“Del desastre brota el heroísmo pero también la desesperación cuando se han perdido dos cosas: la finalidad y la norma. Lo que produce la náusea es el desencanto, y lo que puede devolver al hombre la actitud combativa es la fe en su misión, en lo individual, en lo familiar y en lo colectivo”
Los estigmas nacionales
Detectar y medir la existencia de los estigmas puede ser relativamente sencillo pero un poco más complicado es poder identificar sus causas, sobre todo cuando ellas provienen de defecciones humanas y también cuando involucran o nos comprometen como individuos o sociedad.
Cuando el despliegue de los estigmas ocupa límites que de alguna manera creemos poder combatirlos o por lo menos controlarlos nos quedamos tranquilos; pero cuando tal estigma avanza hacia magnitudes que inciden y trastocan gravemente el bienestar general de la sociedad en su conjunto -antes de incitarnos a realizar actos de heroísmo- es casi seguro que es la desesperación la que nos invade y ésta es mala consejera para determinar con claridad qué es lo que debemos hacer.
Haber llegado a convivir con estigmas, cuya existencia es incomprensible en un país como Argentina, debe preocuparnos sobremanera pero no para desesperarnos ni para creer que con acciones individuales o con “militantes sociales” o con propuestas sólo estatales lograremos frenar su crecimiento y acabar definitivamente con ellos. Ese cúmulo de intentos se define como medidas emergentes que finalmente -o casi siempre- terminan siendo permanentes.
Para disponer de propuestas eficaces y superadoras necesitamos de la franqueza con la cual confeccionar el diagnóstico, así como de la identificación de culpas o fallas tanto públicas como privadas, individuales o colectivas. Como ejemplo que conmueve la conciencia, es lo que pasa con la realidad social cuando nos advierte de que casi 50% de nuestra sociedad naufraga en un mar de pobreza por políticas ineficaces y concepciones especulativas.
El desempleo, la desindustrialización, el déficit habitacional, la precariedad de un sistema de salud, la educación que no se abre completamente a las necesidades nacionales y mucho menos al avance tecnológico mundial, de gobiernos que no supieron ajustar sus excesos fiscales ni la ineficiencia o el descontrol en la toma de créditos que generaron endeudamientos pecaminosos, etcétera, etcétera, son causas estructurales de un modelo democrático en el que el pueblo fue casi siempre un convidado de piedra.
Un país donde hay mucho por realizar para recuperar la autoestima y generar con educación, salud, trabajo y producción la superación de nuestros estigmas, proponiendo la proyección internacional de Argentina, sólo es posible si la sociedad organizada deja de esperar todo de los gobernantes -quienes al final tienen sus ciclos acotados- y comienza por ocupar el papel preponderante como actora principal de la democracia, exhortando a las autoridades y a las distintas entidades políticas, económicas y sociales a la conformación institucional de un ámbito de coincidencias esenciales.
Desde ese espacio de diálogo y concertación se deberá convenir, en primer lugar -tanto para la función pública como para la privada-, el abandono de las posiciones irreductibles y anquilosadas por las viejas ideologías para poder avanzar –por medio del consenso– hacia el desarrollo e implementación de las tesis fundamentales que terminen con nuestros estigmas.
Proyección internacional ante la crisis mundial
Simultáneamente con lo interno, deberemos acordar una hoja de ruta que nos guíe lo más eficazmente hacia la apertura de las relaciones comerciales con el exterior, ya que el mundo ha sido trastocado en todos los órdenes, por incidencia de la pandemia y por disputas comerciales, tecnocráticas y geopolíticas entre EE.UU., Rusia y China.
Esa preocupación también debemos extenderla hacia la necesidad estratégica de dedicarle un tratamiento diferencial al Mercosur para convertirlo en una auténtica institución internacional que dinamice el proceso de integración con los países de la región, no sólo para el intercambio comercial sino -esencialmente- para consensuar un plan de crecimiento y desarrollo social compartido entre todos sus miembros.
Creo que la mayoría de los argentinos hemos tomado conciencia de que esta pandemia ha terminado por desnudar una realidad que estaba disimulada por modelos democráticos sostenidos desde hace años por medio del manejo autocrático de gobiernos de elites, que ningunearon la participación de los pueblos en la definición de las decisiones estratégicas y sufrieron las consecuencias de sus errores o defecciones, cuando no de sus maniobras y corrupciones.
