sábado 23, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

El Mercosur y sus epidemias

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Por José Emilio Ortega y Santiago Martín Espósito (*)

Debía ser una celebración pero resultó el desconcierto de unos cuantos “presidentes al borde de un ataque de nervios” -bien podría haberlo guionado Almodóvar -. Los mandatarios iban cantando sus señas on line, a puro misterio, hasta que Luis Lacalle Pou habló de “lastre” y Alberto Fernández se ofendió. Durante la semana siguiente, sólo se habló del chisporroteo entre los rioplatenses.

¿El Mercosur nació hace tres décadas? Cierto es que a 1991 corresponde la firma del Tratado de Asunción, que estableció el compromiso de crear un mercado común, originalmente previsto para 1995 pero que aún no existe completamente. Aunque es innegable que ese acuerdo se suscribe como consecuencia del rubricado por Argentina y Brasil en 1988, al que primero se sumó Uruguay y luego la anfitriona en 1991, Paraguay. Pero podríamos ir algo más atrás y establecer el inicio del proceso en 1985 (acta de Iguazú, también entre Argentina y Brasil, con Uruguay de observador) o concluir en que la base de estos acuerdos reside en el Tratado de Montevideo de 1980, que constituyó la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi), suscripto por buena parte de América Latina, que al establecer la posibilidad de concluir entre los Estados parte acuerdos “de alcance parcial”, registró los avances mencionados previamente como integrantes de su acervo. O regresar a 1960, cuando otro tratado firmado en Montevideo creó la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (Alalc, de la cual la Aladi es continuadora); quizá remontarnos a 1951, cuando el presidente Perón, después de acordar con sus pares Vargas (Brasil) e Ibáñez (Chile), propuso el “nuevo ABC”, alcanzando a suscribir acuerdos con Chile, Paraguay y Ecuador (Brasil no fue parte porque Itamaraty se negó y posteriormente Vargas se suicidó). En suma, de la posguerra en adelante, hay un “background” integracionista en Sudamérica, que trasciende a la asociación nacida hace tres décadas, y le brinda sustento.

Lo relata un actor de ese proceso, Luis Alberto Lacalle Herrera, quien representó a su país en Asunción. En su Mercosur, nacimiento, vida, y decadencia (2020), señala antecedentes y una concreta “antesala” del Mercosur: el período de transición democrática que transitaban los cuatro países parte. Pero son las decisiones de Brasil y Argentina las que, según el ex presidente oriental, marcaron el rumbo. Uruguay, acostumbrado al balanceo entre sus dos vecinos, se va incorporando gradualmente al proceso que nace en 1988. Paraguay, entusiasmado por el ejemplo uruguayo y necesitado de una renovación de agenda -siempre según Lacalle-, lo hará sobre la marcha.

Es cierto que el Tratado de Asunción es un instrumento de transición que no contiene todas las respuestas institucionales, económicas y jurídicas. Explican sus mentores, tanto en publicaciones conocidas como en entrevistas que hemos podido mantener a lo largo de nuestra vida académica, que no había margen para acuerdos más elaborados o puntillosos. Debía plasmarse la intención, señalar los instrumentos principales y en la transición al Mercado Común se suscribirían los acuerdos definitivos. El Protocolo de Ouro Preto acota los objetivos del proceso a unión aduanera. En tanto, se fueron cumpliendo los plazos para la desgravación fronteriza, respetando a Uruguay y a Paraguay sus diferencias de ritmo mediante un mecanismo de listas protegidas.

