La frase pertenece al especialista Claudio Pizzi, quien destacó también que la palabra “equilibrio” es la clave, tanto entre la oferta y la demanda -como factor regulador por naturaleza- como entre la presión fiscal y la calidad de servicios recibidos
“El éxito de una nación moderna se estudia a partir de determinados indicadores relacionados, entre otros aspectos, con apertura de negocios, emprendimiento, influencia cultural, propósito social. Los argentinos pagamos más de 160 impuestos y tasas. Quien tiene la fortuna de comprarse un vehículo cero kilómetro termina pagando dos; si carga nafta, debe dejar más de un tercio del valor en una media docena de tributos incluido el IVA”, señaló a Factor Claudio Pizzi, licenciado en Administración y máster en Administración de Empresas con especialización en Finanzas, egresado de la Escuela de Economía y Negocios de la Universidad de Belgrano.
Según el profesional, un estudio de la Fundación Libertad, a partir del “índice de burocracia”, revela que las pequeñas y medianas empresas dedican en promedio 809 horas al año para satisfacer trámites y regulaciones exigidas por el estado para poder operar sus negocios. En Brasil, ese número es 115. El índice de libertad económica, creado en 1995, mide cuatro grandes categorías: el Estado de derecho, el tamaño del Estado, la eficiencia regulatoria y la apertura de mercados. Estados Unidos se ubica en el puesto 25, Uruguay en el 27, Argentina en el 144, Cuba y Venezuela en el 175 y el 176, respectivamente.
“Durante décadas, Argentina ha creado un sinfín de regulaciones de todo tipo y tenor encorsetando la actividad privada con la idea de “preservar el trabajo de los argentinos” y de crear actividad ficticia, carísima, y de mala calidad. Sustentar estas creencias implicó la construcción de una estructura estatal y paraestatal monstruosa financiada con déficit fiscal y endeudamiento externo”, agregó el especialista.
¿Cómo cree usted que influye en la economía la regulación de precios?
Una de las regulaciones que termina siendo un clásico argentino es el control de precios, Precios Cuidados, Precios Justos, o como se lo quiera llamar. Esta práctica, como herramienta para combatir la inflación, no genera resultados positivos. Reprime los precios que suelen explotar seguido de devaluaciones y ajustes muy duros para la sociedad.
En una economía cerrada en la que se puede planificar la producción y su distribución entre los habitantes, este tipo de control cobra sentido. Si es el Estado el que domina volúmenes, costos y gastos, es lógico que también gobierne los precios de intercambio. En una economía abierta o pseudoabierta como la de Argentina, se cuenta con empresas nacionales, multinacionales grandes, con 600.000 a 650.000 pymes, sumado a las organizaciones sin fines de lucro, lo que forma a groso modo, la macro, y los millones de habitantes que, tomando decisiones diarias sobre inversión, financiación, gasto, ahorro, conformamos la micro. Cuando se controlan precios en una economía libre, surgen la escasez o la sobreproducción, la baja en calidad, la fragmentación del volumen. En este tipo de sistema los precios jamás están en equilibrio, deben fluctuar por sentido común. No son siempre los mismos oferentes y demandantes los que componen los mercados. Al ser elementos de orientación económica, cuando se los interviene, se pierde la información y ya no se sabe qué es caro o barato, qué precio cobrar, qué ni cuánto producir. Un bien, en definitiva, vale lo que el consumidor (mercado) esté dispuesto a pagar por él.
En una economía en libertad, desde un plomero, pasando por el dueño de una pyme hasta una gran multinacional, elige cuáles precios ponerles a sus productos y servicios y, seguramente, intentará obtener la mayor utilidad posible porque necesita competir, crecer, sostenerse y reinvertir en su emprendimiento. Hablamos de “posible” porque el consumidor debe tener el poder de decidir sobre pagarlo o no y eso conforma el equilibrio general.
¿Cómo se produce la inflación?
Desde lo conceptual, la inflación se produce a partir del exceso de emisión monetaria producto de desbarajustes en los presupuestos de los Estados. Se acelera a partir del exceso de moneda, su velocidad de circulación y el motivo especulación (¿”a qué valor tendré que reponer la mercadería?”). Algunos colegas que hablan de “multicausalidad”, le otorgan un lugar de privilegio a la “concentración económica”, la formación de oligopolios, duopolios. En Argentina, como en muchos países del mundo, existe el fenómeno, léase Techint y Acindar, en acero; Ledesma y Chango, del grupo Tabacal, en azúcar.
Siguiendo con la referencia, en el rubro alimentos, un puñado de empresas controla entre 70% y 90% de la producción y comercialización de aceites, fideos, harina, gaseosas (Coca Cola y Pepsico), leche. Más de 70% de la facturación de los productos en góndolas corresponde a una veintena de empresas.
