Por Luis Carranza Torres (*) y Carlos Krauth (**)
Las verdades absolutas en el campo del conocimiento siempre son malas. El dogmatismo se acerca al fanatismo y este choca contra el respeto por el otro y el avance del conocimiento mismo.
En política es aún peor: conduce a la sociedad del pensamiento único, al Estado que dice a las personas como pensar y a un sistema totalitario. El sistema soviético, el nazi, el fascista italiano, el de los Jemeres Rojos en Camboya o de los talibanes en Afganistán, por citar solo unos pocos del siglo XX que pasó, muestran a las claras lo peligroso de esa conducta.
En el ámbito de la historia este es un problema recurrente. La negación a seguir investigando sobre hechos pasados es habitual –generalmente hay un interés ideológico en ello-, y la prohibición, de hecho o de derecho, que castigan a aquel que osa desafiar la verdad predominante.
Un ejemplo en contrario de estas posiciones dogmaticas lo viene expresando la Comunidad Europea, quien en los últimos años, sobre la base de revisiones históricas serias, está modificando su legislación en miras de reconstruir y reconocer el pasado trágico que caracteriza al “viejo continente”. Brindando una mirada plural, multidimensional, con nuevos aportes y perspectivas, frente a lo que podríamos decir la “historia oficial”.
En esta dirección se destaca la Resolución del Parlamento Europeo de septiembre del año pasado, por la cual se considera a la ex Unión Soviética, junto con la Alemania Nazi-, como una de las potencias culpables del inicio de la segunda guerra mundial. Uno de los párrafos destacados de la decisión expresa: “La Segunda Guerra Mundial, la más destructiva en la historia de Europa, fue el resultado directo del notorio Pacto de No Agresión Nazi-Soviético del 23 de agosto de 1939, también conocido como el Pacto Molotov-Ribbentrop, y sus protocolos secretos, según los cuales se establecieron dos regímenes totalitarios. Para conquistar el mundo, dividieron Europa en dos zonas de influencia”.
Una verdad incómoda, que luego de medio siglo se expresa. Quedan otras, por cierto. Aquellas que tocan mucho más de cerca a miembros de la propia Unión. Como las actitudes seguidas por no pocos estados respecto de Polonia o Checoslovaquia. Pero es un avance en el considerar la historia con todos los aspectos que comprende puestos sobre la mesa de debate.
De más está decir que esta Resolución no cayó muy bien en ciertos círculos, otros plantearon que sentido o relevancia actual tiene tratándose de un hecho ocurrido hace mas de 70 años. Sin embargo creemos que lo tiene al menos en dos sentidos. Uno, porque constituye un avance en la búsqueda de la verdad histórica, el quiebre del dogmatismo y porque el reconocimiento de los hechos tal como sucedieron permite una reivindicación de las víctimas de la guerra en general y particularmente de los totalitarismo (en este caso el Stalinista) en particular las que se cuentan en millones, sea por muertes desapariciones o persecuciones políticas.
Como decía Henry Thoreau: “Antes que el amor, que el dinero, que la gloria, dadme la verdad”, lo que requiere búsqueda, revisión, investigación, nunca aceptación dogmatica. Ello es muy peligroso ya que se acerca al fanatismo y al totalitarismo. Como dijera Andre Gide: “Cree a aquellos que buscan la verdad; duda de los que la han encontrado”.
Es que cuando se quiere “disciplinar el pensamiento”, se da el primer paso en un camino que invariablemente conduce al autoritarismo y al horror. “Donde se queman libros se terminan quemando también personas”, profetizó en su tiempo el poeta Heinrich Heine respecto del encandilamiento de no pocos por el nazismo. Creemos que cuando se empieza a “operar”, desde el Estado o por fuera de él, para que las cosas, hechos, eventos solo se puedan ver, describir y valorar de una única forma, cuando se pretende cristalizar al pasado para quitarle y aun prohibir todo tipo de discusión, vamos por el mismo camino.
(*) Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas.
(**) Abogado. Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.