No debe perderse de vista que, al estilo de los procesos de integración más avanzados, como el europeo -punto de contacto principal entre ambas experiencias-, los Estados parte del Mercosur se fueron “desapoderando” de competencias que hasta entonces les eran propias, atribuyéndolas al nuevo ente creado, que alcanzará con Ouro Preto pleno carácter de sujeto internacional. El Mercosur se imbrica con las estructuras públicas nacionales, conteniéndolas en tanto bloque que asume, sin ser un “supraestado” como la Unión Europea, ciertas funciones públicas. Produjo más de 4.000 normas -según diversos informes- que prescriben diversos instrumentos para funcionar; estableció un mecanismo de solución de controversias o generó protocolos trascendentes, como la “cláusula democrática” (Ushuaia, 1998), que determinó oportunamente la suspensión de Venezuela.  La dinámica alcanzada por la circulación de bienes, servicios o factores productivos -en términos de Asunción-, si hoy no pasa por su mejor momento, claramente presenta una entidad que además de innegable es irreversible. En la década del 90 Argentina duplicó su intercambio con los socios del Mercosur (13,5% del total a 27,3%). En el decenio 2010-2020, pese a la crisis del esquema, el volumen se estacionó en 24%.

¿Reformas?

La Cancillería uruguaya anticipa que propondrá reformas. Para entender la idea oriental recurrimos otra vez a Lacalle Herrera, quien señala tres caminos: la consolidación de la unión aduanera (hoy incompleta tanto en lo interno como en lo externo), acordar su flexibilización parcial o sustituir el régimen vigente y organizar una zona de libre comercio, escalón también incumplido. Señala Lacalle (padre): “En el centro de esta discusión, como tema más polémico, está la decisión 32/2000 referente a que las negociaciones con terceros países deben concretarse en conjunto. Se ha proyectado que se libere a los socios de esta obligación sin afectar el Arancel Externo Común, medida de equilibrio de difícil cumplimiento”.

Se negocia en un clima muy complejo. El coronavirus arrasó con toda previsión. Brasil acaba de cambiar a seis ministros, entre ellos el canciller, en medio de la impotencia para contener miles de muertes diarias por la pandemia y gravísimos problemas sociales y políticos (entre ellos la anulación de los juicios a Lula da Silva). Paraguay ha hecho lo propio semanas atrás, con amenazas de juicio político a su presidente y un plan de vacunación que apenas comienza. Uruguay ha sentido con fuerza las consecuencias epidemiológicas y económicas del covid y Argentina está siendo embestida por la segunda ola de la enfermedad, con más dudas que certezas. Pero subyacen otras “epidemias”. El excesivo presidencialismo y el errático aporte de los demás poderes de los Estados parte al Mercosur institucional, jurídico y económico; su lamentable utilización partidista, que llegó a picos lamentables con el caso Venezuela como emblema (tanto en su ingreso como en su suspensión); la carencia de colaboración entre el sector público y el privado en el marco del proceso de integración; el lento avance del Mercosur cultural y educativo, probablemente como consecuencia de todo lo anterior, son algunas de las principales.

En 1997, luego de una reunión en la que discutieron agriamente los ministros de Economía Fernández (Argentina) y Malan (Brasil) por restricciones impuestas en el rubro automotor, se reunieron en Río de Janeiro los presidentes Cardoso y Menem, quienes rubricaron la siguiente sentencia: “El Mercosur es el más importante proyecto de nuestra historia de casi cinco siglos de convivencia”. En ese marco se han entendido las reglas de solidaridad y consenso -esta última exigida por los socios menores del esquema- que han impedido el retiro de la cláusula de la nación más favorecida para aquellos que desean concluir acuerdos paralelos al régimen Mercosur. Su desmonte es una empresa más que delicada.

¿Cómo seguir? Es improbable que alguien cambie de barco, pese al “lastre”. Pero aquel Mercosur que se preparó para el “fin de la historia” (Fukuyama) debe organizarse para sobrevivir en el “choque de civilizaciones” (Huntington). Sus 305 millones de habitantes, su condición de quinta economía del mundo (con dos integrantes del G20) y la vasta región que comprende (13 millones de km2) -de la que provino el último Papa-, exigen que mentes lúcidas, como las que terminaron con negativos rencores tres décadas atrás, se esfuercen en consensuar alternativas válidas para continuar. 


(*) Docentes, UNC

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