“La soberbia es una enfermedad que suele afectar a pobres infelices mortales
Gral. Don José de San Martín
que se encuentran de golpe con una cuota de poder”.
“Robar es un delito pero arruinar un país es traicionar la Patria”.
“Hace más ruido un hombre gritando que cien mil que están callados”
Conceptos y reflexiones de nuestros antecesores
Las tres frases del general José de San Martín, que como epígrafe acompañan el título del presente artículo, señalan distintas instancias en la vida de un pueblo referidas a gobiernos autocráticos, posibles hechos de corrupción detrás de las políticas de Estado y la actitud que deben asumir los ciudadanos organizados por medio de sus voces y/o distintas maneras de ejercer sus derechos, ya que el que calla, o no se manifiesta, otorga.
A lo largo de nuestra historia como país y comunidad, participaron figuras prominentes quienes, a pesar de profesar ideologías diferentes que las enfrentaban entre sí, igualmente aportaron valores e ideas propias que de alguna forma terminaron engarzándose en nuestra idiosincrasia, constituyendo matices diferenciales que equilibran y armonizan intereses individuales con los de la sociedad y que finalmente perfilaron un conjunto de ideas-fuerza genuinamente argentinas.
Esos prohombres hoy verían con estupor e indignación el lastimoso escenario construido por el ejercicio de una democracia elitista que ha impedido por años la participación del pueblo organizado, apropiándose en forma absoluta del poder de decisión, gracias a las nimiedades escandalosas de una dirigencia que poco o nada le importa la degradación social como la cruda realidad que sufrimos los argentinos.
Frente a este lamentable contexto, me parece oportuno agregar a las frases del Gral. San Martín las de otras figuras que pueden identificarse con el espíritu de este artículo, comenzando por Juan Bautista Alberdi: “Todas las teorías que pretenden explicar la producción de la riqueza y la supresión de la pobreza por otros medios que el trabajo y el ahorro, en vez de la ociosidad y el dispendio, son teorías falsas, de engaño y de ruina que, lejos de servir para remediar las crisis, sólo sirven para producirlas y agravarlas.”.
El expresidente Hipólito Yrigoyen también aconseja: “No hay que temer tanto a los de afuera que nos quieren comprar, como a los de adentro que nos quieren vender”.
También el expresidente Juan Domingo Perón, quien expresó: “Tanto el incentivo interno de nuestra propia responsabilidad social para con el país y sus hijos, como el devenir histórico del mundo en su totalidad, nos convencen de la necesidad de elaborar nuestro propio proyecto”.
Aunque hay muchos otros ejemplos y sabias reflexiones, por último expongo las que nos deja el expresidente Raúl Alfonsín, al sentenciar: “Sigan ideas, no sigan a hombres. Los hombres pasan o fracasan. Las ideas quedan y se transforman en antorchas que mantienen viva la política democrática”.
La deplorable situación nacional
La clase política que hoy se comporta como elite privilegiada por las reformas en nuestra Constitución de 1994, nos deja al resto de los ciudadanos e instituciones intermedias como mudos observadores inducidos a aceptar una operatividad institucional –cada cuatro años– con el derecho de optar por las propuestas de una dirigencia que, enfrentada, sigue apostando a este modelo que le garantiza la alternancia en el poder.
Por tales razones, las elecciones para el recambio de algunos representantes no producirá alteraciones significativas porque, aunque surja algún candidato que posea nobles actitudes y manifieste con claridad su propuesta, como dice el refrán: “Una sola golondrina no hace verano”.
Aunque no hay que descartar que, frente a las graves desavenencias internas, las coaliciones estén en proceso de sufrir disgregaciones y cada fracción busque recuperar sus particularidades como una manera de lavar el maquillaje impostor.
De cualquier manera, este modelo de democracia ha sido ideado y consolidado institucionalmente para que el pueblo y sus diferentes sectores organizados se vean obligados a inducir a acciones o a reclamarlas mediante los partidos cuyos representantes son del mismo sector político del gobierno de turno o de la oposición.
