían estima, y todos los individuos se profesaban un trato de respeto mutuo(9). Para justificar su reflexión, Aristóteles afirma que el alma tiene una parte dotada de razón y otra que carece de ella. En su concepción, las mujeres como los niños, los esclavos y los obreros tienen restringida aquella facultad, y en cada uno de ellos se la encuentra de manera diferenciada. La mujer –en opinión del filósofo griego– goza de razón pero limitada; mientras que los niños, la poseen de manera incompleta por no haber alcanzado su completo desarrollo. Por su parte, considera que los esclavos carecen de ella; no obstante señala que tanto el que manda como el que tiene que obedecer deben tener virtudes, aunque diversas, pues existen seres, sostiene, que por naturaleza están destinados a la sumisión. Por lo tanto, el esclavo se encuentra totalmente privado de voluntad; la mujer, la tiene pero subordinada al señor; y el niño la posee incompleta. De este modo, Aristóteles asegura que todos los individuos tienen su parte de razón moral pero en proporciones desiguales, y ello justifica la presencia del señor: para orientar y guiar a quienes se encuentran en desventaja a partir de aquella diferencia en cuanto a la razón de la que la naturaleza los habría privado –al menos en parte–. Por ello, podemos concluir que Aristóteles defiende y justifica la desigualdad social en el contexto de su época. En su pensamiento, los hombres se conciben por naturaleza con diferentes características, tanto físicas como de razonamiento, que los condicionan desde su nacimiento a ocupar un determinado puesto dentro de la sociedad. En esta línea, entiende que la esclavitud es necesaria; considera que el esclavo es parte de su amo, algo con lo cual forma un todo, por lo que debe estar sometido a éste y a esta sumisión la considera necesaria y justa para cumplir con el orden de dominio por la naturaleza determinado(10). El Estagirita interpreta que la autoridad del amo sobre el esclavo pertenece al orden de la que se ejerce sobre los instrumentos, porque para Aristóteles el esclavo no es otra cosa que una herramienta, una máquina obediente al mando. Afirma que ciertos seres están destinados únicamente a usar sus miembros careciendo de medios para elevarse a algo mejor, es decir, son esclavos por naturaleza. Por una predisposición de aquélla, no tienen cerebro y si apenas lo tienen, sólo poseen facultades intelectuales embrionarias o atrofiadas. En compensación, un cuerpo poderoso los hace aptos para los trabajos manuales y para los ejercicios de fuerza(11). Reconoce a los esclavos la capacidad mental de comprender las acciones y órdenes de sus maestros, pero niega que posean aptitud para actuar de una forma racional según su propia iniciativa. Los esclavos constituyen una posesión, un utensilio viviente y los equipara a los animales domesticados. Así, desde el momento del nacimiento, unos están destinados a ser sometidos y otros a gobernar. Evidentemente, el pensamiento aristotélico refleja alguna influencia proveniente de antecesores como Platón, que sostenía la escasa capacidad de algunos de los miembros de la sociedad, y la necesidad de que esta limitación fuera asumida por el señor puesto que éste tenía la obligación de responder por los actos de aquellos que, por no poseer una capacidad natural, no podían asumir las consecuencias de sus acciones. Desde otro costado, Aristóteles vincula el concepto de igualdad con el de justicia. En efecto, en el libro V de la Ética a Nicómaco, distingue entre justicia distributiva y justicia correctiva. El objeto de la justicia distributiva es repartir algún bien entre las personas que integran un colectivo según un determinado criterio. Advierte que “no todos coinciden en cuanto al mérito mismo, sino que los demócratas lo ponen en la libertad, los oligárquicos en la riqueza o nobleza, y los aristócratas en la virtud”(12). En cambio, el propósito de la justicia correctiva es regular las interacciones privadas de los individuos. Los dos tipos de justicia expresan un principio de igualdad de las personas aunque de manera diferente. Para la justicia distributiva, la igualdad está dada por una proporción que Aristóteles denominó geométrica; mientras que la igualdad que expresa la justicia correctiva deriva del igual trato que reciben las partes en una transacción. En este caso, Aristóteles sostiene que la relación de igualdad es aritmética. Lo justo y lo injusto se corresponden con la igualdad y la desigualdad, respectivamente, cualquiera sea la forma de justicia de que se trate. Y puesto que lo igual es un término medio, lo justo será también un término medio(13). <bold>V. La forma de gobierno que más favorece la igualdad </bold> Hemos referido en los acápites precedentes que entre las formas de gobierno consideradas por Aristóteles refiere a la democracia. El Estagirita define a la democracia como aquélla en la que los ciudadanos que representan la