sábado 23, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Irán, país de persas y ayatolás

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Por Sebastián Lanza Castelli (*)

Antes de comenzar a hablar sobre un Estado, es bueno conocer algunos datos básicos de él, para poder comprender mejor su historia y actualidad. 

La República Islámica de Irán, denominación adquirida a partir de la revolución comandada por el ayatolá Rudolaf Komeini, en 1979, es el decimoctavo país del mundo en extensión territorial, un poco más de 1,6 millón de kilómetros cuadrados, algo así como la superficie conjunta de Bolivia, Paraguay y Uruguay. Tiene una población aproximada de 82 millones de habitantes, la misma que Alemania y casi el doble que la argentina.

Irán se encuentra ubicado en una de las regiones más “calientes” del planeta. Limita con Turquía e Irak por el oeste y con Afganistán y Pakistán por el este, separado del Reino Wahabita de Arabia Saudita por el golfo Pérsico. 

Fue conocido en occidente como el Imperio Persa hasta el año 1935, fecha en la cual el sha Reza Pahlavi cambió su nombre por el actual Irán, que significa “país de los arios”.

Su población se compone por persas casi en 50%, seguidos de azaras en 25% -grupo étnico éste que además habita en Afganistán-, kurdos, baluches, turkmenos, armenios y una pequeña porción de árabes que se sitúan en el Estado sureño de “Arabistán”, el que alguna vez intentó independizarse,  movimiento que rápidamente fue sofocado allá por los años 80 (sobre este tema, recordemos la toma de la embajada iraní en Londres, en 1982, por un grupo radicalizado que respondía a este movimiento independentista).

Una de las características fundamentales de la población iraní, entonces, es que su origen es ario, a diferencia de árabes y judíos quienes, por el contrario, son de origen semita.

Actualmente, está comprobado que la República Islámica de Irán tiene en su haber la cuarta reserva de petróleo más grande del mundo, con una estimación de 170 mil millones de barriles, además de uno de los petróleos de mejor calidad por ser más ligero y por ende mucho más simple de refinar.

 

El Imperio Persa

Antes de convertirse Irán en lo que es hoy, la República Islámica de Irán fue uno de los imperios más importantes de la antigüedad: aquel que fue derrotado por Alejandro Magno en el siglo IV antes de Cristo (a.C.)pero que revivió una y otra vez, como Ave Fénix, por intermedio de diversas dinastías. 

Ese imperio alcanzó a ocupar vastísimas extensiones de territorio en la zona de Asia central, llegando hasta las proximidades del río Indo por el este, en el actual Pakistán, y por el lado occidental conquistó Siria, Turquía, Arabia y Egipto, entre otros Estados actuales.

La religión en aquel momento era el mazdeísmo primero y luego el zoroastrismo, fundado por Zoroastra (Zarathustra).

El primer Imperio Persa fue instituido en el siglo VI a.C. por Ciro el Grande, dando origen así a la primera dinastía que gobernaría el imperio, la aqueménida que, como vimos, perduró hasta su derrota por Alejandro en el siglo IV a. C. Luego de la estancia del imperio seléucida helenístico, que trasladó las costumbres grecorromanas de occidente a oriente, apareció en Persia la dinastía sasánida, que gobernaría hasta el siglo VII después de Cristo.

En esa época, por el año 600, hacía su aparición el profeta Mahoma en la península Arábiga, que predicó el Islam utilizando no sólo la palabra sino también la espada, por lo que desde alli comenzó a expandir su reino por el norte de África al cruzar el estrecho de Gibraltar y conquistar la península Ibérica. Fue detenido por Carlos Martel, abuelo de Carlo Magno, en la batalla de Poitiers. Por el lado este, el islamismo avanzó hasta el río Indo, traspolando esa nueva religión monoteísta a tres continentes, África, Europa y Asia. Así es como Irán se “islamizó”, gracias a las huestes árabes que dieron forma a ese imperio fundado por el profeta de los musulmanes.

