Columna de AMJA
La mayoría de los seres humanos nos caracterizamos por ser personas parlantes y nos comunicamos a través del lenguaje, que es fundante dentro de la cultura y -en consecuencia- presenta una estructura profundamente simbólica.
En este sentido, podemos afirmar que a través del lenguaje oral o escrito nos comunicamos con las demás personas y las palabras adquieren un rol significativo. Existen muchas posturas y criterios de la utilización de las palabras y su significado dentro de la lengua castellana, que se encuentra fijada por la Real Academia Española (RAE), organismo que determina la corrección en los usos del lenguaje y el modo de utilización de cada palabra. ¿Pero es la RAE la policía del lenguaje? En este sentido podemos afirmar que el lenguaje como producto de la cultura no es estático; por el contrario, es dinámico y, por ende, modificable.
La feminista australiana Dale Spender escribió un libro sobre el género y el lenguaje (Man made language, 1980) en el que sostiene que el lenguaje no es neutral, sino que ha sido construido por el hombre.
El lenguaje asume que los hombres son la norma y las mujeres son “las otras”. Por eso se considera normal referirnos a las mujeres con términos masculinos, pero si nos referimos a un hombre con un término femenino nos parece despectivo.
Debemos recordar que la RAE se fundó hace más de 300 años, donde no participó ninguna mujer y donde no existía una visión de derechos humanos a favor de las mujeres que hiciera de esta regla algo diferente.
Si nos remitiéramos estrictamente a lo que la RAE nos impone podemos encontrar significados de las palabras que se encuentran alejados a la inclusión no sólo de lo femenino sino también de identidades diferentes; es decir, que sólo incluyen conceptos cisheteronormativos, dejando al margen otras personas que no responden a dicho patrón. Esto tiene relación directa con los estereotipos de género que provocan desigualdad y, cuando nos referimos especialmente al género, se replican a través de las palabras situaciones que implican superioridad e inferioridad de unos respecto a otros, es decir la supremacía de los varones respecto de las mujeres.
El lenguaje se ha construido sobre lo masculino incluyendo lo femenino, constituyendo en definitiva una forma de invisibilizar las femineidades. Lo que no forma parte del discurso no se nombra y -por lo tanto- no existe. “El diccionario es un buen lugar para comprobar la centralidad de lo masculino y la marginalidad de lo femenino. Por ejemplo: los adjetivos siempre están en masculino en los diccionarios de la lengua española, agregándoseles una (a) para las formas femeninas. Los nombres de los animales son otro ejemplo interesante, Caballo (M.) animal solípedo doméstico. Yegua (f.) hembra del caballo. Con estos dos ejemplos podemos comprobar que lo masculino es la norma o el paradigma y lo femenino es lo ‘otro’ o la que existe sólo en función de lo masculino o para lo masculino” (Protocolo de Trabajo en Talleres para una Justicia con Perspectiva de Género, Oficina de la Mujer. Corte Suprema de Justicia de la Nación. Pág. 8).
Existe una fuerte corriente cultural -impulsada por los movimientos feministas- que brega por la modificación del lenguaje proponiendo uno inclusivo con la supresión de lo masculino y lo femenino al momento de nombrar una persona e introduciendo la letra “e”, “x” o @.
Otra corriente nos propone la implementación de formas de expresión para evitar un lenguaje sexista con el propósito de no modificar el idioma castellano. Tal es así que nuestro lenguaje se ha ido variando con el transcurso de los siglos y todas las mutaciones fueron aceptadas, sin que ello significara una tragedia para la humanidad.
Si bien para algunos es un retroceso, pensamos todo lo contario porque, sin importar que tipo de método se implemente para utilizar un lenguaje que incluya y nombre a la totalidad de los seres humanos sin distinción de sexo, orientación sexual, identidad de género o expresión no binaria es un avance cultural extraordinario.
La lengua cambia simplemente porque está viva.
(*) Asesora letrada de Niñez, Adolescencia, Violencia Familiar y de Género.
Victoria excelente tu análisis, ojalá lo sirva para gestar cambios en nuestra sociedad.