Los partidos políticos que tradicionalmente constituyen los instrumentos constitucionales para vehiculizar la participación del pueblo entraron en crisis porque perdieron la esencia de su función al engendrar coaliciones de distintos intereses detrás de figuras carismáticas. Esos reagrupamientos que han servido para ganar las elecciones tienen serios problemas para gobernar aunque sus mandatos suelen prosperar ante la precariedad institucional, en la que no existen los ámbitos para el consenso, la integración, el equilibrio y la armonía que necesitan las comunidades conformadas por sectores y proficuas entidades intermedias.
Ante dicho escenario, Argentina debe cambiar, en primer lugar, el modelo de participación popular mediante la habilitación de los distintos consejos económicos y sociales de jurisdicción municipal, provincial y nacional, otorgándoles la vinculación de sus decisiones con la elaboración de políticas de Estado mediante la confluencia público-privada.
En segundo lugar, para decidir los ejes productivos, laborales y tecnológicos de un plan de corto y mediano plazos que contemple nuevos perfiles industriales, esos ámbitos deben estar complementados con equipos interdisciplinarios e interinstitucionales para que sus resoluciones tengan el carácter de lo integral, no sólo para resolver los estigmas existentes sino para la preparación de las plataformas de despegue para el segmento exportador, teniendo como espacios de trabajo la sustitución de importaciones, las necesidades de los países que integran el Mercosur y también los distintos ámbitos del comercio internacional global.
El tercer factor que debe consensuarse es un proceso de despoblación de los conurbanos de las grandes ciudades, que generen al mismo tiempo la repoblación del interior del país y el fortalecimiento de las economías regionales mediante la incorporación de la industrialización de los productos primarios. De esta forma, por medio de la integración de organismos interprovinciales, se concretaría la incorporación de mano de obra y la logística para resolver mejores y rápidas conectividades como la ubicación estratégica de centros de estudio y desarrollo de los métodos científico-tecnológicos compartidos, etcétera.
Entiendo que los problemas nacionales y consecuentemente los derivados de la pandemia y la crisis mundial no son fáciles de resolver, sobre todo teniendo en cuenta la grave situación institucional, política, económica y social que nos acosa en estos momentos. Por lo cual, de no mediar la cordura en la dirigencia y la predisposición a un mayor compromiso social de las entidades intermedias, nos esperan momentos que pueden aún ser peores que los actuales.
El próximo evento electoral
En pocos meses más entraremos de lleno al campo electoral en el que, por lo que estamos viendo, tanto el oficialismo como la oposición están ensayando las primeras maniobras, no exentas de los fuertes cimbronazos que internamente tienen las dos coaliciones que mayoritariamente se reparten este modelo democrático.
Parece que, como siempre, se repiten los mismos contextos políticos-institucionales: un oficialismo que decide políticas de Estado sin consensuarlas con la sociedad organizada y de explicar cosas que a veces no tienen explicación, mientras la oposición no le perdona absolutamente nada y aprovecha tales circunstancias para desacreditarlo ante el próximo proceso electoral, intentando nuevamente su reelección, tal vez con los mismos personajes que fueron vencidos anteriormente.
Parece que dichos dirigentes viven en una burbuja totalmente impenetrable, donde sus reyertas para nada le sirven al país en la solución de los graves problemas que tiene; muy por el contrario, la sociedad en su conjunto mira absorta tanta procacidad que la lleva a la desesperación que, como ya expresé, aparte de no servir para encontrar respuestas positivas entorpece aún más cualquier intento de unidad e integración sectorial y social y llevarnos al “sálvese quien pueda”.
La dirigencia e instituciones, tanto públicas como privadas, deben poner el acento en el diálogo y el consenso trascendente; y digo trascendente porque antes que cualquier decisión, lo primero es asegurar resoluciones tajantes que le pongan fin a esta parodia desplegada por un democratismo insustancial e inoperante, que necesita de la madurez de conciencia para poner la mira en formalizar un ámbito de coincidencias esenciales, sobre todo antes que acontecimientos sociales horaden los débiles andamiajes democráticos que aún persisten en la Argentina.
Si se formaliza dicho ámbito institucional y arribamos a soluciones concertadas que coadyuven a despojarnos de los egos y cuestiones partidarias o particulares y a restituir la confianza y la esperanza en lo que somos capaces de hacer los argentinos ante situaciones extremas, habremos de encontrarnos nuevamente con los valores y virtudes que supieron inculcarnos los prohombres que nos precedieron honrosamente en la lucha por construir una auténtica Nación Argentina.