A lo largo de la historia, epidemias de afectación global y/o pandemias se conocieron varias. Desde la peste negra en la Edad Media, pasando por las enfermedades que trajeron a América los europeos, que arrasaron con la población americana en tiempos de la conquista, etcétera.
Se estima que entre la gripe, el sarampión y el tifus murieron entre 30 millones y 90 millones de personas. Más recientemente se evocan, como antecedente, la gripe española (1918-1919), la gripe asiática (1957), la gripe de Hong Kong (1968), el sida (desde la década de 1980), la gripe porcina AH1N1 (2009), el SARS (2002), el ébola (2014), el MERS (coronavirus, 2015) y actualmente la de covid-19 y sus múltiples (y, parece, inagotables) variantes.
Sin embargo, nunca vivimos de “golpe y porrazo” -en ninguna sociedad moderna- un estado de cuarentena global anunciado por TV ni soñamos que sería tan sencilla la instalación de una suerte de “Estado de excepción” transitorio e intermitente, restricciones internacionales… Un verdadero Leviatán sanitario limitante, más aún en países de escasos recursos y estrategias, como la bendita Argentina.
No estábamos preparados para este shock vivencial, psicológico, de salud y laboral. Ni Netflix se había atrevido a tanto o, al menos, nunca creímos que atravesaríamos como “verdad” sus producciones ficcionadas y catastróficas. Al menos no en 2020.
El “otro” pasó a ser el “potencial agresor de nuestro bienestar y ladrón de nuestro tiempo productivo” y los humanos debimos distanciarnos, escudándonos de modo obligado -los afortunados que así pudimos hacerlo- tras la tecnología y las formas impersonales de trabajo.
En lo que aquí nos ocupa, el “cuerpo a cuerpo” del ejercicio de la abogacía se transformó en una seguidilla de remisión de mails, litigación por sistemas digitales, reuniones remotas, celulares con escáneres y sin memoria e incansables llamadas telefónicas.
De ahí que cuando un hecho extraordinario impacta fuerte y súbitamente en la sociedad, más específicamente en esta “sociedad de riesgos globales” en la que hoy vivimos, como lo ha hecho la pandemia de covid-19 en este año 2020, necesariamente ese impacto produce efectos en el derecho y en la abogacía, tanto en su positividad como en su eticidad.
Los que vivimos de nuestra apasionante y frustrante profesión tuvimos no sólo que rearmarnos de paciencia sino adquirir nuevos conocimientos e insumos, quizás hasta “repensarnos”. También modificar nuestras formas de approach a los clientes y público en general y posiblemente acotar nuestras instalaciones físicas (reitero, quienes gozamos del privilegio de tenerlas), entre otras vicisitudes.
Particularmente éste es un tema que me roba el sueño, porque que va de suyo que creo que nada será igual en esta apuesta de supervivencia profesional que forzosamente se nos planteó y que sigue su curso.
A los de la escuela de la abogacía aguerrida y apasionada -a la que honrosamente pertenezco por mi sustrato familiar- nos es imposible no reflexionar sobre cuestiones como:
¿Regresarán las audiencias presenciales en las cuales el lenguaje corporal -del otro- nos permitía adelantar nuestras palabras?
¿Volverá el tête-à-tête con el cual expondremos los intereses urgentes que apremian a los justiciables?
Y, bajando al llano si se quiere, ¿regresará algún día ese folclore que nutría de “vida” nuestros días, más allá del trabajo de escritorio, como el café o la charla de pasillo?
Mi optimismo es parcial sobre estas cuestiones, mi formación me hace creer o soñar que sí pero que esto no ocurrirá tan pronto como nos lo prometen nuestros gobernantes ni los “ejemplos” que muestran los “dueños“ del mundo; pero que ocurrirá finalmente.
La pregunta es, ¿y mientras tanto cómo seguimos?.. cuando la visibilidad de nuestro trabajo actualmente es escasa y acotada, así como nuestros medios de supervivencia a mediano plazo.
Propongo entonces, de nuevo, repensarnos. Apropiarnos de esta realidad, proponiendo cambios en los sistemas digitales que llegaron para quedarse; opinando sin temor, con la crítica constructiva, la participación y hasta la queja. Tomar para nosotros -sin prejuicios- las ventajas de la gratuidad de las redes sociales como medio de promoción y/o divulgación de nuestra labor y nuestros logros cotidianos; unirnos, alternar días en espacios de trabajo comunes, promover el coworking.
Sin sonar demasiado entrepreneur, vienen a mi mente -desde mi humilde posición en esta sociedad jurídica cordobesa- decenas de ideas que incluyen la solidaridad y la innovación como puntos de encuentro.
Más que una columna informativa, lo que pretendo es que “nos repensemos juntos”, ya que cambios negativos sin duda hubo muchos, pero éstos no deberían ser eternos.
Luego volveremos a algo muy parecido a nuestra anterior forma de interactuar y socializar. Aunque, tal vez, un poco más humanos, solidarios y jerarquizando valores que teníamos un tanto olvidados.
Ése es nuestro desafío: crecer y deselitizar nuestra profesión.
Para eso necesitamos también un gremio que conscientemente nos acompañe en este trance.
(*) Titular del estudio Zeverin & Asociados.
Claro que sí Karina. Excelente y por supuesto acuerdo contigo. Ocurre que para innovar y mejorar tanto la eficacia como el mindset digital, es necesario también generar cultura colaborativa de equipos y sumar transversalidad a toda la estructura. Ello no se logra por decreto ni sumando tecnología al voleo, pero sí con decisión y voluntad. Saludos!
Excelente columna,como siempre
El fruto no cae lejos del arbol
Como siempre, clara y practica. Vision innovadora
Excelente análisis y propuesta innovadora al quehacer profesional.