Por Andrés Pallaro*
Dice Harari que por primera vez en la historia las enfermedades infecciosas matan menos personas que la vejez, que el hambre mata menos que la obesidad y que la violencia, menos que los accidentes. Por su parte, Steven Pinker destaca que 137.000 personas salen de la pobreza por día, desde hace 25 años: mil millones que no salen en tapa de los diarios.
¿Quién puede dudar de que el siglo XX fue fuente de progreso? A pesar de guerras mundiales y larga Guerra Fría entre superpotencias, fue tiempo de crecimiento económico, mejora del bienestar humano y combate efectivo de la pobreza. La gran mayoría vive mejor en términos de higiene, seguridad, sanidad, educación y alimentación que 100 ó 50 años atrás.
El capitalismo, o la capacidad de crear riquezas, ha sido uno de los grandes responsables de ello. Pero el éxito fue incubando la nueva problemática de la desigualdad, siempre tolerada por la Humanidad, aunque ahora con nuevas características. Del optimismo futurista a la nostalgia y la incertidumbre en pocos años, en palabras de Bauman.
¿Cómo es posible entonces, frente a semejante convalidación de la inevitabilidad y conveniencia de dinámica desigual de las actividades humanas y sus retornos, que el orden público y la estabilidad democrática estén puestos en jaque en crecientes sitios del mundo a raíz del fenómeno de las desigualdades? La respuesta radica en las brechas.
Estadísticas en general muestran que el gap entre quienes más tienen/ganan y quienes menos se ha multiplicado de forma sostenida en últimos 30 años. Según el World Economic Forum, la riqueza mundial asciende a US$280 billones, de los cuales 46% está en manos de 28 millones de personas frente a los 7.000 millones que somos. Pero lo más grave del fenómeno es que este creciente gap sucede en el contexto de sociedades cada vez más abiertas y digitalizadas, en las que los temas tabúes, los espacios reservados y los intereses creados ya no pueden ser sostenidos y las personas en general amplifican sus expectativas de vivir mejor, ya no sólo de escapar de la pobreza. En buena hora.
Esas desigualdades potenciadas pueden ser explicadas en gran parte por la creciente brecha entre productividad de la economía y evolución de salarios medios. La creciente habilidad para producir más productos con menos insumos, hace décadas que no se ve traducida en mejoras reales de los salarios más bajos. Y, por otro lado, porque la tasa de rendimiento del capital (finanzas) le saca ventajas a la tasa de crecimiento de la economía (bienes y servicios).
Quienes más tienen, más lo multiplican. Quienes menos, cada vez más complicados para expandir sus ingresos.
En este marco, la configuración de sociedades duales deja de ser imaginario de izquierdas revolucionarias y adquiere entidad de riesgo real. Una sociedad dual es aquella que puede ser simplificada en un conjunto minoritario de personas conectadas al progreso, la innovación y los ingresos crecientes y, por otro lado, una mayoría alejada de la dinámica del progreso y concentrada en la administración de sus limitaciones para vivir. Las desigualdades son más grandes, más visibles y chocan como nunca antes con las expectativas generalizadas de progreso.
El capitalismo, que tanta riqueza y bienestar ha generado, ¿puede tener respuestas para este nuevo desafío? Claramente sí, en la medida en que logre recuperar su esencia y enriquecerla con nuevas prácticas y modelos de implementación.
A partir de la dinámica de creación de valor que la libertad económica facilita, hay en marcha una verdadera revolución transformadora del capitalismo, capaz de mejorarlo. Tiene múltiples vertientes, como la expansión de la economía social que genera alineamientos virtuosos entre mercado y propósitos; las iniciativas en marcha para encuadrar y desincentivar el capitalismo puramente financiero a partir de la crisis del 2008; los nuevos modelos de regulación de las grandes compañías que abusan de su poder para afectar la dinámica de la competencia (estándares, adquisiciones, ventajas impositivas, etcétera) y la creciente conciencia de los directivos de empresas acerca del valor que deben irradiar más allá de los beneficios a los accionistas, entre otros.
Pero en el medio hay crisis. En Francia o en Chile. En USA o en Ecuador, la matriz del fenómeno es común: reincorporar a las mayorías a los procesos de ascenso social es el gran desafío del capitalismo en el marco de la Cuarta Revolución Industrial. Es posible, pero requiere un esfuerzo supremo.
La inagotable capacidad humana y los nuevos liderazgos son nuestra mejor carta. Debemos apurarnos, porque como bien dice Gerd Leonhard “La humanidad cambiará más en los próximos 20 años que en los 300 anteriores. En una era donde lo imposible es factible, esperar y ver es igual a esperar y morir”.
* Director del Observatorio del Futuro, de la Universidad Siglo 21