“Cabe una reflexión respecto del poder de decisión: a lo largo de nuestra historia y más aún en la actualidad, dicho poder se ha ido limitando, tejiéndose una red de compromisos políticos que representan a distintos intereses. Tales intereses pueden ser internos o externos. Si las alternativas son neo-colonialismo o liberación, y optamos por nuestra propia realización, el ajuste de ese poder es indispensable que parta del pueblo para lograr que responda exclusivamente a nuestros intereses”.
Modelo Argentino para el Proyecto Nacional
El hecho trascendente en la vida de un país es cuando una comunidad toma la decisión de ser artífice esencial de su propio destino, cosa que actualmente -frente a una realidad en la que está seriamente afectada la unidad de pensamiento y acción de los argentinos- sólo la aprovechan los que promueven dicotomías que nos dividen y enfrentan, impidiendo la superación de nuestras desventuras.
Países como el nuestro, que aún transitan el difícil y arduo camino hacia el desarrollo que anhelan, viven azorados y confundidos ante un mundo que los envuelve con sus conflictos. Ello por las pujas de las potencias que, habiendo alcanzado un enorme poder gracias al exponencial desarrollo y crecimiento económico, extienden sus influencias e intereses, como lo están haciendo en nuestro amplio y apetecible continente sudamericano e incluso en nuestro propio país.
Pero quienes creemos que el auténtico poder de decisión radica en la convicción y el compromiso con el que la sociedad pueda asumir tal circunstancia, comprobamos que eso hoy se torna muy difícil de alcanzar por intromisión de viejas y obtusas controversias, como la generación de graves estigmas políticos, económicos y sociales que reúnen todas nuestras preocupaciones para confundirnos y alejarnos de los temas esenciales. Aquellos hechos permiten el surgimiento de fatalidades imposibles de concebir en un país como Argentina.
El factor principal de tan aciago proceso es lo que pasó con nuestro modelo de gobernanza, que durante años fue introduciendo pequeños cambios sin perder el sentido con que fue creado, porque para los gobiernos que sintonizan con estas dos ideologías, las masas deben ser ordenadas y gobernadas por las clases iluminadas y por quienes estudian y se preparan para ello.
Por lo tanto, más allá de sus enfrentamientos, terminan coincidiendo en que los pueblos jamás evolucionarán socialmente hacia alternativas que les permitan organizarse, emitir y respetar las leyes, normas, usos y costumbres esenciales y, por consiguiente, tomar decisiones.
Así, en los países identificados como pertenecientes al “mundo desarrollado”, dichas ideologías asientan las decisiones en dos poderes: unos en “el poder del” capital y otros en “el poder del partido único”; coinciden ambos en ser los que representen los intereses del pueblo, asumiendo todas las decisiones.
Frente a esta realidad, resulta imprescindible que la sociedad se convenza de que debe decidirse (por medio de sus fieles representantes provenientes de todas las entidades intermedias) a introducir los cambios en el modelo de gobernanza que sean necesarios, sabiendo que, “Si tanto el sector público como el sector privado comprenden que su meta es la misma, el bienestar de toda la comunidad, la determinación de los límites de la acción no puede ser conflictiva”.
De una democracia elitista a una democracia social
A partir de estas definiciones y viendo lo insustancial que resulta el proceso electoral, advertimos cómo partidos y gobiernos se preocupan por sostener este régimen, ante la manifiesta apatía del pueblo cansado de la precariedad institucional y los graves conatos entre las dos coaliciones, el cual se siente totalmente desilusionado y no espera cambios estructurales por la falta de grandeza de una dirigencia que no piensa en consensuar un plan de salida de esta tremenda crisis.
Si la continuidad de este régimen consiste en seguir con las confrontaciones y la nula calidad institucional, no lograremos superar la mediocridad democrática. No con el sostenimiento de posiciones irreductibles y creyendo que las penurias de millones de argentinos son una simple moneda de cambio.
Por otra parte, independientemente de los partidos, las miles de entidades sectoriales y sociales que representan claras misiones al servicio de la sociedad -como son el trabajo, la producción, la salud, la educación, la investigación, el transporte, la cultura, etcétera- parecen advertir de que bajo este mismo sistema seguirán siendo obligadas a ser acólitos de una u otra coalición. De esa forma, sólo se le da continuidad a un modelo de pura concentración del poder de decisión, mientras el país y la sociedad argentina se hunden en la fragosidad de una crisis sin precedentes.
Para superar esta terrible circunstancia debemos reencontrarnos con una dirigencia que haga de la ética, la moral y el compromiso social los valores insustituibles de su gestión al servicio de lo que representa cada sector, sin olvidar que su entidad forma parte de una constelación mayor y que, por responsabilidad social, debe propender a que la comunidad alcance su definitivo protagonismo.
Si toda la trama social organizada por misiones toma verdadera conciencia de estos compromisos con su país, deberá encontrar –entre las que coincidan con dicho planteo– la forma de participar institucionalmente mediante propuestas que coadyuven a terminar con los estigmas que durante años castigan la sociedad en su conjunto.
Como hemos advertido en otros artículos, nadie podrá salvarse si se comprende como parte de la sociedad que sucumbe ante las enormes tragedias.
Por lo tanto, si las organizaciones políticas, gremiales, empresariales y sociales así lo creen, institucionalizarán un ámbito de coincidencias esenciales como verdadera simiente de un plan estratégico.
A partir de esta predisposición, deberán centrar la idea y el compromiso de convencer los estamentos gubernamentales para que las políticas de Estado sean el producto de la complementación e integración entre el sector público y el privado, teniendo en cuenta que esta alternativa abre las posibilidades de un futuro en el cual los resultados serán compartidos.
Sucesos destacados relacionados con nuestra Independencia
Quizás por la pandemia, por la atmósfera cargada de enfrentamientos y procacidades en la grieta existente y por la tremenda crisis política, económica y social que soportamos, no estuvimos con las ansias de conmemorar los sucesos de julio de 1816, aun sabiendo que aquellos argentinos buscaron independizarse de cualquier injerencia extranjera.
En la actualidad, gobernantes que quisieron evocar tales acontecimientos no lograron superar dicho contexto y ante el cúmulo de necesidades insatisfechas no llegaron -como era esencial e imprescindible- al corazón y a la conciencia de los argentinos. Tal vez por carecer de tales convicciones, por el peso de esta deplorable realidad o por muchos años de profundas frustraciones y traiciones inconcebibles.
Como una muestra de tales circunstancias, el 9 de julio se movilizaron distintos sectores de la sociedad como señal de protesta por los problemas que los aquejan, realizando concentraciones en distintos lugares del país, mientras una gran mayoría de los argentinos permaneció callada y contemplativa.
Pero un día después, al jugarse la final que definió al ganador de la Copa de América entre Brasil y Argentina, el pueblo argentino explotó en monumentales movilizaciones (según varios canales de TV) en todas las provincias argentinas. Como un aluvión incontenible, plazas, avenidas y calles se llenaron con el grito atronador de las gargantas de millones quienes, como un presagio, conmovieron los cimientos de esta democracia que tiene felicidades y realizaciones negadas.
Pero claramente y como parte de la idiosincrasia que nos identifica, ese espíritu de lucha que a veces emerge por encima de los peores momentos de nuestra historia suele ser capaz de borrar cualquier vestigio de odios y rencores, y pergeñar una nueva epopeya, en la cual el pueblo unido en valores puede volver a ser precursor de los cambios trascendentes.
(*) Presidente del Foro Productivo Zona Norte