Por Edmundo Aníbal Heredia (*)
La más famosa entrevista de la historia latinoamericana fue la protagonizada a solas en Guayaquil por José de San Martín y Simón Bolívar en 1822. Marcó un hito en el proceso emancipador y en la forja de sus naciones. Ambos se encontraban entonces en el cenit de las campañas libertadoras que doce años antes habían iniciado en Caracas y en Buenos Aires a lo largo de un itinerario arduo, complicado y triunfal, liberando pueblos de la dominación española hasta cubrir el amplísimo espacio que va desde el Río de la Plata hasta el Caribe, a través del extenso macizo andino; sus desplazamientos convergían con una dinámica que hacía presagiar el entrecruzamiento y la interpenetración de los espacios naturales de cada uno.
El desenlace y resultado de este encuentro debía ser de fundamental importancia para el triunfo final y más aún para la formación de las nuevas naciones.
Se han hecho controvertidas interpretaciones de este encuentro y tras tantos estudios persiste el enigma sobre lo que conversaron allí; al enigma contribuye el apasionamiento de los historiadores, en especial los de una y otra nación más involucradas, esto es Venezuela y Argentina, que han asumido posiciones nacionalistas y patrióticas. Las investigaciones se han concentrado con preferencia en tratar de desentrañar lo que se habló allí, lo que dijo uno y el otro, lo que cada uno insinuó o silenció luego en su correspondencia. En parte, las diferentes interpretaciones de los estudiosos se deben a la necesidad de recurrir a las especulaciones de la imaginación, en razón de los escasos y opuestos testimonios y en parte también a los sesgos ideológicos de quienes se han ocupado de interpretarlos.
Aquí preferimos, por una parte, analizar el tema a partir de la situación en que se encontraba cada uno de los protagonistas al llegar a Guayaquil y, especialmente, lo que cada uno concebía desde su pensamiento sobre la situación y el futuro de esta parte de América.
Una afirmación demasiado simple sería decir que Bolívar concurría con la sensación de ser un triunfador, en tanto San Martín tenía la amargura de no haber encontrado la solución en el Perú. A pesar de simple, es uno de los puntos de partida para el análisis. Otro factor a tener en cuenta es que a Bolívar le llegaban rumores que le hacían desconfiar del argentino; uno de ellos era la noticia de que un revolucionario ligado a los corsarios caribeños -el francés Peru de Lacroix- había partido en busca de San Martín con la misión de proponerle que dirigiera la toma de Panamá, ocupando previamente Portobelo y Chagres -aún bajo dominio español-, lo que claramente implicaba penetrar en espacios colombianos. Estas y otras noticias semejantes sobre las supuestas intenciones de San Martín zumbaban en los oídos del venezolano.
La adjudicación de espacios en las acciones militares que incluían estrategias geopolíticas era entonces fundamental, y un rioplatense desplazando sus fuerzas en plena cordillera, bordeando el océano Pacífico, era insoportable para un andino con un carácter casi omnímodo como el de Bolívar, lo que explica su rechazo al ofrecimiento de San Martín de ser el segundo de la campaña sobre el Perú, lo que para otros hubiera sido un honor contar con un colaborador de la talla del vencedor de Chacabuco y Maipú.
Otra cuestión importante que estaba en discusión era el de las fórmulas institucionales para las nuevas naciones, especialmente la opción entre monarquía o república. Ya las que traían incorporadas desde sus países los dos actores estaban más que insinuadas. En efecto, el Congreso de Tucumán se había orientado hacia la monarquía, lo que quedó plasmado en la efímera Constitución de 1819, en tanto los gobiernos de Buenos Aires buscaban coronar a príncipes europeos; en esto estaba presente la sugestión de San Martín, que ahora venía del Perú, donde se había inclinado también hacia esa fórmula. Bolívar, en cambio, estaba decidido por una república fuertemente presidencialista, además de estar en contra de la injerencia europea en la formación institucional de las futuras naciones.
Otra cuestión a debatir era acerca de la formación de un sistema confederativo que incluyese la totalidad de la América del Sur. En esto, los Libertadores disentían en cuanto a la organización del poder, que incluía la elección de la capital; era, otra vez, la cuestión espacial y lo que los espacios contenían, es decir sus poblaciones, su gente. Bolívar prefería que la capital fuese Guayaquil, en cierta forma una posición central en el subcontinente, contiguo al océano Pacifico e inserto en el mundo andino.
Tratando de introducirnos en la mentalidad sanmartiniana, es pertinente presumir que esa idea no era compartida por un rioplatense, con mirada al océano Atlántico y a Europa.
Es posible que entre las diferencias personales fuese gravitante el hecho de que San Martín contaba con una sólida formación militar, de la cual Bolívar carecía y que, como contrapartida, el venezolano había adquirido una sólida formación filosófica, que el argentino no poseía. Mientras uno se había iniciado en los textos que enseñaban la estrategia para el triunfo en los campos de Marte, el otro estudiaba el Emilio, o De la educación de Rousseau, que enseñaba cómo educar a la juventud en la búsqueda de la libertad.
La de Bolívar era una mirada desde y hacia la Sudamérica andina, poseedora de una historia profunda en el tiempo y que contenía una cultura milenaria, mientras la de San Martín era una vista hacia Europa y, por tanto, con predominio de la cultura europea. La familia de uno se vinculaba con la explotación y usufructo de la tierra trabajada por indios y negros en una hacienda tropical; la del otro venía de un padre funcionario administrativo de la Corona española.
La opción monarquía-república contenía y formaba parte de esta disyuntiva, que luego se desarrollaría más explícitamente en la realidad social y cultural de toda América Latina.
Debe presumirse que los protagonistas de esta entrevista, desde sus extraordinarias mentalidades, tuvieron presentes estas esenciales cuestiones en sus reflexiones, porque eran fundamentales en la formación de los pueblos latinoamericanos. Esa duda persiste, de la misma manera como subsisten las incógnitas de lo que hablaron los dos libertadores.
Desde la perspectiva de los documentos que ambos dejaron escritos, es abrumadora la copiosa correspondencia dejada por el caraqueño pero, reduciéndola a una. debe destacarse la famosa Carta de Jamaica, en los comienzos de su campaña, cuando expuso su pensamiento sobre el destino de esta parte de América. En cuanto a San Martín, en su correspondencia y otros escritos prevalecen instrucciones, medidas y órdenes relativas a su desempeño como jefe de las campañas militares; quizá como anécdota cabe recordar que su escrito más difundido es el de las “Máximas para Merceditas”, en las que recomienda a su hija las virtudes que debe poseer. Son dos testimonios esclarecedores, muy diferentes, que sin duda contribuyen a comprender la mentalidad de uno y de otro.
En cuanto a los comienzos concretos de las trayectorias revolucionarias, hay que señalar que la de San Martín comienza en 1812 cuando se embarcó en Southampton en una fragata inglesa con destino a Buenos Aires; Inglaterra es el verdadero punto de partida de esa trayectoria, que Mitre subestima. La senda seguida por Bolívar es bien distinta: se inicia cuando se introduce en la filosofía iluminista bajo las enseñanzas de Simón Rodríguez, en 1804. Son dos comienzos diferentes, hasta antagónicos.
Éste es el bagaje que uno y otro llevaba en su mente cuando se estrecharon la mano en Guayaquil. Ante la escasez de referencias concretas que ha dejado el encuentro, es bueno tener en cuenta estos otros testimonios silenciosos.
(*) Doctor en Historia. Miembro de Número de la Junta Provincial de Historia de la Provincia de Córdoba.