Por Elba Fernandez Grillo (*)
Por nuestras salas de mediación pasa la vida, la de los otros, la nuestra. En esta interrelación de las historias ajenas y las propias establecemos por un corto tiempo un vínculo.
Ellos nos aportan su manera de ver su historia, nosotros les devolvemos la misma historia reconfigurada. Desprovistos de prejuicios, de parcialidad, tal como se nos pide como mediadores, deberemos adaptarnos rápidamente también a los nuevos paradigmas sociales.
Cómo no quedar atravesados por esos relatos de personas que confían en que “algo podremos hacer por ellos” en su tránsito de dolor, de frustración. Cómo hacerles comprender que quizás encontrarán algo, no todo, y que quizás ese “algo” sea mucho mejor que nada.
Tratar de que entiendan que todas sus expectativas no serán satisfechas o, quizás, ninguna, es un lidiar diario. La mayoría de las personas llegan a mediación con una gran inseguridad; depositar en otro la ardua tarea de hacerse cargo de sus emociones, decisiones, elecciones, parece ser una constante en el ser humano.
Esta tercera posición de neutralidad o imparcialidad parece, a veces, poco empática, pero será la que mejor les sirve a ellos, los otros, nuestros requirentes y requeridos en la sala de mediación. Y cómo no quedar atravesada por la historia de Irene, la mamá que perdió a su hijo en un accidente de moto; o la de Giovana, cuyo marido falleció porque un amigo manipulaba un arma y lo mató, dejando a cinco hijos sin padre; o la del jubilado que cuidaba su antiguo Duna y un joven que conducía sin registro y sin seguro lo atropelló y destrozó su auto sin solución posible porque, además, ese joven era insolvente.
Ellos terminarán el procedimiento, a veces, sin pena ni gloria, pero otras veces sintiendo que algo se modificó en sus vidas y también en las nuestras, cuando aún resuenan en nuestros oídos esos relatos que también sacuden nuestros sistemas de valores y creencias.
Así, en el contexto de “mediaciones familiares”, Marta y Luis solicitaron nuestra intervención con el fin de tener un acuerdo sobre cómo sería la vida de ellos y sus tres hijos a partir de su separación. Cuando ingresaron no parecían una pareja en conflicto; él todo el tiempo tenía un gesto cariñoso, amable con ella, que no oponía rechazo a sus manifestaciones. Necesitaban dejar por escrito que ella era quien se retiraba del hogar familiar y por lo tanto él se quedaba viviendo allí con los hijos. Marta, que tenía trabajos precarios, ayudaría concurriendo todos los días a ordenar la casa, supervisar las tareas escolares de los niños y hacer la comida hasta ingresarlos al colegio; luego, se haría cargo Luis.
Frente a esta narración, la percepción que tuvimos los mediadores era que sólo necesitaban un instrumento jurídico, escrito, hasta que en algún diálogo advertimos la palabra “otro” con lo cual deducimos había en el conflicto una tercera persona.
Decidimos pasar a reunión privada con cada uno de ellos y cuando intentábamos “normalizar la situación” de Luis expresando que estas cosas pasan, que a veces las personas nos enamoramos de otro, que apareció en la vida de Marta algún hombre que le cambió su diario vivir, él nos contestó que no se trataba de otro, sino de otra, o sea, Marta se había enamorado de una amiga, ambas estaban en pareja y querían continuar juntas. Luego conversamos con ella quien también nos relató lo mismo: siempre había sentido atracción por esta amiga y juntas eran felices y si bien amaba a sus hijos, ya no podía compartir una pareja con Luis.
Tanto Marta como Luis coincidieron en que la pareja de ella, que no había tenido hijos, era muy cariñosa con los niños, que los chicos la querían mucho y que él estaba tranquilo cuando quedaban al cuidado de ella. Hicimos el acuerdo y ellos partieron conformes con lo allí expresado, en cuanto a cómo Marta sostendría los “cuidados personales de los hijos” con la modalidad compartidos indistintos.
Pero la reflexión a la que arribamos con mi compañera mediadora es que no debemos suponer que la heterosexualidad es una situación de hecho en todas las familias y que hoy vemos uniones de diferentes características y todas válidas en la medida que ellos se consideren como tales; así como sostenemos la imparcialidad en la toma de posiciones de las partes, debemos hablar de un otro, sin género, otro como ser humano, como persona a la que incluimos, sin especificar si es hombre o mujer.
Todas estas cuestiones relacionadas con personas y sus maneras de ver y ser en este mundo es la savia que nutre nuestro trabajo diario.
(*) Licenciada en Comunicación Social. Mediadora