Agosto de 1986. En Port-au-Prince, la capital de Haití, se celebró la sesión inaugural del IX Simposio sobre “La urbanización en América desde sus orígenes hasta nuestros días”. No fue un acto protocolar más. La presencia de urbanistas y expertos de todas partes tenía por objeto llamar la atención mundial sobre la tragedia eterna que vive Haití.
Hacerlo significó un esfuerzo ciclópeo tanto en lo político como en lo financiero. Es que las presiones y amenazas fueron moneda corriente, a pesar de haberse anunciado que el resto de las actividades complementarias se llevaría a cabo en la República Dominicana.
La ciudad de Santo Domingo recibió a los participantes de los foros, discusiones, conferencias y demás actividades recreativas, que incluían viajes hacia el interior y a las paradisíacas playas de la República Dominicana.
La realización del IX Simposio y la publicación de los trabajos fue posible gracias al apoyo financiero del Woodrow Wilson Center for International Scholars, con sede en Washington, la Comisión de Desarrollo Urbano y Regional del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) y el Instituto Internacional de Medio Ambiente y Desarrollo – IIED-América Latina (IIED-AL).
De los trabajos presentados, enormemente ricos, glosaremos uno, titulado: “La capital alterna: los significados clasistas de Ponce y San Juan en la problemática de la cultura nacional puertorriqueña en el cambio del siglo”, del sociólogo e historiador Ángel G. Quintero Rivera, quien fue catedrático y director de proyectos de investigación social en el Centro de Investigaciones Sociales de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
La elección del texto fue una tarea compleja. Pero creemos encontrar la justificación adecuada en sus primeras 30 líneas, en las que plantea el problema identitario universal:
“¿Será cierto que Chicago representa mejor la cultura norteamericana que Nueva York? ¿Santiago de Los Caballeros a los dominicanos, que Santo Domingo? ¿Moscú que San Petersburgo a los rusos del siglo XIX? La posible representatividad nacional de particulares ciudades analíticas. En primer lugar debido a que, a nuestro juicio, contrario a la antigua visión idealista, las culturas nacionales, en la medida en que están enmarcadas o constituidas por la dinámica de las relaciones y conflictos clasistas de sus particulares formaciones económico-sociales que son inherentes contradictorias y cambiantes. En segundo lugar, aunque la relación campo-ciudad es evidentemente inherente a la problemática de la cuestión nacional pues, como señalaba Paul Singer varios años atrás el ejercicio del poder de un Estado-nación requiere una base citadina, el asunto se complica con la existencia de más de una ciudad en un territorio nacional, cuando solo una es el asiento del poder estatal. ¿Cómo se modifica la relación campo-ciudad en esta situación? ¿Varía la relación campo ciudad respecto a la ciudad capital y las ciudades secundarias? ¿Y qué papel juega la relación entre ciudades en la dinámica de las contradicciones de la cultura que comprende esa formación (y territorio) nacional?”.
La tarea que se viene a proponer es compleja. Mucho más frente a la realidad de Argentina en la que, por ejemplo, en el último debate electoral no se ha discutido el futuro. Sólo estuvieron en la liza, además de insultos y descalificaciones, medidas coyunturales. Maneras de salir de la crisis económica y financiera que nos agobia. Otra vez, como siempre, lo urgente posterga lo importante. El silencio, como parte de la ignorancia cómplice, gana su batalla cotidiana.
Las ciudades argentinas se parecen demasiado a las ciudades amuralladas de Puerto Rico. Las murallas de Borinken son de cal y canto; las de nuestras ciudades están construidas de prejuicios, divisiones vanas e ignorancia plena. ¿Alguna vez las autoridades locales han llevado a la discusión pública el qué hacer con el uso de los espacios públicos y las limitaciones en que establece la ordenanza de uso del suelo? ¿Por qué razón Córdoba ha olvidado -¿para siempre?- las zonas de articulación urbano-rural? ¿Acaso por una mera especulación inmobiliaria? Y sus plazas, siempre en el límite del muladar.
San Juan, que es el tema que nos concierne, ofrece un extraordinario menú de posibilidades para examinar los significados culturales de la relación urbano-rural en los primeros siglos de la colonización española en ese país. A comienzos del siglo XVI los españoles establecen en Puerto Rico dos poblados que serán capitales para su desarrollo histórico: San Juan (1508), en una de las más espléndidas bahías del mundo, y San Germán (1510), en los alrededores de una de las mejores bahías del suroeste.
En los primeros siglos de colonización, escribe -Quintana Rivera- aflora el contraste evidenciado en que, mientras que la política metropolitana “asume una identidad entre la ciudad murada y la colonia, va cuajando socialmente una tajante división entre éstas. La división se manifiesta culturalmente en forma significativa en el lenguaje. Persistió por siglos una confusión respecto a la nomenclatura de la ciudad y del país, triunfando finalmente lo opuesto a la intención original de la política colonizadora oficial. San Juan fue originalmente el nombre otorgado por la colonización a la isla, nombre que fue atrincherándose sólo en la ciudad murada. Por otro lado, el nombre descriptivo positivo que otorgó la metrópoli a la ciudad -el Puerto Rico- fue apropiándolo para sí el país. Es significativo que este traslado de nombres no se consolide en forma definitiva hasta muy a finales del siglo XIX, precisamente cuando podemos, con cierta propiedad, referirnos en términos de formación a este conglomerado histórico-social”.
No es difícil resolver el problema identitario que produjo ese trasvasamiento de nombres. A esa contraposición de nombres. “La isla”, nos explicó temprano Teresa de Hostos Oliver, se convierte sencillamente en el resto del país. Los reductos de la provincianía, que en Argentina se llama el país interior.
Uno es oriundo de “la losa” (de la ciudad pavimentada, la ciudad de los adoquines: San Juan) o de “la Isla”.
Así entendí en una espectacular clase de modismos por qué uno no estará nunca en su lugar cuando es incapaz de usar los modismos del lugar. Siempre se estará en tránsito en un constante peregrinar hacia la nada.
De Hostos Oliver decía que, si uno está en San Juan y sale de viaje a otro lugar del país, se dice que “va para la isla”, o si llega a San Juan del “interior”, viene de “la isla”.
Esta distinción es más evidente por el tipo de poblamiento que experimentó ese país, enmarcado en el tipo de formación histórica que fue generándose en el Caribe.
Algunos cientistas sociales definen estas sociedades caribeñas como formaciones sociales de plantación y argumentan que tienen un esqueleto cultural común en los primeros siglos de existencia producto de la esclavitud negra.
Ese hecho genera la convicción de estar cerca de la enunciación de los términos esenciales de las contradicciones dialécticas que suponen: plantación y contraplantación, esclavitud y cimarronearía; la lucha de clases.