“Las comunidades deberán impregnarse de humanidad despojándose del sentido bestial. La disciplina tenderá a ser conocimiento y búsqueda de cultura. La libertad, coexistencia de las libertades que proviene de la ética para la que el bien general se halle siempre vivo, presente, indeclinable. El progreso social no debe mendigar ni asesinar sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad. Esta comunidad que persigue fines espirituales y materiales, que tiende a superarse, que anhela mejorar y ser más justa, más buena y más feliz -en la que el individuo puede realizarse y realizarla simultáneamente- dará al hombre futuro la bienvenida desde su alta torre con la noble convicción de Spinoza: ‘Sentimos, experimentamos que somos eternos”.
La comunidad organizada
¿Sabemos hacia dónde marchar?
No sólo es una incógnita describir en qué lugar de la conformación de nuestra comunidad nos hallamos, ya que dicha situación es confusa cuando intentamos definir cuál es el futuro que anhelamos. Peor aún: esta aciaga como compleja realidad nacional e internacional pone en evidencia, tal vez, el síndrome de la ignorancia que nos invade.
Difícil y traumática coyuntura, ya que en esta época de manifestaciones decadentes no contamos con la pausa que necesitamos para plantear propuestas trascendentes, teniendo en cuenta la presión que ejercen las necesidades materiales para la subsistencia, cuando a veces nos vemos obligados a optar por la salida más fácil o a tomar decisiones apuradas sin tener plena seguridad de haber adoptado la más apropiada.
Vivimos tiempos de desbordados imperativos que nos restan momentos para la meditación, para la reflexión, y muchas veces -al hallarnos solos y aislados- nos lanzamos por el camino que creemos nos salvará, sin haber intentado elegir entre todos el que nos merecemos.
Estas circunstancias describen el punto más alto de nuestra tragedia ya que peligrosamente somos impulsados a descreer de todo el andamiaje institucional que sostiene el sistema en el que convivimos, en el cual la insensatez se ha entronizado en muchas entidades tanto públicas como privadas. Es que estamos en presencia de las manifestaciones de una época que fenece por sus propias causas.
Por lo tanto, debemos convencernos de que es inútil pensar en salvar el sistema con las mismas armas e instrumentos que derivan de él. Aunque es posible advertir -observando detenidamente a través de las rendijas de su ajado régimen- cómo surge un halo de luz gracias a la trascendencia del hombre argentino cuando expulsa del interior de su conciencia aquellas miserables imposiciones y corrompidas iniciativas que lo llevaron a desechar la integración social.
Así fue como nos diferenciamos por “temas”, desechamos la conjunción de voluntades en la construcción de un proyecto de sociedad y de país abarcativo e integrador basado en nuestras virtudes y principios esenciales que demostramos históricamente cuando buscamos y luchamos por ser libres e independientes de los imperialismos o de corporaciones cuyos objetivos y estrategias muchas veces buscan fines inconfesables.
En definitiva, muchos de nuestros infortunios se producen por la debilidad, dejadez o traición de los que prefieren ser acólitos de tales confabulaciones.
La agonía del modelo de gobernanza
Uno de los axiomas no resuelto por este modelo “democrático” es la participación y el protagonismo social que le asigna al sufragio de los ciudadanos el valor supremo que garantiza legalidad institucional a quienes son elegidos como representantes del pueblo, sean intendentes, concejales, diputados, senadores, gobernadores o presidente.
Los únicos privilegiados en esta especie de mazacote institucional son los partidos y actualmente las coaliciones, ya que ambas estructuras han perdido legitimidad, carecen de estructuras orgánicas, no poseen propuestas ni programas de gobierno y la única escrupulosidad la ponen al servicio de armar enjambres de diferentes “socios” para pelear por el poder con la coalición contraria.
De esta forma se presentan ante la sociedad sin que existan más opciones que estas dos de signos contrarios, que alientan separatismos y controversias en lugar de establecer un sistema en el que se discutan y se consensúen las soluciones de los problemas estructurales que afectan la sociedad en su conjunto. Hoy predomina un sistema que garantiza la discusión permanente de propuestas enfrentadas por posiciones irreductibles de claro cuño ideológico importado.
