La rebelde de Anatolia
Por Luis R. Carranza Torres
Ece Temelkuran mantiene, desde hace tiempo, una lucha desigual frente al poder. Como buscadora de la verdad en un mundo cada vez más radicalizado, eso le ha traído no pocos problemas.
Pocos, en tales sitios, soportan que se brinde una distinta versión de hechos de importancia política. Casi ninguno de ellos toma a bien que le digan que miente o manipula los hechos.
Nacida en 1973 en Izmir, esta licenciada de la Facultad de Leyes de la Universidad de Ankara ha dedicado sus esfuerzos al periodismo y la escritura. En ambos casos, para mostrar verdades por demás incómodas.
Fue columnista para periódico turco Milliyet, que se publicó en Estambul entre los años 2000 y 2009. Luego trabajó en su competencia, Habertürk, entre 2009 y enero de 2012. Fue además presentadora de televisión dentro del mismo grupo, Ciner Media Group, en Habertürk TV, entre 2010 y 2011. Fue despedida, se dice, por sus artículos críticos del gobierno turco. En particular los referidos a los bombardeos de Uludere, provincia de Sirnak, de finales de diciembre de 2011, cuando 34 personas, incluyendo niños, murieron en una zona fronteriza al ser atacadas por aviones turcos, en un episodio que varios tribunales de ese país se han apresurado para sacarse de encima.
Sus columnas también han sido publicadas en medios de comunicación internacionales tales como The Guardian, The New York Times, Le Monde Diplomatique, New Statesman, Frankfurter Allgemeine Zeitung y Der Spiegel.
Ha publicado 12 libros de investigación periodística y ensayo político, incluyendo dos en idioma inglés, así como una novela Muz Sesleri (Sonidos de plátano, en español), que ha sido traducida también al árabe y al polaco.
Otro de sus libros, Ne Anlatayım Ben Sana! (¡Que te puedo decir!, en español), en el que trató las huelgas de hambre en las prisiones turcas, fue galardonado en 2008 con el premio “Ayşe Zarakolu Freedom of Thought Award” otorgado por la Asociación de Derechos Humanos de Turquía.
Dice, a quien quiera oírla, que los tiempos que corren “no son buenos para ser críticos”, por motivos varios: “Nuestra época es complicada porque se superponen crisis tan potentes como la del clima y la de la representación política”. No son pocos quienes, en tan complejo panorama, dejan de ver lo que realmente pasa y toleran que se los cuenten. Aun cuando le entreguen a otro la brújula de sus propias vidas.
Ece ha sido una de las periodistas más críticas del gobierno de Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía desde agosto de 2014 y, previamente, primer ministro desde marzo de 2003.
Ha dicho que el intento de golpe de Estado de Turquía de 2016 no existió en realidad y que se trató de un autogolpe planeado por el mismo Erdogan, ejecutado mediante la manipulación de la información por los medios de comunicación, para hacerse de mayores poderes de los que constitucionalmente le competían. Por tales opiniones debió exiliarse de Turquía.
Sobre tales sucesos trata su último libro, Cómo perder un país, en el que describe un proceso de desmantelamiento de la frágil democracia turca como laboratorio de pruebas de lo sucedido después en otras docena de países. “Lo crean o no”, advierte en la instrucción del texto, “lo que sea que le haya pasado a Turquía también les amenaza a ustedes. Esta locura es un fenómeno global”.
Se trata de una obra polémica -ha cosechado tanto entusiastas como detractores-, la más discutida en Europa desde la aparición del ensayo de Francis Fukuyama El fin de la historia y el último hombre, en 1992.
En su texto expresa como hipótesis un avance del autoritarismo a escala mundial desde las formas democráticas, resumido en sus “siete pasos de la democracia a la dictadura”. A cada uno de ellos dedica uno de los siete capítulos del libro; ellos son: la creación de un movimiento; la manipulación del lenguaje y de la lógica racional; la sustitución de la información veraz por la posverdad; el desmantelamiento de los contrapesos políticos, judiciales y periodísticos; la anulación de los individuos, empezando por las mujeres, y su sustitución por el ciudadano sumiso; el error de subestimar el horror; y la desnaturalización o difuminación del país que encarcela, persigue o expulsa a sus mejores ciudadanos.
Se habla allí del autoritarismo como un verdadero “virus político” que se extiende por el mundo y ha infectado ya las principales democracias occidentales, en países tan diversos como Gran Bretaña, España, Francia, Alemania o Estados Unidos.
Postula, como respuesta, el “amor radical”, la necesaria reivindicación en las urnas del deseo de vivir en paz y del rechazo a la polarización política. La rabia y la hostilidad son una posición política muy peligrosa, expresa, pues “dejan a la gente exhausta. Queremos vivir en paz, física y emocionalmente”.
Se concuerde o no con ella, en todo o en parte, la obra reivindica una de las acciones centrales para mantener la salud de una sociedad democrática: la capacidad de pensar, de cuestionarse, de no dar nada por sentado.