En este breve y simple análisis haré referencia a la utilidad que presenta en la mesa de mediación el enfoque del Análisis transaccional del autor Eric Berne (1910-1970) en relación con los estados en los que se nos presenta el ego, estudio que a pesar de tener sus años resulta sumamente actual. El autor plantea que el ego se presenta en tres estados: padre, adulto y niño. En este último observamos características que uno posee en sus primeros años de vida, como son los caprichos, las pataletas, el egocentrismo, las exigencias (a veces desmedidas), amén de aspectos positivos como son la creatividad, la espontaneidad, la curiosidad, la ausencia de prejuicios. El estado padre se refiere a la cuestión moral y ética, a los preceptos que recibimos de nuestros padres, los mandatos, y el estado adulto es el estado racional, en el cual vemos “la realidad” que nos circunda.
Cuando la persona que se presenta a mediar se encuentra en estado niño es fácil dar rienda suelta a la lluvia de ideas e impulsar la creatividad para buscar soluciones, pero para que esas propuestas se mantengan en el tiempo es ineludible que los involucrados se posicionen en el estado adulto necesariamente, ya que éste los pone frente a sus responsabilidades y permite que la persona inmersa en el conflicto sea protagonista (lo que se pretende con el proceso de mediación).
También se observa en las mediaciones que muchas veces se buscan las respuestas afuera, indicando culpables externos y exigiendo soluciones mágicas que vengan de alguien más… pues siempre es más fácil que un tercero solucione mis problemas a tener la ardua tarea de responder por mis acciones y poner empeño en solucionar mis conflictos tomando el estado adulto.
De allí a que las personas seamos renuentes a escoger el método de la mediación, que nos exige salir de la zona de confort y asumir responsabilidades, asumir que soy parte del problema, pero también de las soluciones. Asistimos a un presente en el que se elige depositar la responsabilidad en un tercero (abogado, juez, político) a fin de que solucione nuestros problemas y corra con los riesgos… pues si algo sale mal en el proceso allí estará nuevamente ese ego en estado niño buscando culpables de los nuevos “fracasos” o enojándose cuando alguien le dice lo que no quiere escuchar.
Ahora bien, vamos más a lo profundo, al intento de ubicar un origen de este estado niño arraigado a nuestra sociedad y entonces debemos buscar en las instituciones primarias que forman al ciudadano adulto: la familia, la escuela, las instituciones intermedias; y en este punto me pregunto: ¿cómo nos enseñaron o enseñan (si es que lo hacen) a gestionar nuestras emociones y nuestros problemas?; ¿les enseñamos a nuestros niños, niñas y adolescentes a gestionar sus conflictos o debemos decir que actuamos como terceros que los resuelven porque es el camino más corto? ¿damos herramientas útiles?, ¿enseñamos a cuestionarse, a buscar alternativas?
Creo humildemente que seguimos con enseñanzas que servían para otros tiempos, para otro tipo de dilemas, y allí es cuando nos sumergimos en un reduccionismo ante la multiplicidad de escenarios que nos ofrece nuestro presente. Se vuelve operativo el adagio de que “cuando la única herramienta que tienes es un martillo, todo problema comienza a parecerse a un clavo”…
Entonces, retornando al comienzo y retomando el título propuesto: ¿por qué a veces la mediación no alcanza? Pues creo que estamos necesitando un cambio de paradigma, un cambio en las enseñanzas, un cambio cultural y social profundo en la calidad espiritual del ciudadano; incluir la educación emocional en las escuelas, redimensionar el concepto de “ganar-ganar” entendiendo que mi prójimo no es mi rival, que es parte de la solución; entender que si nos va bien a todos en ese bienestar me incluyo y que si le va mal a mi vecino, a mi sociedad, por añadidura ese mal me incluye; somos parte del todo, parte del problema y de la solución.
Así es que la mediación se torna en un modo de vida, en un camino de ida, y quienes creemos en su eficacia debemos intentar que nutra todas las aristas de nuestra existencia, propugnando que nuestras relaciones se empapen de esa filosofía aportando a la difusión de “un estilo de vida”. Desde mi lugar puedo iniciar el efecto dominó, puedo ayudar a encontrar soluciones donde no se veían, confiando en que en un futuro no tan lejano la mediación y sus valores se empleen masivamente por medio de resignificaciones en la gestión de emociones y conflictos.
(*) Abogada. Mediadora con especialidad en Civil, Comercial y Familia. Diplomada en mediación y convivencia escolar. Directora del Centro Privado de Mediación “Cristales” (Pilar, Córdoba)
Resueno con tus reflexiones. Gracias
Una mirada que nos hace reflexionar y movernos los mediadores a ser más proactivos en desarrollar y agrandar la Mediacion buscando nuevas herramientas que la ubiquen a la altura de la modernidad actual! Felicitaciones!