Hay cierta coincidencia entre los colegas acerca de sus efectos. Algunos dicen que Argentina tiene un nivel bastante menor al promedio de América Latina, en línea con estándares europeos, y, por tanto, no debería hablarse de inflación por concentración. Otros dicen que, si bien este tipo de estructuras no necesariamente la producen, su enorme poder de negociación puede generar tensión en los precios. Aquí el Estado tiene por lo menos tres alternativas, las cuales puede utilizar de forma individual o conjunta. La primera consiste en utilizar su capacidad para regular de manera estratégica, interviniendo a partir del desarrollo de normas antimonopólicas como la Ley de Defensa de la Competencia, y el impulso de organismos en defensa del consumidor. La segunda es su decisión de generar apertura económica y libre competencia, y la tercera consiste en apoyar al tejido empresarial pyme y a los emprendedores, desarrollando políticas de acceso a los mercados y financiación.
En definitiva, la concentración termina siendo el resultado de políticas opuestas a la “apertura económica” y al temor por competir con otras economías del mundo.
Parecería ser que los palos siempre caen del lado de los empresarios, sinónimo de mala palabra en argentina. Para ser justos, los representantes de la industria deben ocuparse de los bancos, de los impuestos y del Banco Central. Lidiar contra los incrementos de costos, la disponibilidad energética, la falta de personal calificado y de dólares, la inestabilidad y falta de competitividad del tipo de cambio, la inseguridad, los juicios laborales, las presiones sindicales. Como si fuera poco, también deben hacerlo contra la presión impositiva formal, que es muy elevada en contraste con la informal, de baja productividad, soportada por empresas outsiders que no pueden pagar los tributos y por lo tanto genera competencia desleal.
La libertad económica se puede expresar por medio de diferentes modelos de gestión. Países como Estados Unidos y Suiza tienen cosas en común y otras muy diferentes; sin embargo, en ambos esa condición es la base de sustentación de su desarrollo. Se trata, entonces, de elegir el modelo y empezar a vivir la experiencia.
¿Cómo actúa la fiscalidad en la regulación de la economía?
Los países catalogados como los mejores del mundo para vivir tienen los PBI per cápita más altos y, en muchos casos, una elevada presión fiscal con tasas de entre 47,7% y 42,9%. Argentina declama un registro teórico del orden de 29,1%, pero este dato treparía a la cima si se descuenta el enorme peso que tiene la economía informal (45%). Es decir, estamos a mitad de camino, soportando una enorme presión tributaria con servicios de pésima calidad. Lo contrario a Argentina es Suiza, con una tasa promedio de 27%. Su costo de vida es elevado, pero también lo son los ingresos de sus habitantes, siendo el franco suizo una moneda de valor. Ese 27% se traduce en un sistema de bienestar social sólido, servicios públicos eficientes, educación de alta calidad y un sistema de salud bien desarrollado, además de estabilidad política y baja criminalidad.
Vivir en libertad económica tiene muchos beneficios, pero se debe aprender su lógica y asumir los costos. Las empresas a nivel macro necesitan precios relativos estables y competitividad para poder planificar y una política fiscal razonable. Tasas de interés adecuadas y positivas.
Los controles que operan en este sistema económico, deben estar soportados sobre una cultura, educación y valores de alta calidad. La palabra “equilibrio” es la clave. Equilibrio entre la oferta y la demanda como factor regulador por naturaleza. Equilibrio entre la presión fiscal y la calidad de servicios recibidos. Equilibrio en la macroeconomía y una fuerte decisión por aprender a vivir en libertad, lo que exige competir, ser productivos y estar preparados para vivir en un mundo cambiante e incierto.
¿Cuál es la situación de Argentina?
Nosotros no terminamos por decidirnos; nuestro pecado es -sin lugar a dudas- mantenernos en la mitad del camino entre las regulaciones proteccionistas arcaicas y los gradualismos superficiales. Entre el despilfarro descontrolado y los ajustes severos y traumáticos. Somos un país pendular que siempre tuvo miedo de aceptar sus condiciones naturales y sus capacidades. Argentina, según datos de StartupBlink, es el quinto ecosistema emprendedor más importante de América Latina, por detrás de Brasil, Chile, México y Colombia, y ocupa el puesto 47 a escala mundial. La voluntad de salir del pozo está intacta y sobra la experiencia en escenarios complejos. Los países que han aprendido a vivir en libertad han prosperado de diversas maneras. Quizás, el elevado precio que estamos pagando en la actualidad sea, en perspectiva, el más barato de toda nuestra historia, si al final del camino encontramos, de la mano de la libertad económica, el tan ansiado desarrollo y la prosperidad.
Las reflexiones de Claudio Pizzi resaltan la necesidad de encontrar el equilibrio en la regulación económica de Argentina. Destaca la importancia de la libertad económica, la competitividad y la eficiencia fiscal para impulsar el desarrollo y la prosperidad. Un llamado a superar el miedo a aceptar las condiciones naturales y capacidades del país, abrazando la libertad económica como camino hacia un futuro próspero.