Por José Emilio Ortega y Santiago Espósito (*)
Las antiguas armas políticas para seducir audiencias hoy son cotillón frente a los reclamos de la sociedad
La presidenta del Banco Central Europeo, ex titular del FMI, Christine Lagarde, advirtió que el coronavirus ocasionará una crisis económica tan o más grave que la del 2008. En Alemania, la canciller Merkel autorizó 750 mil millones de dólares para contener efectos de la pandemia. Reino Unido, con el primer ministro Johnson afectado por la patología, desplegó un rescate de 36 mil millones de dólares. El Congreso de EEUU aprobó el mayor estímulo económico en su historia, 2 billones de dólares, de los cuales 150.000 millones reforzarán el sistema de salud -habría que cotejar estos montos con el costo total del cuestionado “Obamacare”- y 350.000 serán créditos para pymes.
Los enfermos se multiplican, mientras no hay un esquema internacional funcionando -se rumorea que el director de la OMS será despedido- y los gobernantes nacionales improvisan respuestas en función de su chequera, sin mayor sustancia, acorralados por la salud y la economía.
La política del sistema-mundo naufraga. Países campeones del estado benefactor muestran gravosas tasas de mortalidad (sobre la cantidad de infectados): Reino Unido 11,1%, Francia 9,5%, Holanda 10,7%, Italia 12,6%. Países pobres claman por ayuda: Liberia 21,4%, Sudán 16.7%, Zimbabue 10%, Belice 14,3%, Nicaragua 16,7%, Gambia 25%, Angola 12,5%, entre otros. La tasa mundial es 6,6%.
Nostálgicos, recordamos a Franklin D. Roosevelt, Konrad Adenauer, Winston Churchill o Charles de Gaulle. Recuperamos a Jean Monnet o a John Maynard Keynes. En Argentina evocamos a Ramón Carrillo, el mismo que murió defenestrado en Brasil, a sus jóvenes 50 años. Las brújulas se alteran: sólo un temerario capitán y la más aguerrida tripulación podrán encontrar la manera de llegar a puerto.
Sin seguridades mínimas, la política “líquida” encuentra un flanco en la que fue su fortaleza principal: la movilización con liderazgos difusos. Las armas empleadas para seducir audiencias, hoy son cotillón frente a las herramientas que la sociedad reclama para afrontar la inédita crisis.
Latinoamérica
Se corre el riesgo de repetir el colapso de los países europeos. Las tasas en algunos países son significativas. En Brasil (5,02%), el sistema político presiona a Jair Bolsonaro y solicita el aislamiento. Pero cuando el coronavirus ha llegado a las grandes favelas urbanas, el presidente afirma que el país “no puede parar”, removiendo a su ministro de Salud. Los militares se inquietan.
En Ecuador (5,50%), la llegada de los residentes en España ocasionó estremecimiento. las falencias del sistema llevaron al presidente Lenín Moreno a solicitar “transparentar” cifras reales. En México (5,06%), el presidente Andrés Manuel López Obrador varió sus posturas. En marzo alentaba a la población a salir o aglomerarse, restando importancia al efecto contagio. Con los últimos números cedió a la influencia y sin establecer el aislamiento obligatorio, dispuso la suspensión de actividades no esenciales y clases.
En Chile, con muchos infectados pero escasa mortalidad, el desgastado Sebastián Piñera, tras confrontar con alcaldes, intendentes, e incluso con facciones de su propia coalición por no decidir la detención de la actividad, decretó el “estado de catástrofe” por 90 días y toque de queda nocturno -medidas a las que ha recurrido sistemáticamente por distintas situaciones-, con cuarentena obligatoria para siete comunas de la región metropolitana.
Decretaron el cese obligatorio Bolivia (7,14% con pocos casos confirmados), Colombia (5,60%), Paraguay, Perú y Venezuela (en ninguno de los tres países supera el 3%). En Uruguay (1,65%), se declaró la emergencia sanitaria, suspendiendo espectáculos públicos y clases hasta el 12 de abril.
Argentina
Alberto Fernández decretó anticipadamente la cuarentena obligatoria (la tasa actual es de 3,49%). Su estrategia pretende aprovechar tiempo frente a los ejemplos europeos y asiáticos, quizá influido por la reflexión de Denis Jeambar e Yves Rocaute (Elogio de la traición, 1988): el político que espera demasiado para estar seguro de sus actos, corre el riesgo de perder la oportunidad de dominar el curso de los acontecimientos.
La celeridad en las acciones es hija del contexto nacional, signado por la vulnerabilidad social. En el Conurbano bonaerense, vive el 25% de la población argentina -64% del total provincial (Cippec, 2018)-; 50% de las personas que viven bajo la línea de pobreza y 57% de las personas indigentes del país (Indec, 2018). “El conurbano es nuestro Wuhan”, repiten funcionarios nacionales y estiman que el 65% de los casos de coronavirus se darán en el área metropolitana de Buenos Aires. La comparación es inapropiada, si se tiene en cuenta que el Estado chino destinó los recursos suficientes para poner de pie a la ciudad del “caso cero” en sólo cuatro meses, cuya mortalidad final fue de 1,4%.
Careciendo el Tesoro argentino de la espalda de Pekín, debe extremarse la eficiencia en la vigilancia epidemiológica. De hacer estragos la pandemia en el conurbano, se involucrará necesariamente la ciudad de Buenos Aires. Hasta aquí, las fuerzas políticas y la comunidad toleraron las iniciativas gubernamentales; aunque la crisis en los bancos de la semana pasada y los problemas de gestión de compras, demostraron descoordinación y problemas estructurales irresueltos. Asimismo, las contribuciones desde el campo de la comunicación han sido irregulares. El esfuerzo de muchos se malogra con mediáticos “recluidos” en paradisíacos destinos o irresponsables agitando cacerolazos.
Es un lugar común: la pandemia exhibe el vínculo entre desigualdad social y salud pública. Desnuda la voluntad de aportar, la experticia y la capacidad de liderazgo de los actores políticos. Importantes gestiones gubernamentales, cómodas en el contexto “líquido” del que surgieron, parecen evaporarse frente al calor de la tensión.
En el mundo, es grave la apatía del sistema internacional y el impacto del cierre de fronteras en el contexto globalizado. En la región no hay estrategias conjuntas. En Argentina, el esfuerzo por sostener al Estado deberá incluir la articulación jurisdiccional, hasta aquí sub exigida -el pico llegará el mes que viene-. Harán falta más soluciones específicas, pensando nuestros propios problemas.
La dinámica política reclama otra vez certeza y confianza, aquellas que en un pasado no tan lejano, cuadros “sólidos” podían generar, predicando el ejemplo y gobernando a partir de intuiciones y conocimientos. Más sentido común, menos parafernalia.
(*) Docentes UNC.