Por Luis Esterlizi (*)
“….deseamos contribuir a la conformación de un nuevo concepto de Nación, atendiendo objetivos e intereses propios que permitan consolidar, en el marco del proceso de integración regional en curso, un sendero de crecimiento económico sostenido, una política internacional independiente y una mayor inclusión social, económica y política de toda la población”. En el ojo de la tormenta – Mario Rapoport
Es muy posible que cuando hablamos de integración no todos comprendamos en su real apreciación dicho concepto, y menos cuando desconocemos su raíz semántica, o sea su significado relevante, ya que integrar no es mezclar, no es sumar, no es igualar. Integrar es compartir mancomunadamente un mismo proyecto, un mismo objetivo, una misma esperanza.
Si este concepto lo aplicamos a familia, a equipo deportivo, a una organización social, a una empresa, estaremos profesando la cultura de la integración que bajo cualquier circunstancia, tanto su valoración como su consumación, nos generará resultados impensados y sorprendentemente exitosos. Y esto es lo que nos resulta casi imposible de comprender: el porqué, en determinados sectores de nuestra sociedad, prevalece por encima de los valores éticos y morales la diferenciación como método de discusión y confrontación permanente.
En la actualidad, Argentina vuelve a sufrir los embates de una descomposición institucional y de observancias dirigenciales que nos llevan nuevamente a situaciones que ya vivimos anteriormente, tan lamentables como enormemente perjudiciales para el país, sobre todo cuando solo se promueven severas críticas, muy pocas propuestas como procurando el fracaso, promoviendo la confusión o generando el odio.
Llegando al año del gobierno que asumió en diciembre del 2019, comprobamos que no solo no se lograron establecer los ámbitos para los consensos entre gobierno y sociedad, sino que además se frustraron las posibilidades de conseguir una sintonía armónica y equilibrada entre los tres poderes del Estado, dando lugar a que se reproduzcan nuevamente los consabidos enfrentamientos pseudoideológicos y controversias entre dirigentes de partidos inexistentes que agrupados en coaliciones políticas, demuestran que éstas pueden servir para ganar una elección pero que no para gobernar.
Estos sucesos demuestran la ausencia del espíritu integrador y lo que es peor, promueve la disgregación, los separatismos y la nociva idea de que las partes son más importante que el todo; disposición muy peligrosa para un país en desarrollo que necesita la fortaleza de su unidad y cultura a partir del sostener sus principios, profesión de valores y exposición de virtudes esenciales.
Esto nos demuestra que algunos argentinos no comprenden mientras una gran mayoría buscamos recuperar el sentido de pertenencia a una misma sociedad y la integración social y sectorial por ser esencia de nuestra identidad cultural.
La integración regional
Si Argentina lograra consolidar un auténtico proceso de integración política, económica y social en su propio espacio geopolítico -ante las asechanzas de una crisis mundial de incalculable laceración a nuestra existencia como Estado soberano- no lo podríamos sostener si el resto de países que integra nuestro continente no está compenetrado de esta necesidad estratégica como la dejarse arrastrar por el accionar de conspiraciones orquestadas por intereses ajenos a nuestra región.
Muchos de los próceres latinoamericanos que buscaron e intentaron por diferentes caminos o en distintas épocas de nuestra emancipación, la construcción de los Estados Unidos de América del Sur, encontraron las trabas más pertinaces e impedimentos inconcebibles en sectores internos que creen que es mucho más apetecible ser una colonia próspera de Europa o de algún otro Estado del denominado mundo desarrollado, que consolidar nuestra propia identidad cultural.
“Es la conquista, colonización y mestizaje de la América indígena por Castilla y Portugal. La américa indígena tenía una gigantesca dispersión de las etnias y lenguas y solo dos centros unificadores que ya habían alcanzado su tope expansivo: los Imperios Azteca e Inca. Pero de golpe, vertiginosamente, como acaece siempre en los grandes acontecimientos históricos, entre 1520 y 1560, en apenas 40 años se diseña la red de ciudades, columna vertebral de la constitución de América Latina. Salvo Montevideo y la reciente Brasilia, fueron fundadas todas las capitales de América Latina. En este primer momento está la raíz y la configuración básica de la América Latina mestiza. Va surgiendo un pueblo nuevo en la historia.” (Alberto Methol Ferré)
Hoy vivimos en un mundo conflictuado y se vislumbra una realidad aún más enervante por las consecuencias derivadas de la lucha por conformar un sistema “mundialista” equilibrado con otros actores importantes como lo son Rusia y China que, junto a los EEUU, triangulan política, económica, comercial y tecnocráticamente sus presencias en los distintos continentes y regiones del planeta.
