Por Juan Pablo Martínez Ghirardi (*)
Donald Trump, enérgico empresario global, al asumir su corona política enarboló una bandera de negación del cambio climático y criticó el Acuerdo de París. Acusó de obsoleta a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), apoyó el brexit -alentando escisiones futuras en la Unión Europea-, abandonó el Acuerdo de Comercio Transpacífico (TPP), fue criticado por el FMI y amenazó con dejar la Organización Mundial de Comercio. O al menos reducir las obligaciones de Estados Unidos para con dicha organización.
En sus giras por el continente europeo no sólo generó terremotos diplomáticos por su habitual verborragia de confrontación. Sino que además fue centro de mediáticas polémicas en el Reino Unido con el alcalde Londres Sadiq Khan, quien es el primer musulmán en acceder a dicho cargo y que por otra parte es un europeísta. Todo lo contrario al extravagante Boris Johnson, ex periodista, ex alcalde de Londres y nuevo primer ministro. Para esto último, es válido recordar que Johnson, a pesar de sus ideas originales, fue un fervoroso promotor de la salida de la Unión Europea, especialmente de una salida sin acuerdo, sobre el que ahora tendrá una dura batalla parlamentaria para lograrlo.
Trump, “el antisistema”, se lo ha denominado en alguna ocasión. ¿Es esto así? Simultáneamente a esta pregunta, la realidad nos muestra a la gran potencia con una nueva vocación aislacionista. Pero que, dependiendo del ámbito, se corre a un intervencionismo clásico.
El magnate, en su campaña utilizó un discurso duro, cargado de nacionalismo básico.
Arremetió contra el “sistema” actual y las economías que, según su visión, atacaban al norteamericano medio. Y su discurso fue sustentado, entre otros, por Stephen Bannon, quien fue nombrado sobre el final de su campaña para un rol protagónico.
Bannon, hoy fuera del gobierno, fue militar, inversionista de Goldman Sachs y considerado del ala dura intelectual de la derecha, promoviendo una rigidez dogmática que el nuevo presidente nunca estuvo dispuesto a aceptar. En términos económicos, Bannon podría encasillarse en el populismo de derecha, adhiriendo a una política económica capitalista pero nacionalista. Explica de este modo y en parte, los discursos de campaña de Trump que tanto éxito tuvieron en las clases conservadoras y de menor nivel educativo.
A lo largo de su mandato el presidente estadounidense parece girar, en política exterior, según la necesidad.
La lista es larga. Se ha reunido con el presidente de China, suavizando algunas de sus posiciones al inicio; para luego mantener una cruda guerra comercial mediante la imposición de aranceles. Expresó continuas acusaciones en desmedro de las políticas económicas chinas que desfavorecen a las empresas extranjeras en suelo asiático. Alimentó a su vez el fantasma cada día más visible de una China corriendo al amparo de la devaluación de su moneda como posible arma devastadora de la economía global.
En esta mirada hacia Asia, Trump viró bruscamente en su posición particular y mediática sobre el enigmático mandatario norcoreano Kim Jong-un. Se reunió con él en más de una oportunidad y fue el primer presidente norteamericano en pisar la zona desmilitarizada que divide a las dos Coreas.
Tal vez busque hacer historia y traer tiempos de estabilidad; o tal vez su principal objetivo sea simplemente generar recelos en China y demostrarle a dicho gobierno que sus acciones no tienen límites, al menos en cuanto se trate de perseguir sus intereses en pos de ganar esta batalla de aranceles desbocada.
Respecto de la OTAN, exige, demanda y amaga. Argumenta que el apoyo financiero de su país a dicha organización, que ya ha cumplido 70 años, es excesivo, por expresarlo de manera ligera.
Adicionalmente, y mirando a Naciones Unidas, el gobierno de Estados Unidos anunció el recorte de fondos de apoyo económico para la agencia de esta organización que asiste a refugiados palestinos.
Más allá de las declaraciones de preocupación por la sociedad palestina, especialmente los niños, voces del gobierno estadounidense declararon que ya no se comprometerían fondos en operaciones “defectuosas”.
Las instituciones supranacionales sirvieron en su momento histórico para que crezcan las potencias. Trump entiende que es hora de volver al mercado propio y las negociaciones unilaterales para idear un nuevo modo, donde las potencias emergentes o aquellas que disputen el poder, pierden peso fuera del marco de organismos internacionales. El mandatario norteamericano quiere un diálogo tú a tú, donde se siente más cómodo y seguro de su poder.
En la economía, según Trump, ya no resulta útil un camino de integración. Entiende que se debe desandar otro. El debilitamiento de la idea en la que todos ganan con un mercado global no es novedad. El populismo (exacerbado, ultra nacionalista) sirve de excusa para que nada cambie, para que las economías emergentes propias de un mundo multipolar se vean interpeladas.
La autora del libro “Los Trump: tres generaciones que construyeron un imperio, la biógrafa Gwenda Blair, relata que la familia Trump es originaria de una pequeña localidad alemana donde trabajaban como vendimiadores. Pero el abuelo de Donald, en busca de riquezas, emigró a Estados Unidos como Friedrich Drumpf. En EEUU cambió su apellido a Trump y desarrolló en tierra americana su visión del mercado y los negocios de servicios (establecimientos de comidas, licores y otros servicios) que aseguraron su pasar económico. Su hijo Fred Trump también se forjó como empresario en Nueva York y se dedicó al rubro inmobiliario, alimentando las bases del imperio económico Trump que continuaría su hijo, hoy presidente.
Por ello es que el 45° presidente de los Estados Unidos podrá renunciar a las formas. Pero no a su pragmatismo respecto al poder y para qué sirve. He aquí el legado del dogma Trump.
(*) Diplomado en periodismo político.