viernes 22, noviembre 2024
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El premio Nobel de la Paz financia la guerra civil que ensangrienta a Etiopía

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Etiopía, la antigua tierra del Negus Neghesti (rey de reyes), del Elegido de Dios, del León Victorioso de la tribu de Judá, Rey de Sión y del Emperador de Etiopía, se desangra en una atroz guerra civil, que estalló a comienzos de noviembre de 2020 después de una interminable serie de enfrentamientos fratricidas, violaciones reiteradas de altos el fuego, treguas y actos terroristas entre el gobierno etíope y el antiguo Frente de Liberación del Pueblo de Tigray.

Aunque en forma tardía, hemos colocado un señuelo disímil en nuestro mapa de la guerra, que tiene origen en razones muchas veces fútiles que dividen para siempre a grupos étnicos que gozaban de relaciones relativamente pacíficas.

¿Contaremos esta vez una historia diferente? ¿Será un relato que mostrará la doble faz de la diplomacia y de la hipocresía que reina en la política internacional? ¿También las vacilaciones y temores que sufren las ONG?

Tucídides, quizás el mayor historiador de la antigüedad clásica, explicó como pocos el mundo de la traición como parte en el juego, agregando que los tratados de paz son fundamentales “para ser violados”. 

Las estimaciones de las organizaciones humanitarias destacadas en la región apenas sí difieren en sus estimaciones. El conflicto del Tigray aporta alrededor de 2,5 millones de desplazados, sin considerar la gran masa de heridos, mutilados e inválidos de guerra. 

El padre de la tragedia tiene nombre y apellido. Es el primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed Ali, galardonado con el premio Nobel de la Paz 2019 por “haber logrado la paz y la cooperación internacional y en particular por su iniciativa decisiva para resolver el conflicto con la vecina Eritrea”, indicó el Comité Nobel.

El tratado de paz firmado puso fin a casi dos décadas de guerra continua con Eritrea después de un conflicto fronterizo. Fue un verdadero espejismo para las potencias occidentales.

Cuando asumió su cargo, Abiy introdujo reformas revolucionarias que liberalizaron las costumbres en un país de más de 100 millones de habitantes y sacudió las estructuras de una nación que por decenios fue regida con mano de hierro.

Occidente aplaudió a rabiar. Mucho más cuando el primer ministro liberó de las cárceles a miles de opositores y permitió que los exiliados regresaran a casa. Nadie advirtió la estratagema. Al fin los tenía juntos para exterminarlos.

En los meses previos a que se desatara la violencia, Ahmed desplegó tropas a Tigray y envió aviones militares de carga a Eritrea. A puerta cerrada, sus asesores y generales debatían los beneficios del conflicto. Quienes estuvieron en desacuerdo fueron despedidos a punta de pistola u obligados a marcharse. Trascendió que en esas discusiones hubo cientos de ejecuciones sumarias. Los diplomáticos occidentales, en tanto, vivían un mundo de fantasía. Ciegos, sordos y mudos. 

Tampoco se dieron por enterados de que el primer ministro etíope recorría la norteña región de Tigray en supervisión de los preparativos militares, luciendo sus antiguos atuendos militares. 

Un año antes de que estallara la guerra, una parte importante del cuerpo diplomático destacado en Addis Abeba, la capital etíope, se compromete en la contratación de centenares de soldados de fortuna. Según revistas especializadas, entre los mercenarios se sumó una cincuentena de carapintadas, expertos en interrogatorios. 

Abiy el Ahmed, galardonado con el Premio Nobel de la Paz, cada vez que algún periodista o diplomático le pregunta sobre la guerra, insiste en que le fue impuesta. Sostiene que los tigrayanos dispararon primero al atacar una base militar federal en Tigray, masacrando soldados en sus camas. 

Ese relato, que tiene mucho de mitológico, se ha convertido en un artículo de fe para Ahmed y sus partidarios. Catecismo oficial que es recitado cada día por todo el sistema burocrático y toda la estructura educativa del país.

