Por Matías Altamira*
Internet estuvo siempre motorizada por la libertad de expresión de sus internautas, lo que en el extremo opuesto exigió la tolerancia, paciencia y resignación de los destinatarios de esos mensajes descalificadores, de odio, extremistas, falsos y malintencionados. Hasta que alguien acudía a la Justicia para hacerlos cesar.
El desarrollo de Internet tiene su principal origen en los Estados Unidos donde la libertad de expresión es un derecho fundamental de cada ciudadano y por esa razón ese derecho está en los genes de la web. Pero la realidad fue mutando, al punto que actualmente 80% de los usuarios de Facebook residen fuera de los Estados Unidos y respetan otros principios que posiblemente sean prioritarios al de la libertad de expresión.
Estudios internacionales demuestran que es creciente el número de personas que critican, a veces con justificativos y otras veces en exceso, a diversas empresas por sus productos o servicios. Y a su vez, cada vez es menor el número de acciones judiciales de estas empresas contra aquellos comentarios exagerados o infundados, aun cuando les generan un perjuicio fácil de ponderar.
La explicación podría encontrarse en la facilidad con que se publican comentarios y más aún con que se difunden local, regional y mundialmente; versus la dificultad que existe para iniciar un reclamo judicial en cada localidad donde se encuentre el injuriante.
Ante esta realidad, lo que sí ha prosperado es el reclamo al intermediario, por ejemplo a Google, Facebook, Twitter. No solo porque son pocos en el mundo y fáciles de encontrar, sino también porque tienen recursos suficientes para indemnizar al perjudicado.
En estos reclamos, los intermediarios constantemente argumentan que no son los generadores del mensaje perjudicial; que no realizan controles previos; que no pueden anticiparse a un daño o no en el destinatario, principalmente por las diferentes culturas y por las extrañas maneras de expresarse.
Afirman que si lo hicieran, quizás obstaculizarían la posibilidad de comunicarse a los usuarios de sus sistemas; entre muchos más argumentos.
Otro de los grandes problemas mundiales es la re publicación o redifusión de un contenido, es decir cuando un usuario recibe un mensaje dentro de un grupo cerrado de conocidos, le parece interesante y adhiere a su contenido, entonces lo vuelve a difundir a otros grupos, sectores e incluso habilita a que cualquier usuario lo pueda leer y compartir, por supuesto, sin la previa autorización de su autor originario, pero citando la fuente. Por lo que, de manera arbitraria e inconsulta, modifica sustancialmente lo pensado por su autor y lo expone a responsabilidades globales que jamás estimó asumir.
La sociedad global tiene que trabajar en busca de un equilibrio entre la libertad de expresión y sus daños, en esta etapa de gran volatilidad y voracidad verbal.
* Abogado, especialista en derecho informático