mayoría administran el interés común. El gobierno democrático es un compromiso entre los principios de libertad y de riqueza; el intento de unir la libertad del pobre con la riqueza del rico, sin dar a ninguno de los dos principios un predominio exclusivo. Reconoce que la doctrina de la multitud suprema, que se encuentra por encima de la minoría más virtuosa, no está libre de dificultades aunque contiene un elemento de verdad. En efecto, cuando en general se reúnen las personas, su sabiduría colectiva y experiencia pueden ser superiores a la de una minoría. Por el contrario, la demagogia, como deformación de la democracia, deroga el reino de las leyes. Reemplaza las disposiciones generales y objetivas, valederas para todos, por las decisiones individuales y subjetivas que hieren a ciertos individuos o a determinadas categorías restringidas de individuos, especialmente a los ricos. Los demagogos, para sustituir con la soberanía de los decretos la de las leyes, atribuyen todos los asuntos al pueblo porque con ello termina ganando su propio poder. Dan a entender que dejan la decisión a la muchedumbre, pero, en realidad, habiendo logrado su confianza, son ellos quienes gobiernan cubriéndose con la voluntad popular. Para Aristóteles no es razón suficiente para legitimar un buen gobierno el hecho de que gobierne la mayoría o la minoría. El criterio cuantitativo del número no es el único a considerar sino que lo completa con un criterio cualitativo para el cual la demagogia es el gobierno de quienes no tienen nada o que tienen poco para ofrecer por el bien común. En su criterio, lo que distingue esencialmente a la demagogia de la oligarquía es la pobreza o la riqueza. Allí donde el poder lo tienen los ricos, incluso si están en mayoría, habrá oligarquía; y donde el poder lo tienen los pobres, aunque se encuentren en minoría, habrá demagogia. Supongamos, reflexiona Aristóteles, un Estado compuesto de mil trescientos ciudadanos, entre los cuales los ricos, en número de mil, despojan de todo el poder político a los trescientos restantes que, aunque pobres, son –sin embargo– tan libres como ellos e iguales en todo lo que no sea la riqueza. Dicha ciudad, donde mil ricos oprimen a trescientos pobres, no constituye para Aristóteles una democracia. Inversamente, allí donde los pobres –aun en minoría– dominen a los ricos, no habrá tampoco un régimen democrático, porque los ricos quedarían apartados del gobierno(14). La democracia fundada en la ley no atribuye, en principio, derechos más amplios a los pobres que a los ricos. En la democracia ni unos ni otros son soberanos exclusivos sino que lo son en proporción al número. Al analizar las causas de la transformación de los gobiernos, si bien entiende que las razones de su destrucción son múltiples, considera que el principal motivo de la subversión puede atribuirse al exceso de igualdad o de desigualdad. En efecto, los ciudadanos son –para Aristóteles– a la vez iguales y desiguales; iguales en ciertos aspectos pero no en otros. El error de la demagogia consiste en la tendencia a la igualdad absoluta y general, siendo que en la naturaleza de las cosas la igualdad no es real sino en ciertos puntos. Por su parte, el error de la oligarquía radica en hacer de la desigualdad un principio absoluto general, cuando la realidad muestra que los hombres no son desiguales sino en ciertos aspectos. En la demagogia, los gobernantes procurarán conseguir el reparto de bienes y –de este modo– fomentarán la rebelión de los ricos que, amenazados en sus posiciones, vejados en su amor propio, emplearán diversas formas de conspiración que pondrán fin al gobierno. Por su parte, la oligarquía practicará la opresión de las clases inferiores, reduciendo a la nada el papel de los hombres libres que ya no serán ciudadanos y, de ese modo, inducirá a la masa del pueblo a buscar un jefe que se pondrá a la cabeza y derribará a la facción gobernante. El camino de la salvación se halla en el mantenimiento del equilibrio necesario y conveniente a cada uno respetando la igualdad de los hombres libres. Aristóteles entiende que la igualdad debe mantener su relatividad sin pretender hacerse absoluta(15). El Estagirita afirma que la estabilidad política depende de un orden equitativo social y económico, opuesto a la clase gobernante egoísta. Y considera que la mejor comunidad política es la constituida por ciudadanos de clase media. Señala que los Estados que están bien administrados, son aquellos en los que la clase media es mayor y más fuerte que las otras dos clases juntas o que cualquiera de ellas tomada de manera aislada. La clase media proporcionó a Aristóteles el equilibrio sin el cual no puede perdurar ninguna democracia como forma de gobierno. <bold>VI. Conclusión </bold> Analizada la doctrina de Aristóteles desde la perspectiva actual, valoramos su aporte imperecedero a la Filosofía Política, aun cuando algunos de sus planteos pueden considerarse