Por Florencia G. Rusconi (*)
A 42 años de la Guerra de las Malvinas, nuevos antecedentes, sumados a una visión más clara de las circunstancias, explican la derrota militar frente a los británicos.
La invasión se realizó cuatro meses antes de lo planificado
El 15 de diciembre de 1981, el vicealmirante Juan José Lombardo se sorprendió cuando el comandante en jefe de la Armada, Jorge Anaya, lo convocó con urgencia a su despacho en el Edificio Libertad, en Buenos Aires. “Vamos a ocupar las Malvinas y usted será el encargado de planificar la operación”, le señaló el comandante Anaya.
Lombardo comenzó inmediatamente a trabajar en el plan e incluso entregó un plazo tentativo: la fecha simbólica del 9 de julio de 1982.
La estrategia de Lombardo recomendaba echar marcha atrás a la llamada “operación Georgias del Sur”. Ésta había sido iniciada en octubre de 1981 y consistía en colonizar lentamente estas islas, situadas a 1.600 km al este de las Malvinas. Cualquier incursión en las Georgias, calculaba Lombardo, podía entorpecer la invasión profesional que se llevaría a cabo en las Malvinas. No obstante, un grupo de militares comandados por el teniente Alfredo Astiz -quien al interior del régimen militar se había destacado por su labor de represión- improvisó una operación apoyado en el número 10 de la Armada, el almirante Otero. Ambos desobedecieron abiertamente los planes de Lombardo cuando el 23 de marzo desembarcaron en las islas Georgias del Sur. Astiz y su tropa provocaron a los pocos marinos británicos de la isla colocando bombas cazabobos y autodenominándose “Grupo de Invasión Los Lagartos”, episodio que alertó a los británicos: el cónsul inglés en Buenos Aires informó a Londres que todo indicaba que los argentinos pretendían apoderarse prontamente de las islas.
Ante el temor de que la invasión se frustrara y envalentonado por la pasividad británica en las Georgias, el jefe de la Armada pidió a Leopoldo Galtieri, jefe de la junta militar, adelantar los plazos de la acción. El 2 de abril de 1982 llegó la orden de invadir, cuando las tropas aún no estaban lo suficientemente preparadas. Además, Galtieri y el frustrado estratega Lombardo habían calculado tener seis flamantes cazabombarderos provistos con misiles Exocet, una compra de armas a Francia que llegaba en mayo.
Según una investigación que hizo de este episodio el diario Clarín en marzo de 1996, la operación Georgias demostró “cómo la guerra sucia destruyó el orden jerárquico y estableció lealtades más fuertes que cualquier razón estratégica”.
Precaria situación política
Dos días antes de la invasión a las Malvinas, la Plaza de Mayo de Buenos Aires vivió una gigantesca manifestación contra el régimen militar. Convocada por la poderosa Central General de Trabajadores, la demostración se transformó en un acto de repudio a los militares, a su dura represión y a su mal manejo económico. La inflación llegaba a tres dígitos, la deuda externa ascendía a US$34 mil millones. En marzo de 1982 la situación política estaba tan tensa, que muchos apostaron a que la junta no sobreviviría los próximos meses. Según el Sunday Times del 10 de abril de 1982, “Argentina logró la unión nacional al precio de un aislamiento internacional que la coloca en una de las situaciones más difíciles de su historia”.
Si bien Galtieri había logrado acallar las críticas y llenar la Plaza de Mayo, pero esta vez para aclamar su gesta, un documento secreto redactado por los servicios de seguridad argentinos estimaba que la invasión había sido un grave error y que el país pagaría caro su golpe de fuerza.
Aunque la acción entusiasmó a las masas, estaba claro que las organizaciones políticas y sindicales sólo establecían un pacto de paz transitorio, durable en la medida del éxito final de la invasión.
Cuando el 14 de junio las tropas argentinas se entregaron, los clamores por sacar del poder a los militares se multiplicaron con tanta fuerza que el régimen sólo duró un año más.