 

Claves de la historia

Cada Estado tiene sus momentos claves, aquellos que lo determinan para siempre en su historicidad y dejan en él huellas indelebles. Algo así como las cicatrices que los hombres llevamos en nuestro cuerpo, que nos dejan marcados a fuego ciertos acontecimientos que, mientras permanezcamos con vida, nunca podremos borrar de nuestras mentes. 

En el caso de Argentina, podemos ubicar esas “cicatrices” no sólo en la independencia alcanzada el 9 de julio de 1816; en la Revolución de Mayo de 1810; cuando se promulgó nuestra primera Constitución nacional allá por el año 1853, o el moderno por excelencia, el proceso militar más siniestro de nuestra época, el de “reorganización nacional” como lo denominaron sus promotores, que abarcó desde 1976 hasta el retorno a la democracia en 1983.

En el caso de Irán, esos procesos son muchos más espaciados entre sí, pues el país tiene una historia realmente milenaria y, a pesar de que en occidente muchas veces se ha intentado ocultarla o minimizarla, ello, a la luz de los acontecimientos, resulta simplemente imposible.

Como dije más arriba, su siguiente punto de inflexión luego del primer imperio persa fundado por Ciro el Grande, acaece durante el siglo VII d.C., cuando las huestes islamistas descendientes del profeta Mahoma conquistaron, en parte, el país persa, lo que produjo su conversión casi inmediata a la nueva religión monoteísta que hizo su irrupción en el planeta.

Entre esos dos periodos -el primer Imperio Persa de la dinastía aqueménida y la conversión islámica- aconteció la conquista de uno de los genios militares más grandes que dio la Tierra: Alejandro III de Macedonia o Alejandro Magno, aquel discípulo de Aristóteles que impulsó la primera “occidentalización” cultural de la historia (luego vendrían muchísimas más con los romanos, los colonizadores europeos, etcétera).

Desde allí podemos saltar hasta el siglo 16 de nuestra era con la irrupción de la dinastía Sfavie, originaria del Azerbaiyán iraní, la que, imbuida de cierto misticismo, había adoptado una versión del islamismo minoritaria que es el “chiismo”, en la cual los imanes encarnan poderes espirituales y terrenales, a diferencia del islamismo sunita que es profesado por la amplia mayoría de los musulmanes y no admite esta interpretación.

Pero para evitar internarnos en cuestiones complejas que quizá no interesan al lector, y antes de señalar el hecho histórico moderno que marcó este país fundamental en la geopolítica de Oriente medio como fue la Revolución Islámica de 1979, no quiero pasar por alto a un personaje indiscutido por su nacionalismo y su posición anticolonialista: Mossadeq, aquel primer ministro que decidió nacionalizar el petróleo en 1951, en contra de los intereses de Gran Bretaña y EEUU, que le costó tener que permanecer sus últimos años de vida recluido en su hogar en el campo hasta su muerte. 

Irán, antes de su derrocamiento en la famosa operación Ajax diagramada por el MI6 y la, en aquel momento, novel agencia de inteligencia norteamericana CIA, debió soportar embargos económicos y de cuentas bancarias como hoy lo sigue padeciendo a manos de los mismos actores; la historia colonial lamentablemente sigue tan vigente como desde el mismo momento en que el europeo decidió conquistar el mundo.

 

Los Guardianes de la Revolución

Sumamente interesante resulta el sistema de gobierno de la República Islámica de Irán, en el cual el  ayatolá, cargo creado por la Constitución dictada en 1979 luego de la revolución comandada por el nombrado Komeini, funge como el verdadero jefe de Estado y puede vetar cualquier decisión que adopte el presidente debido a la característica del gobierno iraní. Se trata de una auténtica “teocracia”. 

El ayatolá, además de ser el jefe de Estado y la máxima autoridad política y religiosa, es líder de las fuerzas armadas, del Poder Judicial, de la televisión estatal y de otras organizaciones gubernamentales claves en áreas como la economía y el medio ambiente. 

Su cargo es vitalicio. También se encarga de nombrar a los miembros del Consejo de Guardianes o guardianes de la Constitución de Irán, organismo con importantísimas funciones en la estructura estatal de esta nación.