Este sistema sostiene a este modelo “democrático” en el que tanto oficialistas como opositores comparten el poder para conducir este país, sin que el pueblo tenga posibilidades –siendo el actor fundamental de la democracia– de ser protagonista excluyente en la toma de decisiones trascendentes.
Muchos nos preguntamos ¿por qué este modelo dice que el pueblo gobierna a través de sus legítimos representantes?, cuando en realidad intendentes, gobernadores, presidente, concejales, diputados, senadores, etcétera, quienes deberían representar al pueblo, terminan decidiendo las políticas públicas en función del mandato del partido o coalición que los promueve.
El solo dato de cómo se incrementó el número de los ciudadanos que reciben aportes del Estado desde la crisis de 2001 hasta el presente -pasaron de 400 mil a 12 millones en 20 años- muestra la magnitud de la decadencia. Y si esto lo acoplamos al crecimiento del endeudamiento del país con el FMI, veremos cómo también la corrupción financiera ha logrado identificar este modelo como retrógrado y claramente perjudicial para la vida y el bienestar de los argentinos.
Pero también este desvencijado sistema de gobernanza expone la pérdida de fuentes de trabajo, la ausencia de un nuevo perfil productivo y laboral, el enorme endeudamiento progresivo y lesivo contra nuestro crecimiento y desarrollo, la caída vertiginosa del poder de consumo de grandes sectores populares, una inflación invencible, etcétera, sin que las miles de organizaciones y entidades intermedias sectoriales, sociales del comercio, profesionales, cooperativas, mutuales hayan podido contrarrestar.
Responsabilidad de las organizaciones y entidades intermedias
Es bien cierto que cada sector organizado fue llevado a pensar en soluciones particulares, ante la ausencia de una propuesta que englobara las causas de la crisis que ataca por igual a todos los argentinos.
De allí que esta tremenda situación también forma parte de un claro mensaje para la dirigencia en general, sabiendo que hay que superar esta época de escarnios y separatismos absurdos y proponer un cambio de época en el que todos los sectores que forman parte de la sociedad organizada -mediante el aporte de virtudes y principios esenciales que nos distinguen- podamos participar institucionalmente en la toma de decisiones por medio de las políticas públicas.
Para ello debemos entender que si no superamos este contexto de lamentables laceraciones sobre el cuerpo integral de nuestra sociedad, asumiendo ética y moralmente la responsabilidad que nos compete desde nuestra representación sectorial, social o comercial, etcétera, con el fin de coadyuvar a las soluciones estructurales, abarcativas e integradoras que necesita nuestro país, habremos desperdiciado el poder de organización, de contención y de compromiso institucional que poseemos.
Se impone operar con nuestras entidades intermedias en los consejos económicos y sociales, las agencias de desarrollo locales, las comisiones de trabajo de distintos organismos y ministerios, en los cuales se promueve la integración de lo público con lo privado para que gobiernos y sociedad organizada en municipalidades, provincias o nación, exponiendo nuestros mejores argumentos y propuestas con el fin de atacar realmente las causas y no los efectos de políticas erráticas y distorsivas.
A modo de resumen
Debemos tener presente que a todo el contexto descripto sobre la necesidad de cambios en los sistemas de gobernanza, se le suma este imperativo mundial que es la lucha contra el calentamiento global.
Hoy, en todo el universo comienzan a establecerse claras premisas y disposiciones por medio de políticas públicas en defensa del medio ambiente y combatir el calentamiento global a partir de disminuir drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero, por la emisión de dióxido de carbono y de metano -aunque existen otras causas, como la quema de combustibles fósiles, la deforestación…-.
Hace 180 años, con el inicio de la primera revolución industrial comenzó el calentamiento global, por eso el sector empresarial debe estar presto a producir los cambios necesarios, ya que peligra la subsistencia de todos los habitantes del universo, como la fauna y la flora también.
En síntesis: a la sociedad argentina le corresponde superar las causales de nuestra crisis como la de dar cumplimiento, por medio de las organizaciones intermedias, a este compromiso mundial. De allí que la dirigencia no puede eludir este doble desafío pues sabe que el destino de la humanidad y de nuestra propia existencia dependerán del empeño y compromiso que se pongan en acción.
(*) Presidente del Foro Productivo Zona Norte