Subestimar la capacidad de reacción de Margaret Thatcher
Uno de los grandes errores cometidos fue pensar que, por la lejanía de las islas, ubicadas a 12.320 kilómetros de Londres, Inglaterra no las podía defender militarmente. Después del 2 de abril, la mayoría de los analistas políticos apostaba a que para Reino Unido era técnicamente imposible recuperar las islas y que implicaría costos millonarios que la golpeada economía inglesa no podía soportar. Margaret Thatcher estaba en el poder desde 1979 y su ambicioso plan de reformas económicas y privatizaciones implicaba un cambio estructural que conllevó miles de despidos y recortes sociales. A principios de 1982 era una primera ministra altamente impopular y todas las encuestas vaticinaban que en la contienda electoral de 1983 iba a perder estrepitosamente. Según Jack Child, profesor de la American University de Washington y experto en el tema Malvinas, los militares argentinos subestimaron a Thatcher no sólo por su débil posición interna sino porque no creían capaz que una mujer liderara una conducción firme en un conflicto bélico.
Las Malvinas no eran para Gran Bretaña un territorio de importancia. De hecho, venían discutiendo con Argentina hace 17 años una manera de arreglar el problema de la soberanía de las islas y hacia 1982 incluso estaba dispuesto a compartir la posesión atlántica. Por esto, el 5 de abril renunció el ministro de Relaciones Exteriores, Lord Carrington, por considerar que había fracasado en su diplomacia.
La invasión cambió el panorama y dio una excelente oportunidad a Thatcher para responder militarmente a la agresión y así desahogarse de sus problemas políticos internos.
Francia entregó secretos militares argentinos a Inglaterra
En la mañana del 4 de mayo de 1982 dos bombarderos Super Etendard de la Fuerza Aérea Argentina despegaron de una base en Tierra del Fuego. Pasadas las dos de la tarde cada uno de los aviones lanzó un misil de largo alcance, el Exocet. Uno de los cohetes impactó al portaaviones Sheffield y causó la muerte de 20 marinos británicos. Tras el ataque, los ingleses confirmaron que el Exocet era el arma más devastadora de los sudamericanos. En sus memorias, el almirante Sandy Woodward, jefe de la operación británica, aseguró: “(Estos misiles) probablemente nos hubieran obligado a abandonar toda la operación”.
Sin embargo, había un país que podía ayudar a anular la amenaza de los Exocet: Francia, que había manufacturado los cohetes y también los aviones Super Etendard. Según reveló la revista Time en un reportaje de septiembre de 1996, el presidente francés, François Mitterrand, quien apoyó en todo momento al gobierno de Thatcher, ordenó retrasar una importante entrega de Exocet a Perú, porque Gran Bretaña temía que éste los pudiera vender a Argentina. Según Time, Francia prestó asistencia técnica y de inteligencia sin precedentes en la áspera relación que marcó la historia de ambos países. El Ministerio de Defensa francés proveyó a los británicos de valiosa información sobre cómo derribar exitosamente estos misiles.
En una segunda etapa de cooperación, Francia facilitó un escuadrón de aviones Mirage y Super Etendard a una base secreta británica. La idea era que los pilotos ingleses se familiarizaran con todo el sistema de los aviones, debilidades y fortalezas, que ocupaban sus enemigos.
Al mismo tiempo, el gobierno francés transmitía a los servicios secretos británicos informes periódicos sobre los movimientos de compra de armas en el país, para que pudieran detectar a posibles compradores argentinos.
Problemas para comprar armas
El 2 de mayo, un submarino inglés infligió un duro revés a la Armada argentina al hundir al crucero General Belgrano con 1.042 tripulantes a bordo, de los cuales murieron 500. En Buenos Aires preocupaba cómo su material bélico era destruido sin poder reemplazarlo. Al 14 de mayo, con tropas británicas firmemente asentadas en las Malvinas, Argentina se quedó sin misiles Exocet y se vio obligada a buscar suministro de armas, pero sus aliados tradicionales le habían vuelto la espalda. Ya el 10 de abril, los diez países que entonces componían la Comunidad Económica Europea suspendieron todas sus ventas de armas a Argentina. Por otro lado, la solidaridad latinoamericana no bastaba y EEUU se mostraba como el mejor socio de Thatcher.
El único que los podía ayudar era un hombre que fue enemigo de todos estos países: el líder libio Mohamed Khadafi. El 15 de mayo seis argentinos esperaban en el aeropuerto de Barajas, Madrid, a que un avión libio los llevara a Trípoli. Engominados y de traje parecían ejecutivos discretos en los que nadie hubiera reparado. Sin embargo, el servicio secreto británico los había detectado.
