Por Mariano P. Lanouguere (*)
Exclusivo para Comercio y Justicia
El liberalismo al que nos referiremos es aquel que se ha mediatizado, mediante participaciones de carácter bastante permanente en programas de televisión nocturnos con la política y todo lo que la rodea como temas centrales. Sus principales referentes han cumplido en los sets una suerte de rol de comediantes, utilizando la ironía y el humor ácido como principales herramientas de seducción, destacándose entre ellos Javier Milei, José Luis Espert, Roberto Cachanosvky, Nazareno Etchepare, Luis Rosales y Agustín Laje, entre otros. Todos ellos coinciden en que los tratados de libre comercio, la eliminación de impuestos y gravámenes a las exportaciones, la ‘‘baja del gasto”, la liberación de las barreras a las importaciones de forma descontrolada y la no estimulación de la producción industrial y de las economías regionales son la solución a los problemas de Argentina: para un liberal libertario o ‘‘anarco capitalista’’ -como también los he oído autorreferenciarse- todo se soluciona con más y más comercio. No importa que no haya nadie que produzca el bien ni, menos aún, que ningún consumidor tenga dinero para comprarlo.
La verdadera discusión debería darse en torno a si tenemos un Estado bobo o uno eficiente, no a si es chico o grande. Solamente pretende un Estado chico aquel que nació ya con un gran porcentaje de su vida socioeconómica resuelta, porque en su cerebro constantemente baila esa idea de que paga impuestos sólo a los efectos de ‘‘mantener vagos’’.
Cualquier persona que tiene la empatía como valor humano intrínseco, desea un Estado Grande: ése que está en las malas y que debe ocuparse, con prioridad, de todos aquellos que sufren necesidades y no tienen o tuvieron las mismas oportunidades que los demás para poder desarrollarse plenamente como personas, no consiguen la dignidad de un empleo o siquiera pueden acceder al ocio, un tópico dejado de lado cuando hablamos de necesidades básicas insatisfechas pero que es, sin dudas, uno de los principales motores de la felicidad del pueblo, aquella que tiene como horizonte un Estado grande, presente y que ejercite la justicia social.
¿Estados grandes en el mundo? Abundan: y no hablamos de Cuba, Bolivia o Venezuela. Hacia arriba (o abajo, según como se lo mire) en el mapa, Noruega, según los últimos datos oficiales publicados, dedicó a educación 15,73% de su gasto público; a sanidad, 17,59% y a defensa, 3,41%, lo que nos da, añadiendo otros gastos de carácter social, que en 2018 alcanzó 49,2% del PIB en lo que ellos no consideran gasto público sino inversión pública, ya que efectivamente los nórdicos ven como esa mitad de su salario que la Administración Pública grava vuelve en obra pública, seguro de desempleo, créditos blandos, estímulos a las sociedades comerciales que producen bienes y servicios, vivienda y tantos otros beneficios.
En Argentina, muchos luchamos por un Estado grande, presente y pendiente de la ciudadanía más postergada. Pero, al menos a título personal, no puedo hacerles “la vista gorda” a las provincias argentinas que, según datos oficiales, gestionan sus Estados de forma ineficiente, puesto que en vez de estimular la producción industrial y fomentar sus propias economías regionales para colocar productos en el exterior, crean empleo público precarizado para ocultar la impactante tasa de parados en sus jurisdicciones: Chaco encabeza el ranking de la jurisdicción regional con más empleados públicos; Corrientes se mantiene en el segundo lugar y siguen Misiones y Formosa. En Santa Fe, Buenos Aires, Córdoba, Santa Cruz y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, ese guarismo no asciende a más de 32 sobre cada 100 trabajadores/as registrados/as.
Administrar el Estado de forma eficiente y promover el desarrollo de la economía, garantizar el goce de la plenitud de los derechos de la ciudadanía y brindar todas las herramientas para que ésta logre adquirir dignidad por medio del trabajo genuino, la salud, la educación, el ocio y demás asignaturas básicas, son las columnas básicas de un buen gobernante a los efectos de satisfacer las necesidades de su pueblo. Es hora de poner a Argentina de pie y exigir que la independencia económica, la soberanía política y la justicia social sean banderas que levantemos entre todos, puesto que son vitales para un Estado sólido.
(*) Subsecretario General de la Facultad de Derecho y Secretario del Honorable Consejo Académico de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (provincia de Buenos Aires).