Ante este panorama y sus tribulaciones, Argentina necesita de un continente organizado y realizado armónicamente, ya sea para defender geopolíticamente los intereses comunes como para conciliar políticas de crecimiento y desarrollo compartido y conectado a un proyecto común. No nos olvidemos de lo que aconteció con nuestras Islas Malvinas ya que no se intentó instalar la idea de que no era solo una amputación de una parte del territorio argentino, sino de un espacio geopolítico inherente y comprometido con la integridad política, económica y social del continente sudamericano.
Argentina y su trascendencia
¿Está Argentina en condiciones de incidir positivamente en la realidad continental si en nuestro propio país no somos capaces de concebir un destino común y trascendente para todos los argentinos?
Desgraciadamente, la realidad es altamente decepcionante, no porque los pueblos y comunidades no sean poseedores de la vertiente americanista que supo instalarse gracias a la clarividencia de nuestros próceres y prohombres de antaño, sino por cierta casta de intelectuales y tecnócratas que nunca comprendieron ni sintieron pertenecer a una América consustanciada con la integración de razas, religiones y costumbres de lo que en su momento fue identificado como el nuevo mundo. Mundo que también conjuga la riqueza cultural y social de muchas etnias del “viejo mundo” que escapando de guerras fratricidas, vinieron a convivir y poblar este continente.
En la actualidad, algunos países pueden ser víctimas de procesos desestabilizantes y sometidos por medio del caos social, mientras otros pueden ser adormecidos por la confusión que genera el predominio de las viejas ideologías que siguen tratando de incidir y manejar la realidad de los países en desarrollo.
Argentina debe encontrar el camino más apropiado para revalorizar el papel que pueda jugar en la constitución de los Estados Unidos de Sudamérica, y para ello debe comenzar por saber cuál es el proyecto nacional que mejor la representa, según las reservas de sus recursos estratégicos, su proyección territorial hacia el Atlántico Sur, la virtud de los sectores del trabajo, la potencialidad de su producción industrial, las posibilidades del desarrollo científico-tecnológico como también por la calidad que sustenten dirigentes e instituciones.
Argentina y la definición de un proyecto de nación
Es aquí donde volvemos a encontrarnos en el punto de partida, porque mientras no definamos qué es lo que queremos ser, seguiremos pendientes de las frustraciones que producen los que escudados en sus mezquinos intereses juegan con el presente y futuro de todos los argentinos y de las generaciones futuras. Sus cortas miradas les impiden comprender la necesidad de conjugar el verbo común de unidad y paz de los argentinos, para concebir un proyecto que asegure un destino trascendente.
Es justamente lo que consiguieron a partir de un proceso que se instaló desde el golpe militar de 1976, imponiéndonos modelos caducos con las consecuencias aciagas de ser afectados en nuestra integridad social, de frustrar reiteradamente nuestras ansias de crecimiento económico y desarrollo social armónico y sustentable, generando inconcebibles estigmas sociales y gravosos perjuicios económicos para el país, sin que ninguno de los gobernantes pagara el precio de semejante latrocinio.
Algunos dirigentes creen que nuestra sociedad es una masa multiforme que puede ser moldeable según lo decidan determinadas figuras públicas “descollantes”, aun cuando muchos han sido culpables de erradas políticas públicas y haber demostrado su incapacidad ética y moral en el manejo de los dineros públicos por medio de una democracia amañada, más que por el poder de las ideas. Han despreciado la potencialidad organizada de miles de instituciones intermedias, sean del trabajo, la producción, el intelecto, la investigación científica, la educación, etcétera, decidiendo en soledad las políticas de Estado y retrotrayéndonos a la época del virreinato.
Necesitamos que se abran los canales de la participación institucional responsable y comprometida que nos permita arribar a los consensos en el seno de nuestra comunidad, única forma de conciliar entre las instituciones del Estado y los sectores de la actividad privada, el armado de un Proyecto Nacional por y para todos los argentinos.
(*) Presidente del Foro Productivo de la Zona Norte