Por eso es importante reconocer que en los pueblos, diversas entidades tienen una existencia permanente, son apartidarias y ejecutan claras misiones de servicio o asistencia a las necesidades de la población y, por lo tanto, deberían ser partícipes imprescindibles en la toma de decisiones traducidas en políticas de Estado.
Por dicha circunstancia y por vía de los hechos sabemos que los diputados o senadores no son auténticos representantes del pueblo. Pueden recibir reclamos y posturas de distintos sectores de la sociedad pero la decisión final queda sujeta al juego palaciego de las negociaciones entre las coaliciones o partidos que coexisten en el ámbito donde se generan las leyes.
En búsqueda de un nuevo modelo de gobernanza
En mis anteriores artículos fui planteando y esbozando un modelo político e institucional superador de esta negra etapa autocrática de los partidos y demás instituciones en crisis, buscando una forma de promover un modelo -que algunos denominan democracia social- que habilita la participación de la sociedad organizada tanto en la toma de decisiones como en la implementación de ellas.
Mientras esto se pretende, la preocupación de la clase política pasa por aprovechar la difícil coyuntura de la pandemia y desarrollar una campaña electoral confrontativa, injuriosa y agraviante, no sólo entre las coaliciones sino dentro de ellas mismas, debido a las pujas por ocupar los primeros lugares en las boletas electorales.
De esta manera, comprobamos que las alianzas que nacen para “amontonar” vertientes –a veces muy dispares– bien sirven para ganar una elección pero también pueden convertirse en un verdadero circo de malabarismos personales, escabrosos y decadentes, ya que a dicha dirigencia no la convocan las ideas sino la lucha por el poder.
A partir de este deprimente escenario y como única alternativa de superar esta decadencia, los argentinos deberíamos proponernos reclamar a los gobernantes la necesidad de conformar un ámbito de coincidencias esenciales, permanente y consecuente con el fin de priorizar los temas estructurales que son imprescindibles de resolver para salir de la crisis y lograr las condiciones para el diseño de un plan consensuado de corto y mediano plazos.
Para que esto ocurra, los partidos y demás sectores de la sociedad que hubiesen recuperado la calidad institucional y el poder de accionar como verdaderas entidades responsables de cumplir con las misiones que a cada una les atañen, deberían proponer un modelo de concertación público-privado. Éste debería comprender la administración del Estado, la reforma de la Constitución si fuere necesaria, la reformulación de una justicia eficiente e independiente, el trabajo y los perfiles de vida digna, la expansión productiva, la recuperación del poder adquisitivo, el desarrollo tecnológico, la educación integral, etcétera.
Esto debe entenderse como el primer síntoma en la maduración de una sociedad que sabe lo que quiere, bajo el propósito de encontrar entre todos las mejores formas de integración y de concertación entre gobernantes y sociedad, definiendo y dándole forma a un proyecto en el que se diseñen y acuerden los compromisos que cada sector que participe los asuma durante todo el desarrollo del plan.
Una vez que demos este primer paso, deberíamos establecer institucionalmente que quienes ganen las elecciones deberán incorporar lo acordado como políticas de Estado; y el o los que sean oposición deberán custodiar la ejecución de ellas, ya que ello sería cumplir con la voluntad del pueblo organizado.
Además, así quedaría institucionalizado un ámbito de coincidencias esenciales por medio del cual los gobernantes, junto con todas las representaciones de las instituciones intermedias, políticas, económicas, laborales, productivas, culturales, sociales, etcétera, acuerden aquellas tesis esenciales que constituirían los ejes medulares de un proyecto nacional.
Este listado de necesidades estructurales y proyectos de expansión laboral, industrialización, avance tecnológico, desarrollo social, cuidado del medio ambiente, soberanía e independencia y un largo etcétera, identifica lo que también puede definirse como un programa de finalidad común.
De esa forma se daría una clara señal de que los argentinos –finalmente– logramos integrarnos para elaborar lo que queremos como pueblo y país por medio de un conjunto de ideas, con derechos y obligaciones, y no siguiendo a mujeres u hombres que circunstancialmente acceden al poder, ya que los dirigentes pasan o fracasan, mientras las ideas de los pueblos persisten.