superados para el ciudadano del siglo XXI. Es así que no se puede negar que la ciudad de Aristóteles ofende el pensamiento político moderno por sus diversos ataques en contra de la persona humana particularmente en relación con la problemática de la igualdad ya que, en lo concerniente a la esclavitud, el filósofo considera que el ciudadano tiene la necesidad de contar con instrumentos consagrados a las obras civiles, y acepta sin esfuerzo que ese papel sea ejercido por seres humanos. Estima indispensable que algunos individuos liberen a otros de ciertas tareas a los fines de alcanzar una vida bella y buena. No obstante, declama que los esclavos deben ser tratados humanamente aunque la servidumbre no provoque de su parte ninguna condena moral, al igual que la concepción de inferioridad de la mujer y de los niños. Más allá de la crítica a dicha postura filosófica –influenciada sin dudas por el contexto histórico de la época–, corresponde resaltar que la valía de la contribución a la ciencia política de Aristóteles se encuentra –ante todo– en su armonioso equilibrio. Para el pensador griego, todos los elementos deben tener su justa proporción, procurando encontrar en ellos el justo medio. Por ello, la importancia de su legado –que lo lleva a ser un precursor– radica en su relativismo. Para el Estagirita no hay nada absoluto en política. Puede haber ocurrido que, en ocasiones, haya sufrido la tentación de no seguir este principio. Pero constantemente ha recordado la relevancia y la variedad de los factores que intervienen en la formación de las instituciones: el tiempo, los bienes, los hombres, entre otros(16). Consideramos que es la armoniosa conjunción de los diferentes elementos mencionados el gran aporte de Aristóteles que hasta el día de hoy atrae nuestra atención, ya que reviste indudable actualidad e importancia en el estudio de las formas de gobierno contemporáneas. Por esa razón, el pensamiento aristotélico, sistemático y viviente, ha conservado a través de los siglos un interés que no ha sido abandonado jamás&#9632; <html><hr /></html> *) Abogada. Notaria. Esp.en Der.Proc., UNC. Adscripta a las Cát. Der. Priv. II y VII, Fac. Derecho, UNC. Prosecretaria p/ conc. Juzg. 11° Nom. CyCCba. **) Abogada. Notaria. Esp. en Der. Proc, UNC. Docente de Der.Privado II, Fac. Derecho, UNC. Prosecretaria p/conc.Juzg. 31° Nom. CyCCba. 1) Cfr. López, Mario Justo, Manual de Derecho Político, Depalma, Bs. As., 1994, p. 337; Valencia Vega, Alipio, Fundamentos de Derecho Político, Edic. Librería Juventud, Bs. As., 1962, p. 549. 2) Sanguinetti, Horacio, Curso de Derecho Político, Editorial Astrea, Buenos Aires, 1986, p. 22; Ebenstein, William, Los grandes pensadores políticos, Rev. de Occidente, Madrid, 1965, p. 92. 3) Gouiran, Emilio, Los rasgos salientes del pensamiento aristotélico, pub. del Instituto de Humanidades, Córdoba, 1942, p. 13. 4) Valencia Vega, Alipio, Fundamentos de Derecho Político, Edic. Librería Juventud, Bs. As., 1962, p. 552; Jiménez de Parga y Cabrera, Manuel, Los Regímenes Políticos Contemporáneos, Edit. Tecnos, Madrid, 1960, p. 114. 5) Jiménez de Parga y Cabrera, Manuel, Los Regímenes Políticos Contemporáneos, Editorial Tecnos, Madrid, 1960, p. 114. 6) López, Mario Justo, Manual de Derecho Político, Depalma, Buenos Aires, 1994, p. 339. 7) Prelot, Marcel -Lescuyer, Georges, Historia de las Ideas Políticas, La Ley, Buenos Aires, 1987, pp. 70-71. 8) Prelot, Marcel -Lescuyer, Georges, Historia…, cit., p. 62. El tema de la mejor forma de gobierno es particularmente abordado por Aristóteles en el libro VI de “La Política” y predomina en sus conclusiones un criterio relativista. En tal sentido, afirma -por una parte- que es necesario tener en cuenta el pueblo de que se trate y -por otra- que es preferible la forma mixta o media. 9) Castillo Rozo, Ana Rosa, Análisis de la Política de Aristóteles respecto de la Igualdad y la Libertad del Individuo, Universidad de La Salle, Bogotá, 2009, p. 39. 10) Sanguinetti, Horacio, Curso de Derecho Político, Editorial Astrea, Buenos Aires, 1986, p. 21; Castillo Rozo, Ana Rosa, Análisis de la Política de Aristóteles respecto de la Igualdad y la Libertad del Individuo, Universidad de La Salle, Bogotá, 2009, p. 44. 11) Prelot, Marcel – Lescuyer, Georges, Historia de las Ideas Políticas, La Ley, Buenos Aires, 1987, pp. 60-61. 12) Aristóteles, Ética Nicomáquea, Editorial Gredos, Madrid, 1985, p. 244. 13) Aristóteles, Ética…, cit., p. 243. 14) Prelot, Marcel – Lescuyer, Georges, Historia de las Ideas Políticas, La Ley, Buenos Aires, 1987, pp. 68-69. 15) Prelot, Marcel -Lescuyer, Georges, Historia de las Ideas Políticas, La Ley, Buenos Aires, 1987, pp. 70-71. 16) Así, por ejemplo, Aristóteles que –como señalamos– no es partidario de la monarquía, reconoce que ésta tuvo su razón de ser en la época del nacimiento de los Estados, cuando acababan de salir de una primera agrupación familiar.</page></body></doctrina>