El brigadier Teodoro Waldner, el rector jesuita de la Universidad de Tucumán, Aníbal Fosbery, y el almirante Moya eran los enviados especiales de Galtieri para negociar una compra de armas con Khadafi. Dos días después, habían materializado una de las pocas compras que se lograron hacer durante el conflicto: 120 misiles antitanques, 20 misiles aire-aire, artillería liviana, morteros y visores infrarrojos considerados indispensables para combatir la Task Force británica. Entre el 20 de mayo hasta el fin de la guerra, el 14 de junio, seis reacondicionados Boeing 707 de Aerolíneas Argentinas volaron entre Buenos Aires y Trípoli. Gracias a la ayuda de la inteligencia estadounidense, los ingleses tuvieron conocimiento de cada uno de los vuelos y su cargamento.
Fracaso de una operación secreta en Europa
El 31 de mayo infantes de marina y paracaidistas británicos se acercaban a Puerto Argentino, defendido por unos 7 mil soldados argentinos, en lo que se esperaba iba ser la batalla final.
Ese día en Málaga, España, detectives españoles detuvieron a dos argentinos que se hacían pasar por turistas y llamaron la atención por un despliegue inusitado de divisas, lo que hizo creer a la policía que se trataba de narcotraficantes. Sin embargo, ésta se llevó una gran sorpresa cuando constató que uno de los sospechosos era capitán del Ejército argentino. Tras ser descubiertos en misión secreta se dio por fracasado un ambicioso plan de inteligencia: la operación Gibraltar.
Se trataba de un comando militar cuya misión era hacer volar todo barco británico que arribara a Gibraltar. Los uniformados habían recibido armamentos desde Italia y esperaban la llegada de la nave de guerra inglesa Ariadne, con cuyo hundimiento los argentinos esperaban dar un golpe psicológico a los ingleses, al iniciar una guerra subversiva en suelos europeos.
Aislamiento internacional
Galtieri apostó al principio del conflicto a que EEUU apoyaría su accionar, con base en el cálculo de que eran los militares argentinos indispensables en la política latinoamericana anticomunista del gobierno de Ronald Reagan, por lo que creyó tener un socio asegurado.
Sin embargo, resultaba obvio que EEUU apoyaría a Inglaterra, su mejor aliado en la OTAN, al margen del hecho de que Reagan y Thatcher compartían una misma visión política.
Desde los primeros días, Argentina buscó el reconocimiento internacional de su acción. El 6 de abril, Galtieri solicitó el apoyo de los países no alineados, sin recibir ninguna respuesta concreta. El 19 de abril pidió a la OEA la aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), pero sólo obtuvo un cierto apoyo formal. Excepto Brasil que, según un libro de Moniz Bandeira, de la Universidad de Brasilia, publicado en 1993, les habría prestado aviones de combate para rastrear el Atlántico, la posición latinoamericana fue neutral. Chile, que en 1978 casi se había enfrentado con Argentina por unas islas en el canal de Beagle, incluso prestó cierta ayuda a los británicos. La soledad internacional del país quedó en evidencia cuando Juan Pablo II visitó Reino Unido el 27 de mayo, en plena ofensiva final de las tropas inglesas.
Falta de preparación militar
Los errores estratégico-militares cometidos por Argentina fueron claves en la victoria inglesa. Según el informe Rattenbach, elaborado en 1984 por una comisión investigadora argentina, uno de los cálculos fatales fue una excesiva anticipación en el despliegue de las tropas, lo que obligó a los conscriptos a permanecer estancados en lugares distantes de la isla, sin ningún tipo de relevo. Como la fecha de invasión se había adelantado en cuatro meses, la mayoría de los soldados no tenía un equipamiento propio para un invierno con temperaturas bajo cero. Desde que los británicos desembarcaron el 1 de mayo, los 10 mil efectivos argentinos quedaron con un precario abastecimiento desde el continente. En ocasiones, la falta de alimentos resultaba dramática.
(*) Abogada. Docente jubilada de la cátedra de derecho internacional público (Facultad de Derecho, UNC)
Muy interesante la nota. Saludos a la Dra. Florencia Rusconi, a quien recuerdo como profesora en la materia Derecho Internacional Público, allá por el año 1996.