Por Bernie Sanders* para The New York Times (Ensayo invitado)
Israel y Hamás han librado cinco guerras en los últimos 15 años. ¿Cómo ponemos fin a la actual y evitamos que, tarde o temprano, se produzca una sexta? ¿Cómo conciliamos nuestro deseo de poner fin a los combates con la necesidad de abordar las causas del conflicto? Durante 75 años, diplomáticos, israelíes y palestinos bienintencionados y gobernantes de todo el mundo han hecho esfuerzos por llevar la paz a esta región. En ese tiempo, un presidente egipcio y un primer ministro israelí fueron asesinados por extremistas por sus intentos de acabar con la violencia.
Y así una y otra vez.
Para aquellos de nosotros que queremos no solo poner fin a esta guerra, sino evitar una futura, primero debemos tener claridad en los hechos. El 7 de octubre, Hamás, una organización terrorista desencadenó un ataque brutal contra Israel, en el que murieron unos 1.200 hombres, mujeres y niños inocentes, y más de 200 fueron tomados como rehenes. Si la población de Israel fuera la misma que la de Estados Unidos, ese atentado habría equivalido a casi 40.000 muertos, más de 10 veces las víctimas mortales que sufrimos el 11 de septiembre.
En respuesta, Israel, bajo el liderazgo de su primer ministro de derecha, Benjamín Netanyahu, quien enfrenta una acusación por corrupción y cuyo gabinete incluye a racistas indiscutibles, desató lo que equivale a una guerra total contra el pueblo palestino. En Gaza, más de 1,6 millones de palestinos se vieron obligados a abandonar sus hogares. Se cortó el suministro de alimentos, agua, medicinas y combustible. La Organización de las Naciones Unidas calcula que el 45 por ciento de las viviendas en Gaza están dañadas o destruidas. Según el Ministerio de Salud de Gaza, más de 12.000 palestinos, la mitad de ellos niños, han muerto y muchos más resultaron heridos. Y la situación se torna más grave cada día.
Estamos ante una catástrofe humanitaria que corre el riesgo de desencadenar una conflagración regional más grande. Todos queremos que termine lo antes posible. Sin embargo, para avanzar, debemos hacer frente a la complejidad de esta situación que demasiadas personas de ambos bandos quieren ignorar.
En primer lugar, Hamás dejó claro, antes y después del 7 de octubre, que su objetivo es una guerra perpetua y la destrucción del Estado de Israel. Recientemente, un vocero de Hamás declaró a The New York Times: “Espero que el estado de guerra con Israel se vuelva permanente en todas las fronteras, y que el mundo árabe se ponga de nuestro lado”.
En segundo lugar, Israel no ha hecho nada en los últimos años para dar esperanzas de un acuerdo pacífico: ha mantenido el bloqueo de Gaza, profundizado las humillaciones diarias de la ocupación en Cisjordania e ignorado en gran medida las terribles condiciones de vida a las que se enfrentan los palestinos.
Sobra decir que no tengo todas las respuestas para esta tragedia interminable. Pero para quienes creemos en la paz y en la justicia, resulta imperativo que hagamos todo lo posible para darles a los israelíes y a los palestinos una respuesta sensata que trace un camino realista para abordar la situación a la que nos enfrentamos hoy. He aquí mis ideas sobre el mejor camino a seguir y sobre cómo Estados Unidos puede reunir al mundo en torno a una posición moral que nos conduzca hacia la paz en la región y la justicia para la población palestina oprimida.
Para empezar, debemos exigir un cese extendido de los bombardeos indiscriminados de Israel, en los que mueren un gran número de civiles y que además violan el derecho internacional. Israel está en guerra con Hamás, no contra hombres, mujeres y niños palestinos inocentes. Israel no puede bombardear un barrio entero para eliminar un objetivo de Hamás. No sabemos si esta campaña ha sido eficaz para socavar las capacidades militares de Hamás. Pero sí sabemos que el 70 por ciento de las víctimas han sido mujeres y niños, y que 104 trabajadores humanitarios de la ONU y 53 periodistas han muerto, según indican los informes. Eso es inaceptable.
(*) Senador del bloque demócrata por el estado norteamericano Vermont desde 2007.