El Consejo está integrado por seis alfaquíes o expertos en jurisprudencia, y seis juristas, quienes duran seis años en sus funciones en dos tandas, de modo que se renuevan sus miembros cada tres años. Este organismo debe aprobar todos los proyectos enviados al Parlamento y asegurarse de que éstos respondan no sólo a la Constitución sino también al derecho islámico. 

Este consejo es fundamental para salvaguardar la estructura nacional, jurídica y estatal del país de los ayatolás, ya que entre sus funciones también se destaca aprobar la posibilidad de que una determinada persona pueda postularse como candidato a presidente de la República Islámica de Irán, aunque también -como vimos-, quien realmente comanda los destinos del país casi de manera omnímoda es el ayatolá.

 

Política exterior

Resulta interesante realizar un somero examen del manejo de la política exterior iraní y repasar los conflictos internacionales en los que actualmente se encuentra inmerso, como para comprender aún más este país, reitero, con una historia y una cultura milenaria que lejos está de ser lo que los medios occidentales pretenden hacernos creer.

Hoy, debido al embargo impuesto por EEUU y sus aliados, ha debido acercarse a Rusia y a China, país éste con el cual ha cerrado varios acuerdos de suministro de petróleo a cambio de materia prima y otros bienes necesarios para el bienestar, valga la redundancia, de la población, sumamente golpeada por este embargo inhumano al que está siendo sometida, presuntamente por pretender diseñar armamento nuclear, lo que parece estar prohibido por las naciones colonialistas que poseen esas armas, respecto de las demás.

Por otra parte, en lo que se refiere a la faceta regional, el país de los ayatolás está sumergido en un fuerte cruce geopolítico con las monarquías de la península Arábiga, no sólo por el conflicto que ocurre en Yemen, donde Irán apoya a los chiitas “Anzarola” del movimiento Huti, o en lo que respecta al control del gofo Pérsico y el estrecho de Ormuz, lugar por donde permanentemente se movilizan decenas de barcos que transportan petróleo desde los Estados árabes. También porque estas monarquías se han acercado a Israel (Emiratos Árabes Unidos y Bahrein han sellado un acuerdo de paz), lo que no es compartido por Irán y otros Estados musulmanes, al no haber aquélla acatado los compromisos bilaterales suscriptos en Oslo y en Camp David -entre otros-, según los cuales debía reconocer a Palestina como país independiente y soberano. Sabemos, a pesar del “ruidoso” silencio mediático internacional, las muertes que Israel causa en Gaza y la constante usurpación de territorio de Cisjordania por colonos judíos avalados por el gobierno de ultraderecha presidido por Benjamin Netanyahu.

También, los iraníes se encuentran con asesores militares y parte de la Guardia Revolucionaria (su ejército de elite) inmiscuidos en la guerra que se viene desarrollando en Siria: apoyan al presidente Al Assad (también de confesión chiita) frente a los embates de los movimientos guerrilleros. 

Asimismo, desempeña un importante papel en el entramado político de la República del Líbano, al ser un fuerte aliado, amén de respaldar y financiar la organización político/militar de Hizbulá, que no sólo tiene representación en el Parlamento del país de los Cedros sino que ha desempeñado -y sigue haciéndolo- un papel preponderante en la defensa de los intereses de este pequeño país levantino frente a las aspiraciones expansionistas y colonialistas del Estado israelí.

Como vemos, el futuro iraní hoy es incierto como el de la gran mayoría de los países en vías de desarrollo que pretenden despojarse de las garras del capitalismo moderno, que en realidad -como ocurre desde hace muchísimos años- es manejado por las mismas potencias que intentan dominar el mundo a su antojo, contando para ello con cómplices locales a quienes, por ahora, no han encontrado en la nación de Irán. Veremos cómo se siguen desarrollando los acontecimientos.


(*) Abogado

Comentarios 1

  1. Felix Olmedo says:

    Dr. Muy agradecido por su escrito esclarecedor y bien fundado de Irán. El viejo imperio persa siempre ha sido una piedra en el zapato de los regímenes colonialistas, hoy disfrazados de nobles buscadores de la libertad de otros pueblos.

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