A poco menos de dos horas de vuelo de la costa colombiana, la isla de San Andrés emerge de un manto brillante con tonalidades que recorren desde turquesas incandescentes hasta los azules más intensos.
El avión aterriza frente a un horizonte celeste fosforescente que se despega apenas del color del cielo y acaricia una franja blanca de arena. El aeropuerto de la isla de San Andrés desemboca en la playa pública, tentando desde un comienzo a los visitantes que pisan el suelo isleño.
En la capital del archipiélago paradisíaco del Caribe colombiano, el calor húmedo relaja los músculos de los pasajeros que son recibidos por un grupo de nativos apostados en el ingreso para trasladarlos a sus respectivos alojamientos.
La distancia hacia los hoteles siempre es corta, ya que la isla tiene apenas doce kilómetros de largo y cuatro de ancho, y puede recorrerse en auto en menos de una hora.
Los taxis tienen todos los accesorios que puede ostentar un vehículo tuneado: estampitas, calcomanías, colgantes y muñecos que se menean al ritmo de la rumba que suena a todo volumen.
Sus conductores son un reflejo de este grupo cultural único del país latinoamericano, por sus costumbres sociales y su filiación religiosa, producto de la mezcla de tradiciones de esclavos africanos y colonos europeos (principalmente ingleses) que las habitaron durante los siglos pasados.
Hablan el creole inglés y escuchan una música muy particular que se alterna entre la mazurca, la polca, el vals, el pasillo, el quadrille y el calipso.
La mayoría de las cadenas hoteleras ofrecen el sistema all inclusive, o todo incluido, en el cual la comida y la bebida son libres durante todo el día. En el menú abundan los mariscos, pescados y las preparaciones a base de arroz, plátano y frijoles. También están contempladas las bebidas con jugos naturales y las actividades recreativas para grandes y niños.
Afortunadamente, la mayoría de estos hoteles se amoldan a la arquitectura del lugar, se adaptan al entorno y le otorgan un clima cálido y familiar a la estadía.
Las playas no son las más cotizadas, ya que un manglar habitado por algas y especies marinas recorre y oscurece el agua de casi toda la costa insular.
Pero sorteando esta franja, a pocos metros mar adentro, se encuentran los cayos, donde se concentra la arena más fina y blanca del planeta en contraste con una paleta de colores turquesas jamás vista.
Uno de ellos es el Acuario, una fina lengüeta de arena blanca que se despliega sobre el agua cristalina, a cinco minutos en lancha rápida, del muelle hotelero. A la mañana está abarrotada de turistas que se calzan los equipos de snorquels y las patas de ranas para disfrutar de la compañía de miles de peces, habituados a consumir el pan mojado de sus manos.
El lugar es más bello después del mediodía, cuando se reduce la cantidad de gente y la pequeña isla adquiere un encanto que maravilla.
Además del Acuario, en los hoteles se contratan las excursiones a Cayo Johnny, Haines, Courtown y Albuquerque, todos deshabitados y distantes a minutos de lancha desde San Andrés.
La zona es dueña de una múltiple fauna y flora submarina que se esparce a lo largo de una vasta barrera de corales, lo cual -junto con la transparencia y calidez de sus aguas- hace del archipiélago uno de los mejores sitios de buceo del país.
En la isla se ofrecen todo tipo de actividades como excursiones en semisumergibles, lanchas y yates, escuelas de deportes náuticos, y la practica de snorkeling, skiing, windsurfing y kitesurfing.
Durante las tardecitas, cuando baja el sol, el clima es ideal para recorrer el nuevo paseo peatonal Sprat Bight Pathway donde desfilan los comercios y perfumerías con precios de puerto libre, dignos de aprovechar.