Por José Emilio Ortega y Santiago Espósito (*)
El Líbano es una pequeña superficie de poco más de diez mil kilómetros cuadrados, de topografía y climas cambiantes que, prácticamente desde los orígenes de la civilización, atrajo las más diversas etnias.
Hoy conviven más de 6,1 millones de habitantes, de arraigadas y diferentes tradiciones religiosas. Cerca de 60% de los habitantes es musulmán, con preeminencia de los chiítas, mientras que en el 40% cristiano dominan los maronitas.
Converge también una “Babel” de idiomas: el árabe, lengua oficial, toma variantes según afinidades regionales. Pero también se hablan fluidamente inglés, francés y armenio.
Las potencias europeas mantuvieron dominios históricos en ese territorio durante el siglo XIX pero fue después de Versalles, con base en el tratado anglo-francés de 1916 (Sykes-Pikot), que se opera el reparto del botín otomano y específicamente de la fallida “Gran Siria”, que hará nacer en las provincias libanesas un protectorado francés, cuya Constitución se sanciona en 1926 y se extenderá hasta 1943 (con una transición entre 1941 y 1946).
Un acuerdo, apadrinado por Francia, entre maronitas, suníes y otros grupos, mediante un Pacto Nacional no escrito, posibilitó la asunción de soberanía por el crisol libanés. Se trazó un mapa que recoge la influencia occidental (que confía en la entonces mayoría poblacional maronita). El presidente debía proceder de esa confesión, el primer ministro, sunita, y el presidente del parlamento chiíta. Ese orden no se ha alterado, pese al impacto de los conflictos en la región durante el resto del siglo XX y la guerra civil libanesa (1975-1989).
Líbano en el siglo XXI
Después del asesinato del ex premier Rafik Hariri (2005), que desató la reacción popular que exigió la retirada siria, regresaron los conflictos armados, protagonizados por ese complejo mosaico étnico, religioso y económico, aun cuando entre 2007 y 2010 Líbano gozó de tasas de crecimiento económico por encima de 7% del PBI anual. La llegada de refugiados sirios y la recesión en la Unión Europea -primer importador del país, segundo destino de las exportaciones locales y crucial en el fondeo del sector servicios, más del 70 del PBI libanés- puso fin a este ciclo: en PBI cayó a 2% en 2011 y desde ese momento no remontó ese desempeño.
El cambio demográfico (amplia mayoría musulmana) sigue disociado de la representación popular en la conducción de los asuntos públicos, en los que, como se ha demostrado, el poder político en el país (aun después de la guerra civil) no se ha extendido más allá de unas 200 familias. Con 18 credos religiosos reconocidos y comunidades más influyentes que el propio Estado, coexisten (sin contar las ocupaciones extranjeras) dos ejércitos: las Fuerzas Armadas de Líbano y las de Hezbolá (con gran reconocimiento popular dentro de la comunidad chiita), que realiza actividades sociales y posee gravitación electoral. Por recibir a dos millones de refugiados sirios, sunitas en su mayoría, el grave desequilibrio demográfico y político sólo puede pronunciarse.
En los últimos tres lustros, la partidocracia tradicional ha experimentado una irreversible decadencia. No extraña entonces la entronización (en la década pasada), caída y retorno del general Michael Aoun, hoy presidente del país y el único que ha sobrevivido a la crisis de estos últimos dos años, a partir de su manejo del conflicto generado por la implosión cristiana y las tensiones entre el tándem sirio-iraní con el resto del mundo musulmán.
Damasco y Hezbolá, antes sus enemigos, hoy lo apoyan. Los dos años que pasó Líbano sin jefe de Estado (2014-2016) representaron un vacío prácticamente insoportable, en un contexto de crítica guerra civil en Siria, creciente aislamiento de Irán y renovado endurecimiento israelí.
Preguntas sin respuesta
Después de la explosión del 4 de agosto en Beirut, que causó 160 muertos y 6.000 heridos (aproximadamente), diez kilómetros cuadrados de superficie dañada (afectado el puerto, hospitales, hoteles, vehículos de transporte, edificios públicos, muchas embajadas -entre ellas la argentina-), más la sorpresa y dolor del mundo entero, detonó un nuevo y breve intento local por formar gobierno (encabezado por Hassan Diab), el séptimo en poco más de diez años.
Corrupción y desidia se confunden al investigar los hechos. Sin respuestas frente a la creciente intromisión sirio-iraní, sin capacidad de resolver el atávico conflicto multiétnico, doblegada la moneda nacional (se devaluó 80% en los últimos meses), jaqueada por el covid-19 y sus consecuencias sociales, con 25% de desocupados y más de 30% de pobreza, una enorme deuda y un desplome del PBI en 25 puntos. La única certeza es el hartazgo popular.
Ni la ayuda internacional (se recaudaron 300 millones de dólares pero los daños superan 7.000 millones) ni la visita del “viejo conocido francés” personificado en el presidente Emmanuel Macron, ni el adelanto de elecciones, detienen la eclosión. En 2019, el año de las protestas e indignación social global, soportó numerosas manifestaciones de miles de personas ante la crisis económica, política y generacional.
En búsqueda de un pacto no sectario, un Estado transparente y el fin de la desigualdad y la corrupción, la explosión del puerto de Beirut exige acelerar las reformas.
En otro grueso error de cálculo de la comunidad internacional, se soslayó la significancia del problema libanés. Las principales potencias (todas) y los actores regionales en disputa deberán ser capaces de remontar la que, si no se aborda adecuadamente, abrirá la puerta a la más grave debacle internacional del siglo.
(*) Docentes, UNC
Buen día. Quisiera agregar algunos datos. La superficie del Líbano es de 10.452 km2 y hezbollah no es otro ejército, es una organización terrorista que funge de hecho y de derecho como fuerza persa de ocupación del Líbano y que tiene como pantalla sus actividades en acción social y política y el pacto no escrito de 1943 fue reafirmado de igual modo en ocasión de los acuerdo de Taef de 1990 y en aquella ocasión se modificó parcialmente la Constitución Nacional del Líbano y en su artículo 22 aun no puesto en vigencia es que se proponía la creación de una cámara de senadores, hoy inexistente, hubiese significado la conversión del Líbano a ser un estado laico, pero el principal problema de hoy del Líbano se llama hezbollah quien a fuerza de las armas se opone a cada intento de los libaneses por solucionar sus problemas, validando asi la organización subversiva el viejo refrán: “A río revuelto, ganancia de pescadores”