Por Alicia Migliore (*)
Cada vez que tenemos voz o pluma pretendemos demostrar que las mujeres han sido agentes de cambio con igual participación que sus pares varones, aunque apenas haya constancia de la presencia femenina en la construcción del relato histórico.
Evidentemente, las razones debemos buscarlas en una cultura patriarcal sostenida desde el comienzo de los tiempos por un relato netamente androcéntrico, que omitió deliberadamente la actuación, y hasta la presencia, de la mujer en la historia.
Necesitamos rescatarla de las sombras para seguir proponiendo nuevas herramientas teóricas que expliquen su participación en la historia y permitan superar la desigualdad promoviendo el cambio social con perspectiva de género.
La ciudad de Córdoba ha contado con mujeres destacadas que rompieron “techos de cristal” y marcaron su impronta para las generaciones que las sucedieron.
Hay cuestiones urgentes y coyunturales que deben ser gestionadas y resueltas por todos los actores sociales; y así sucede porque muchas veces nuestra propia supervivencia está en juego. Otras más simbólicas y profundas, estructurales, son las que consolidan la memoria colectiva, en la que las mujeres son borradas.
Recuperar nuestras voces para nombrarlas, describirlas y permitirles su permanencia en el medio social al que aportaron sus roles transformadores constituye un imperativo para cada una de nosotras, mujeres, que hoy por sus luchas de ayer podemos ser escuchadas.
En ese propósito centro mi accionar. Como concejala de la ciudad de Córdoba, he presentado un proyecto de ordenanza que atesoro: la creación de un Circuito Histórico Cultural denominado “Las tipas de mi ciudad”, destinado a rescatar a las mujeres que abrieron caminos y marcaron rumbos para sus congéneres, aludiendo simbólicamente a las sendas de árboles que flanquean La Cañada.
Necesitamos una actitud constante que las traiga del pasado y las milite, las defienda en ese espacio conquistado y se apropie de sus historias, que son parte de la ciudad.
Entendemos el mandato como lo sintetiza la feminista argelina Fátima Usedik: “Se trata, para nosotras, de desmontar los mecanismos de la invisibilidad, es decir de todos aquellos procesos que, al mismo tiempo que restringen nuestra relación con el mundo, mantienen en la sombra a la mayoría de las mujeres y hacen aparecer, bajo ciertas condiciones, a algunas de nosotras para legitimar así en su conjunto el proceso de exclusión”.
Y allí vamos a encontrar a Graciela del Río, la bella locutora de radio, conductora televisiva, organizadora de misiones de ayuda voluntaria a sectores olvidados y deportista. Una mujer multifacética, fallecida tempranamente.
Graciela, nacida en nuestra ciudad el 26 de septiembre de 1947, comenzó a nadar en el Córdoba Lawn Tennis a los cinco años.
Esta nadadora integró las filas del Club Juniors, luego de Redes Cordobesas, destacándose por su perseverancia y su fortaleza de espíritu en un deporte tan completo y exigente como solitario.
Pocos, excepto tal vez los aficionados a ese deporte no tradicional, recordarán a esa jovencita del interior, cordobesa, humedeciendo la tapa de la revista El Gráfico en el año 1964.
Con 16 años sonreía desde la pileta de natación donde acababa de consagrarse campeona (con récord en 400 metros, estilo libre) en el Sudamericano de Guayaquil (Ecuador). Su conquista era tan trascendente que su imagen desplazó la potencial fotografía de un futbolista de River Plate, elegida para esa tapa. Casi nadie supo los prejuicios que debió sortear para que la incluyeran en el equipo argentino que compitió en esa ocasión: cuestionaban su edad.
Fue la primera cordobesa que obtuvo el título sudamericano y fue múltiple campeona argentina.
En los tres años siguientes a su conquista en Ecuador se convirtió en un ejemplo que popularizó la natación femenina, admirada por los jóvenes aficionados; recorrió provincias y países vecinos, participó en numerosos campeonatos y obtuvo diversos premios como recompensa a su excelencia.
A los 19 años abandonó la natación competitiva, aunque continuó nadando sin fijarse metas.
