La 15ª edición de la Copa Mundial de Fútbol de la FIFA se desarrolló en Estados Unidos, entre el 17 de junio y el 17 de julio de 1994. En esa competencia Andrés Escobar, jugador de la selección colombiana, apodado “El caballero del fútbol”, cometió un error en la cancha que dejó fuera del campeonato al representativo de su país, y que a la postre terminó por costarle la vida. Quizás, ese hecho sea el hecho más sangriento relacionado a la historia de los mundiales de FIFA.
Colombia había llegado al certamen pleno de esperanzas, tras ganarle en la fase eliminatoria por 5-0 a Argentina en el estadio de River Plate, lo que obligó a la albiceleste a jugar el repechaje con Australia para poder ingresar.
Ya en el Mundial, tras perder contra los rumanos, Colombia quedó obligada a ganar el siguiente encuentro, contra Estados Unidos. En ese partido, en el minuto 36 John Harkes envió un centro desde la izquierda a la zona del arco colombiano y Escobar, al intentar despejar, terminó empujando el balón en su propio arco. A causa de ese error, Colombia terminó perdiendo por 2-1.
En la rueda de prensa posterior al encuentro, Escobar expresó que ese error “los iba a matar”, respecto de su continuidad en el Mundial. Se trató de un comentario lúgubremente premonitorio, en más de un sentido. Pese a ganarles a los suizos, diez días después de iniciado el certamen, los colombianos se despidieron de él.
Juan Lagares, en una nota en el diario Clarín, expresa que el futbolista dijo: “La vida no termina aquí”, la frase es dicha “frente a sus familiares en el lobby del hotel Marriot de Fullerton horas más tarde de anotar en contra el gol de la derrota de la Selección Colombia por 2-1 ante Estados Unidos que decretó la eliminación del equipo del Mundial de 1994. Días más tarde, firmaría una columna en el diario El Tiempo con el mismo título. El elegante zaguero zurdo de 27 años sentenciaba con una paradoja su trágico final”.
La eliminación de Colombia cayó bastante mal en ese país, ya azotado por la espiral de violencia que generaba el narcotráfico. Escobar regresó a su patria con otros miembros del plantel y es allí donde se desencadena la tragedia.
El 2 de julio de 1994, diez días después del suceso del gol en contra -“autogol” como le decían en Colombia- el zaguero de la selección fue en compañía de un amigo, Juan Jairo Galeano, y de su novia, Pamela Cascardo, a la discoteca “El Indio”, en la vía Las Palmas, ciudad de Medellín.
Antes de salir, Escobar le había comentado a su novia que quería adelantar su matrimonio para que se fueran juntos a Europa. Ella recordaría luego: “Por la noche, le dije que no me parecía prudente salir; mis padres le dijeron lo mismo, pero al final salimos, pues me estaba invitando. A Andrés lo amé, iba a ser mi esposo, el papá de mis hijos, pero no pasó (…). Saqué de esta experiencia triste y dura que debía empezar de cero”, manifestó. Actualmente es dentista especializada en estética, con un centro odontológico que lleva su nombre.
Mientras se hallaban en la discoteca esa noche, de una de las mesas cercanas se lo empezó a molestar recordándole el “autogol”. Escobar se acercó entonces a esa mesa para pedirles “que respetaran”, sin éxito. Tal continuidad en las molestias lo llevó a decidir abandonar el lugar con los suyos, pero sus detractores lo siguieron al estacionamiento.
De acuerdo con Jesús Albeiro Yepes, el fiscal que llevó el caso, en declaraciones para El Espectador: “Luego de discutir con Pedro Gallón, llegó Santiago, el hermano mayor, quien le dijo: ‘Usted no sabe con quién se está metiendo’. En ese momento, el chófer de los hermanos Gallón, Humberto Muñoz, se bajó apurado del carro. Mientras Santiago seguía repitiendo la misma frase a Andrés, se arrimó a su carro y le descargó el revolver”. Conforme lo que luego comentaría el periodista Félix de Bedout, en cada uno de los seis disparos que le propinó gritaba “golazo”.
El futbolista recibió impactos en el pulmón, el estómago, el cuello y el antebrazo izquierdo. Eran las tres y media de la mañana. Pamela lo cargó en el auto y condujo a toda velocidad a un hospital, intentando salvarlo, pero tan solo 26 minutos después del ataque, Andrés ya había fallecido.
Inmerecido, imprevisto, salvaje, y cien calificativos más se aplican al hecho. Es que cuando los azares de la vida cruzan a una persona común con un malvado, la tragedia parece venir sola.
Humberto Muñoz Castro, el homicida, era el “chófer” y algo más de los hermanos David y Santiago Gallón Henao, ligados al narcotráfico y con relación con Pablo Escobar, líder del por entonces todopoderoso cártel de Medellín. Fue detenido menos de un día después del hecho de sangre. Juzgado y condenado a 43 años de prisión, luego le rebajaron la pena a 23 y tras otro beneficio de cómputo más terminó únicamente cumpliendo 12 años de la pena. Quedó libre en 2005. Sus empleadores, los hermanos Gallón, inicialmente condenados a 15 meses de prisión, tras pagar una fianza, sólo estuvieron tres meses en la cárcel.
Como dice Juan Lagares, tras el homicidio floreció todo tipo de especulaciones, “que lo había matado una mafia de apostadores que habían perdido mucho dinero con la eliminación de Colombia del Mundial; que lo mató la presión de narcos y criminales que daban todo por la selección. Que su muerte no tuvo nada que ver con el fútbol. Pero, a fin de cuentas, el futbolista murió asesinado por haber anotado un gol en contra en un país dominado por los cárteles y una sociedad inmersa en la más profunda violencia”. Tal cual.