Los observadores internacionales y la comunidad de agregados militares descreen de la fábula oficialista. Aseguran que fue un ataque autoinfligido. Una operación de falsa bandera.

El icono global de la no violencia pronto se transformó por arte de magia en uno de los más crueles carniceros de la historia del continente. 

Retornemos a la teoría de la traición. Ahmed incumple todas las promesas. Uno de los mercenarios argentinos, en una reunión celebrada en una estancia del faldeo occidental de las sierras de los Comechingones (Córdoba), al narrar sus aventuras etíopes afirmó que volvió más pobre de lo que se fue. La agencia de seguridad para la que trabajaba desapareció de la escena.

Los tigrayanos derrotaron a las tropas etíopes y sus aliados eritreos en el verano pasado y llegaron a estar a 260 kilómetros de Addis Abeba. Ahmed, al sentir la cercanía de la cuerda de la horca, declaró estado de emergencia.

Los analistas internacionales y los editorialistas dicen que el trayecto de Ahmed de pacificador a comandante en el frente de batalla debe ser un relato aleccionador para Occidente -se equivocó tanto con este líder-, en su desesperación por encontrar nuevos héroes en África, Asia y América Latina.

“Occidente tiene que compensar por sus errores en Etiopía”, dijo Alexander George Rondos, el principal diplomático de la Unión Europea en el Cuerno de África. “Juzgó erróneamente a Ahmed. Empoderó a Isaías. Ahora el tema es saber si puede prevenirse la debacle de un país de 110 millones de habitantes… que se venga abajo”.

Conocer el detrás de escena de los premios Nobel sería fantástico. Ver cómo juegan las influencias políticas y económicas en ese gran escenario donde están en juego prestigios y vanidades.

¿Cuánto dinero cuesta tan ansiada presea y cada voto, teniendo como antecedente la billetera del presidente Aznar, quien gastó seis millones de euros para ser reconocido con la medalla del Congreso de Estados Unidos? Si alguien conoce la nómina de los lobistas que actúan entre las sombras del Nobel agradeceríamos que nos la compartiera a título gratuito. 

Las autoridades de Addis Abeba hicieron un desesperado llamado a la población: “Todos los habitantes deberán organizarse por edificios y barrios para proteger la paz y la seguridad en su zona, en coordinación con las fuerzas de seguridad”. Además, “los jóvenes de la ciudad serán reclutados” y todo el que posea armas deberá registrarlas. 

Este grito desgarrador se debe al hecho de la presencia de las milicias del Frente Popular de Liberación de Tigré (FPLT) que han tomado a Lalibela (ciudad patrimonio de la Humanidad) y establecido un cerco que ha llenado de temor al gobierno de la región de Ahmara, a la que pertenece Addis Abeba.

Recientemente las cosas se han tornado aún más inestables. Los contendientes aseguran haber recuperado lo que estaba en manos de tigrayanos o en las del gobierno etíope.

La profundización del giro de la guerra acaba con decenas de miles de vidas, muertas en combate.

Se suman los cientos de miles que mueren al ser obligados a vivir en condiciones similares a las de la hambruna. 

Hambre del que se desentiende el Comité Nobel, ya que el destino del premio terminó, quizás, en los mostradores donde los mismos suecos comercializan armas quizá promocionado como “compre nacional”. También cuestionamos la “ingenuidad del progresismo europeo” que esta vez se enamoró del poderoso lobby que montó el premiado para lograr tamaña fortuna.

Abiy Ahmed Ali, luego de recibir el premio Nobel de la Paz de 2019, afirmó que la guerra era el “epítome del infierno”. Los aplausos fueron atronadores. 

El mismo personaje, dos años más tarde, frente a la tragedia de la guerra civil en Tigray, es acusado como criminal de guerra y genocida. Toda una lección por aprender. 

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