Un obituario señala que el aspecto y los modales de princesa convertían a Graciela en una embajadora, y ése es el recuerdo que dejó en los cordobeses. Primero fue una embajadora deportiva, luego una destacada locutora radial, finalmente se dedicó a elaborar videos documentales educativos que regalaba a las escuelas junto con su esposo, docente. Cuando se accede a alguno de los videos, Graciela reaparece con su dulzura y encanto.
El viejo amor del agua no la abandonó; empeñosa y decidida, a los 52 años decidió regresar a los andariveles con su espíritu deportivo intacto, “con el fuego interior de esa llama que no se apaga nunca, sacando fuerzas de cualquier lado, para dar vuelta la historia”.
Regresó al agua y a los triunfos en la categoría Master, obteniendo cuatro récords sudamericanos en las pruebas de 200, 400, 800 y 1.500 metros. Apasionada por el deporte de su vida, participó del Campeonato Mundial de Alemania, en 2000. Deseosa de participar en el Mundial de Nueva Zelanda, dejó una enseñanza en el reportaje que le hizo el periodista Gustavo Farías: en una sociedad que desvaloriza a sus mayores, Graciela argumentaba “quiero decirle a la gente que no baje los brazos, que no se rinda, porque siempre hay tiempo para volver a empezar”, y lo demostraba entrenando duramente.
Graciela del Río sólo se alejó de Córdoba para emprender el viaje final el 28 de octubre de 2005. Con 58 años recién cumplidos dejaba a la ciudad todas las conquistas logradas, que registraron junto a su nombre el infaltable agregado “la cordobesa”.
Conocedor de la búsqueda de datos, apareció entre mis fuentes un admirador enamorado de esa Ondina perdida, a quien a veces dice ver reflejada en el agua de La Cañada, aún hoy, después de tanto tiempo. Aportó datos increíbles: que a Graciela no le facilitaban acceso a las mejores condiciones para su entrenamiento, que le untaban el cuerpo con grasa para que resistiera el frío nadando en piletas abiertas en invierno, que debían envolverla en frazadas calientes para que recuperara la temperatura corporal, que el gobierno nunca colaboró en el desarrollo de la natación, limitándose a los deportes tradicionales y taquilleros, que su pasión la sostuvo en cada emprendimiento, como cuando se dedicó a misiones de ayuda a las comunidades desprotegidas del norte cordobés con la orden franciscana…
Imposible corroborar la veracidad de los datos: no hay registros en la Federación Cordobesa de Natación, los entrenadores cambiaron sus técnicas porque la oferta de natatorios cubiertos se incrementó, los misioneros franciscanos guardan silencio sobre las obras de caridad que llevan a cabo.
Como parece fantasioso y trasnochado el aporte, diré por qué creo en su verosimilitud: el primer nadador que cruzó el canal de la Mancha fue Matthew Webb, en 1875, y su protección para resistir el frío del mar fue un gorro de baño y ¡su cuerpo untado íntegramente en grasa de ballena!
La falta de colaboración oficial en la práctica deportiva de las mujeres obedece a una tradición ancestral que consideraba al deporte patrimonio exclusivo de los varones, y que evoluciona muy lentamente. Lo hemos tratado tangencialmente en el artículo “Otra vez una mujer es la primera” (ante la designación de Magdalena Aicega como primera mujer integrante del directorio del Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo).
Existe una leyenda alsaciana que tiene a una ninfa acuática llamada Ondina como heroína. ¿El más destacado de sus dones?: una persistencia excepcional; su misión: proteger las aguas del río y que no se altere el orden de la naturaleza. Tal vez Graciela del Río fue una Ondina mediterránea que aún transita la ciudad.
Será justicia que ocupe el podio conquistado.
(*) Abogada y ensayista. Autora de los libros Ser mujer en política y Mujeres Reales
Felicitaciones!!! Una nota brillante. Un lujo!!! Gracias Alicia Migliore.
Maravillosa nota, espectacular relato!!! Felicito a Alicia la autora y rememoró a su musa inspiradora Graciela del Río!!!